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jueves, 16 de septiembre de 2010

La mordida

Eliseo Cuadrado del Rio

                                                                      
A pesar de la oposición de las futuras consuegras los preparativos para el doble matrimonio siguieron su curso. Todos los problemas habían sido superados, menos el que presentaba la lista de invitados. Muchos nombres eran tachados por unos y vueltos a colocar por otros, con  dificultad duplicada.
Ambas familias eran agüeristas y la noción del riesgo que corrían al contraer matrimonio el mismo día, no se le escapaba a nadie, pero las novias se burlaban del temor de sus mayores.              
La madre de Susana era la más preocupada por haberle trasmitido a su hija, no solo su belleza física, sino su capacidad para disparar todos los sentimientos del sexo opuesto sin importarle las consecuencias. Era una coqueta integral.    
Los hermanos, Genaro y Felipe  se casaron el mismo día con las hermanas, Susana y Gabriela, quienes han vivido felices como cuatro personas normales en un apartamento de dos alcobas. Los temores de la madre de Susana  por lo pronto eran infundados.
La compatibilidad y la armonía  reinaban en la pequeña familia y la situación se mantuvo estable hasta que cierto día Genaro llegó con la noticia perturbadora: La Empresa lo había trasladado a otra ciudad. Ya Susana sabía que le avisaría tan pronto se instalara en las condiciones especificadas por ella.
 Planearon una gran fiesta de despedida en un restaurante muy elegante, donde el brindis se hizo con champaña al que siguió bebidas más fuertes. El ambiente era lúdico aunque todos estaban tristes por dentro. Nadie había notado que Gabriela lo estaba mucho más al presentir que las cosas empeorarían.
En el apartamento quedaron dos mujeres y un hombre quienes guardaron las reglas de la moral  occidental.
Muy juicioso Genaro cumplió su palabra y le informó a Susana los datos del vuelo agregando que la estaría esperando. Por obligada cortesía, Felipe y Gabriela acompañaron a Susana al aeropuerto.
Durante el abrazo de despedida Susana se dejó morder la oreja de Felipe segura  que la caricia pasaría desapercibida por Gabriela. En el acto Susana sintió que algo tenía dentro del caracol de su oreja derecha.  A solas, en el baño, exploró su oído y encontró un diamante que calculó en dos quilates. 
 No han vuelto a encontrarse los cuatro. Pero la relación entre Gabriela y Susana ha cambiado.
Las charlas telefónicas, no se han cumplido. El chat  todavía no se ha iniciado y de vez en cuando se intercambian mensajes con  imágenes polícromas ajenas al problema subyacente.
 Cuando se quedan solas, cada quien donde se encuentre,  atan cabos sueltos llenas de angustia. Han llegado a tejer una red de hipótesis macabra sin tener  evidencias.
          Felipe tiene pesadillas frecuentes en las que flota cerca de Susana, arrastrada por el viento que la deja sin ropas. Él trata de alcanzarla pero rotan ingrávidos separados por la mínima distancia. Despierta agitado con una conocida sensación bajo su pubis.
 Genaro vivió dichoso algún tiempo,  hasta cuando sonó el teléfono y escuchó la inconfundible voz que siempre había temido.
        

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