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lunes, 25 de noviembre de 2019

No hubo regalo







Jorge Enrique Villegas M.

  
                 Las voces de quienes jugaban en el parque, el movimiento de las ramas y la claridad del día lo distrajeron. Por eso no vio ni escuchó al auto que lo tiró contra la cuneta. Gustó el sabor de la sangre y percibió distante los cobres y tamboras de la música que ponían en la radio de la tienda cerca de donde estaba: “…Plantación adentro camará, es donde se sabe la verda…”. Con movimientos torpes se aflojó la bufanda que lo ahogaba. Se arrastró y recostó junto al único árbol de guayabo que quedaba por ese lado del parque. Se pasó una mano por la boca y limpió la sangre que no pudo evitar. Creyó ver en ráfagas, escuchó en resonancia y sintió un entumecimiento que lo alejaba de todo.  Así comenzó la entrada a lo inefable. Cerró los ojos.  “…Y lo enterraron sin llorá…”

El rincón donde nacen y mueren los fantasmas


Eduardo Toro




    Cuando la casona se envuelve en la penumbra y las horas de la soledad se clavan en las entrañas como un dardo que paraliza los sentidos, ronda por todos los rincones el silbido de un viento fantasmal. Caridad, pone sus oraciones como escudo, se apretuja contra el rincón de la cama, se arrepiente de todos sus pecados, se santigua con la mano empapada en agua bendita y cierra los ojos con fuerza para no ver danzar a los fantasmas. Poseída por el miedo promete, ante el cuadro de la Virgen de los Dolores, que llegada la luz del día pedirá ayuda al padre Roberto, para que, de una vez por todas, espante de su casa a los fantasmas que no la dejan dormir.