Eliseo Cuadrado del Rio
No creo que me hayan abandonado en medio de tan tenebrosa tempestad.
No creo que se hayan escabullido en los botes salvavidas.
Que no fueran capaces de percibir que el barco se estaba hundiendo.
Que ya no soportaba los embates del mar,
como cuando lo bautizamos con champagne en el dique seco.
Todos sabíamos que el viaje es obra del destino
y que estábamos dispuestos a morir juntos.
Al amanecer hicimos simulacros y promesas suicidas,
En vez de a rezar el padrenuestro.
Todos los tripulantes habíamos nacido en el mismo barrio
y éramos cómplices de aventuras y hermanos de sangre.
Y sin saberlo empezamos a navegar en el mismo barco.
Y yo pensaba con profundo orgullo que valía la pena ser su capitán.
No supimos jamás cuando zarpamos
Pero si, que todo fue bien por mucho tiempo.
Pero un amanecer empecé a percibir cambios en la tripulación,
captaba su indiferencia desde el puente
Y me ignoraban como a un fantasma de lobo de mar.
Siempre los busqué, sin dejarles entrever que su compañía era mí más grande tesoro.
Y aunque estoy en altamar aferrado a esta tabla
no creo que me hayan abandonado. Todavía.
Antes de llegar a creerlo, los perdono.