Marlene Hernández
El auto se desplaza una noche de septiembre, noche del amor y la amistad, viaja Juan Carlos rumbo a casa de Antonia, su novia. Al otro lado de la ciudad, Álvaro el hermano de Antonia devora, con tres amigos y Carolina, su novia, una pizza gigante y cantan a voz en cuello “yo jo jo, por una pinta de ron”, la tonadilla de Capitán Flint. Charlan sobre literatura y sobre la imaginación y la subyugante prosa de Robert Louis Stevenson. Discuten sobre la inverosimilitud en la narrativa, la agonía de la discusión, la ficción literaria y su improbabilidad, sobre El extraño caso del doctor Jekyll y el Señor Hyde
Juan Carlos toca el timbre, lo hacen entrar, atraviesa el jardín interior, llega a la biblioteca, saluda a Antonia con un beso en la mejilla.
– ¡Bebiste de nuevo!
– Solo un par de whiskies con mi padre –niega Juan Carlos con el vuelo de su mano derecha–. Vine a invitarte a salir
– No quiero –contesta Antonia recelosa–. Es tarde y estoy cansada.
– Por favor Antonia salgamos.
Van a un restaurante al sur, no se han dirigido palabra por el largo rato que dura el trayecto. Una vez en el restaurante en medio de un clima de fastidiosa tensión, Juan Carlos estrella su copa, se exalta e injuria a Camila.
-“Te voy a matar,- le arrebata el celular-.
– Exijo que me entregues el celular -reclama Antonia-.
– ¡Llamaré a todos tus contactos y los amenazaré! -riposta él-
Desde las otras mesas observan.
– ¡Suéltame! -le dice- Me haces daño.
– No me importa.
Camila escapa al tocador, desde un teléfono fijo llama a su suegra.
– ¿Quién habla?
– Antonia, necesito ayuda, su hijo ha bebido, está loco y amenaza con matarme.
– No puedo ir.
Camila llama a su casa
– ¿Qué pasa?- pregunta Álvaro al responder-.
– Necesito que vengas, Juan Carlos enloqueció. Me siento en peligro.
– ¿Dónde están?
– En “La paila que suda”.
Antonia espera fuera del restaurante, apenas ve a su hermano y a su cuñada corre angustiada, sube angustiada y a gritos les pide que se vayan. Juan Carlos la ve subir. Mientras avanzan por la avenida Antonia recuerda su celular y le pide a Álvaro que baje y le exija a Juan Carlos que se lo devuelva. Álvaro la manda al carajo. Juan Carlos los persigue hasta la casa, acelera para atropellarlos. Álvaro reacciona se enfrentan, los vecinos intervienen, los separan. Juan Carlos huye.
Pasada la media noche se escucha un terrible estruendo en la calle; un par de minutos después se siente el carburado de un auto, brutalmente acelerado, Álvaro encuentra pedazos de ladrillo y piedras y vidrios esparcidos. Su auto está con el parabrisas y las ventanillas destruidas. Llama a la policía. Pasa una hora, dos, y de nuevo se escucha un estruendo de vidrios rotos. Ahora es el carro de la mamá.
Antonia no ha dormido, se sienta en la cama y revisa su rostro en la luna del tocador. Se ve pálida y ajada, los ojos como pozos negros que desaguan en un par de riachuelos hasta la barbilla. Un trazo corrido de lápiz. “¡Esa no soy yo!”, exclama mientras las lágrimas le brotan de nuevo. Entonces se pregunta: “¿El bebé que llevo en mis entrañas será de Jekyll o de Hyde?”
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