Jesús Emilio Gómez Saldarriaga
Hace tiempo ya, una vez graduado, fui a La Secretaria de Salud Pública para saber qué Municipio estaba vacante y encontré a Betulia, en el suroeste antioqueño, que llevaba tres años en esas condiciones, debido al temor que infundía un médico que se había quedado después de cumplir su período rural, tenía unos buenos amigos guardaespaldas que lo acompañaban a los municipios vecinos Urrao, Concordia y Bolívar, para asistir a las galleras con muy buenos resultados gracias a la selección de gallos bien entrenados y alimentados con fama de invencibles. Es prudente anotar que en dichos municipios, la violencia de los años 50 y siguientes fue muy intensa sobretodo en Betulia. A mi llegada en 1954, el orden público requería un alcalde militar.
El historial y el comportamiento de los amigos del Doctor Villa, desanimaron a varios condiscípulos colegas, cuando intentaron ir a ese municipio, fueron atemorizados por el peligro que corrían en su integridad física. Algunos que se arriesgaron debieron escapar de inmediato.
Yo fui el cuarto en recibir tan loables concejos, esta vez por una persona que quería congraciarse conmigo que dijo: “Doctor buenas tardes. Usted no me conoce a mí. Yo soy Luis Eduardo Hurtado, vivo a la entrada del pueblo, acabo de escuchar una conversación de los guardaespaldas del Doctor Villa que hablaban entre sí, en la que decían: Azael esta misma noche le arrancamos la placa a ese mediquito, le hacemos unos disparos a la ventana y verás que se madruga. Doctor con mucho gusto le consigo carro para que se regrese y evite problemas”.
Señor Hurtado – le dije - no se preocupe, no hay necesidad de carro. Yo no me voy a madrugar. Que vengan para arrancar la placa. Veremos qué pasa. De todos modos yo le agradezco su información.
El confidente salió un poco defraudado, por la falta de acogida a sus palabras y de alguna demostración de pánico de mi parte, circunstancia que había sido aterrorizado a mis antecesores.
Es de entender que ese detalle, no alegró a los conspiradores, que nunca llevaron a cabo su plan y confirmaron el dicho paisa que dice: “una caña a tiempo vale más que una semana de molienda”
A las pocas semanas atendí un niño de unos siete años con una fractura de Colles, a quien apliqué el yeso respectivo, comprado en la farmacia Médica del doctor Villa, quien al enterarse del valor total de los costos manifestó desagrado diciendo:” Eso es lo que hacen esos médicos nuevos. Explotar la gente”.
Al día siguiente en horas de la mañana fui donde el Doctor Villa a preguntarle el motivo de su aseveración. De inmediato con una jovialidad inusitada me dijo:” Estimado colega ya empiezan a tratar de sembrar la enemistad y la discordia entre nosotros, todo lo contrario a mi me pareció muy favorable lo que hiciste, no le pongas atención a esos infundios”. Nos despedimos y entendí la calidad de falsedad que encubría, con su arrogancia y físico similar al de Jorge Negrete, el famoso cantante mexicano.
Días después - un miércoles compensatorio - me madrugué en una mula, comprada por mi padre, experto arriero en su juventud. La mula de buena estampa y gran resistencia para la carga, resultó de silla, consiguió una velocidad envidiable. Me correspondió ir a practicar una necropsia, al corregimiento de Altamira acompañado por una escolta de dos soldados en sus cabalgaduras, que solo llegaron a su destino seis horas después cuando yo había cumplido la misión y regresaba de nuevo solo, porque mis compañeros asignados no tenían ánimo ni en qué cabalgar.
Recuerdo que en la primera semana que viajé a Altamira llegué temprano. Estaba dispuesto a trabajar y repartí unas hojas volantes por intermedio de unos muchachos del pueblo, donde anunciaba mi nombre como nuevo médico oficial apoyado por la Secretaría de Salud Pública. La noticia resultó muy eficaz y el trabajo intenso, circunstancia que retrasó mi regreso que debía ser a las dos de la tarde. Huelga decir que cuando llegó el Doctor Villa con sus amigos no había que hacer y se regresaron rápido.
Al momento de salir un agente vendedor de textiles, se unió a mí. Después de cuatro horas ya estábamos en plena noche, cuando al pasar por la casa de la finca Orizaba, situada a la vera del camino nos dispararon varias veces, yo de inmediato hice fuego dos veces en dirección al lugar y apresuré el paso solo, porqué el compañero había desaparecido veloz y al llegar al pueblo informó presa de la agitación y el pánico: “Atacaron al médico oficial”.
De inmediato salió una comisión encabezada por el Personero a mi rescate y al allanamiento de la finca, con quien me encontré al ingresar al pueblo por la calle El Chispero. En la diligencia decomisaron un revolver, una escopeta y registraron un impacto de bala en la baranda del corredor, que por fortuna no hizo daño en ninguno de los espectadores del incidente, a todas luces instigado por los guardaespaldas de Villa.
Es de anotar que a partir de esa fecha gané el prestigio de valiente entre la población en general. Yo seguí mis desplazamientos sin problemas hasta una vez que fui a la vereda El Yerbal por un labriego para atender a su esposa postparto, porque “se le habían quedado las compañeras” (retención de placentas). Cuando íbamos a llegar a una fonda a orilla del camino, un joven llamado Jaime Vélez se mostró inquieto con mi presencia, porque mal interpretó mis atuendos que incluían sombrero de corcho, de los que usaban los ingenieros, los cazadores en safaris, los curas párrocos etc. El temía ser delatado a mi regreso y sus amigos trataban de calmarlo Yo me adelanté y le dije:”Tranquilo don Jaime yo no soy ningún sapo. Si lo fuera no vendría por aquí. Usted sabe a que vengo, y agregué: ¿que están tomando muchachos? Pedí cervezas para todos y prometí volver a pasar y así lo hice. Claro que yo tenía oportunidad de otra ruta pero dadas las condiciones en que estaba no era muy saludable para mí futuro.
Cuando regresé habían terminado las cervezas y querían seguir en otra fonda cercana. El señor Jaime estaba esperando que le llevaran su cabalgadura. Yo le propuse llevarlo al anca de la mía, lo cual aceptó. Repetimos las cervezas y me despedí. Días después supe los comentarios sobre mi “nuevo amigo”, nadie se explicaba cómo lo había llevado, con la fama de matón que tenía, incluso durante ese recorrido había pensado en darme un tiro y recuperar mí arma. Lo cierto del caso fue que después del episodio quedó “una amistad”, que hizo que con periodicidad me invitara a las fondas periféricas del pueblo como “La Raya”, a la salida para Concordia o el Boquerón, a la salida para Urrao.
Además de las incidencias anotadas, en varias ocasiones fui víctima de acusaciones gratuitas, ante la Secretaría de Salud Pública, que respondí de inmediato para clarificar mi conducta y terminar bien el año rural. Fue entonces cuando centenares de ciudadanos enviaron un memorial, para solicitar mi permanencia, la cual se prolongó por más tiempo, muy a pesar de los esfuerzos de un grupo de comerciantes que añoraban al colega anterior, quien al darse cuenta de la baja rentabilidad de sus negocios, abandonó la localidad.
En el año 57 partí para Cali, ciudad acogedora que siempre había admirado desde estudiante, por su gran prestigio, de sultana del Valle, sucursal del Cielo. Me radiqué en el Barrio Obrero como médico general, con énfasis en pediatría, hasta el 2003 cuando cumplí los cincuenta años, de haber egresado de Universidad de Antioquia.
Ahora espero con la Ayuda del taller de Palabras Mayores, ordenar mis ancestrales vivencias.
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