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miércoles, 29 de marzo de 2023

Amor bajo el opio de la luna


La noche toda nuestra: la brisa,

La oscuridad y las estrellas.

Fuiste mía bajo el opio alucinante

De la luna y   mío fue también

 El incendio de todas tus caricias.

 

 Asidos de la mano caminábamos.

 En un instante, la ráfaga de un trueno

Rasgó las vestiduras de la noche,

 Humedeciendo en tus ojos almendrados

 La ondulante llamarada del deseo.

 

Entonces palpitaron como alas

Los impulsos de un vértigo escondido,

Tu cintura fue presa de mis brazos,

Y tu boca, dos pétalos abiertos,

Unidos con pasión a mi lujuria.

 

Desnudos, bajo el marco plateado

De las nubes, tú fuiste ánfora

Y yo fuego, cuando encendimos

La lámpara interior del desenfreno

Con los destellos del opio de la luna.

 

Tus senos de fina orfebrería,

Provocaron la comba de mis manos

 Que como arcilla se escapaban de mis dedos.

Y fuiste sabia al ofrecerme

 El fruto madurado del deseo.

 

Me sentí pirata en un mar de tempestades

Timoneando un barco con las luces apagadas

 Sobre las olas morenas de tu carne.

Y fue la entrega, la pasión y el éxtasis

Bajo el opio alucinante de la luna.

 

Como un canto lejano

Se quedó en mi memoria detenido

Tu último gemido.

Aquel gemido musical y largo que insinuaba

La dualidad de estar plenos y vacíos.

 

 Eduardo Toro Gutiérrez



martes, 21 de marzo de 2023

Un ejercicio de voces

 Alexandra Correa

PRIMERA PERSONA 

La pantalla del computador está en blanco, el cursor titila impaciente, desesperado como quien espera al ser amado y no llega. Tecleo algunas letras y de nuevo las elimino.  Me decepciono y apoyo mi frente en la mesa, los pensamientos divagan, trato de dar rienda suelta a mi imaginación. Me pregunto: ¿En qué momento la mente quedó en blanco igual que una hoja de papel? ¿Por qué las ideas no me fluyen? 

 Cae la noche y con ella la penumbra, sombras de árboles penetran por mi ventana, el sonido incesante de los grillos retumba en mis oídos. De repente la veo venir muy elegante con su sombrero de ala ancha. Se sienta en la poltrona que tengo al lado del escritorio, escucho que me susurra al oído: empieza a traer tus recuerdos, quiero que te pongas nostálgica.  La miro de reojo y pienso, ya llegó esta vieja a dañar mis emociones.  ¡Claro! Quiere que me ponga de víctima, desea intimidarme, pretende que me inunde la tristeza. Echo la vista atrás y recuerdo a mi abuela cuando me decía, ponga la escoba atrás de la puerta, si quieres que esa visita inoportuna se vaya. Miro con cierta suspicacia a la vieja Soledad, sabe que hoy estoy dispuesta a librarme de ella a como de lugar. De lo más profundo de mi ser sale un grito agónico y espeto: ¡Lárgate hoy estoy acompañada de “ellos”! Entonces no tiene mas remedio que dar media vuelta e irse. Miro fijamente el escaparate donde guardo mis libros. Los repaso, uno a uno. El tacto permite que las letras vayan penetrando de manera que recuerdo cada historia, cada imagen, hay una conexión sublime transmitida por los autores. Voces atrapadas deseando que alguien las escuche. Los voy trayendo uno a uno en mi regazo, como quien tiene bajo su cuidado un ser indefenso, débil, esperando cariño.  Todos los libros organizados en forma de abanico encima de mi cama, me brindan calor, susurran ideas brillantes para mi próxima historia, los párrafos se van alineando, cada uno quiere lucirse a su manera. Les pido que me acompañen en esta historia que sean mis héroes y villanos según lo prefieran. Empieza a clarear y con ella mis ideas a fluctuar. Cuando menos lo espero aparece la bola de pelos. El minino… maúlla, ronronea, acaricia el entorno de mi pierna cuando estoy en mi escritorio tecleando de una manera sosegada, me pide compañía no sabe si para mi o para él, se acuesta con sigilo a mi lado, no exige, no habla, pero lo entiendo, comprendo su soledad, ese momento será nuestro.

Palomas bajo la nieve

 Eduardo Toro

 “Sin darse cuenta, a través del cuerpo incorrupto de su hija, llevaba ya veintidós años luchando en vida por la causa legítima de su propia canonización”

Cuento La Santa de GGM

 

La primavera estaba rezagada, el invierno con un manto inclemente de nieve mojada cubría las colinas de Roma. La radio y la televisión alertaban sobre una tormenta que, en pleno inicio de la primavera, azotaría a la ciudad por espacio de por lo menos cuarenta y ocho horas. Anunciaban que los vientos helados llegarían con peligrosas ráfagas de hasta ciento ochenta kilómetros. Las alarmas se accionaron cuando el fenómeno que no tenía antecedentes se acercaba, etiquetado con el nombre de “La bestia siberiana”.

Cerraron aeropuertos y carreteras, alertaron sobre posibles interrupciones en el sistema eléctrico, invitaron a la prudencia y a tomar suficientes abastos, ordenando a la población no abandonar sus casas y refugios. La ciudad estaba desierta y blanca como un descomunal pastel de boda.

Diluvio

 Carmen Elisa Piedrahita

Y allí estoy yo, caminando en medio de una tempestad que parece ponerse peor a cada instante. Es como si las compuertas del cielo se hubieran abierto todas al mismo tiempo. Los rayos caen tan cerca, que en cualquier momento alguno podría castigarme por mi terquedad. Han pasado cinco minutos desde que inicié mi retorno y ya estoy arrepentida de no haber escuchado a mis compañeros de gimnasio. Me pidieron, me suplicaron, que no saliera en medio de este diluvio. Pero ya no hubo marcha atrás. Eran más de la cinco de la tarde, y yo tenía que salir de allí.

Me puse la sudadera encima de la lycra, una toalla en la cabeza y comencé mi camino. Las calles están desoladas, no hay carros. El agua golpea mi rostro con fuerza, como si me amenazara con algo peor. Comienzo a rezar.

Mi residencia en Bellaggio

 Jesús Rico Velasco

 



En la provincia de Como, región de la Lombardía a los pies de los Alpes italianos se encuentra Villa Serbelloni de la Fundación Rockefeller. Un centro de intercambio cultural e interdisciplinario desde hace más de sesenta años. Un espacio boscoso con más de 50 acres, dotado de una vista panorámica de  azules sublimes  y  aguas trasparentes y puras en las que se mueven  truchas,  sardinas y peces de todos los colores.

El corazón grande de papá

 

Gustavo Urrego Grueso

La última pelea entre mis papás me llegó como un enredo de voces que se coló por debajo de la puerta del cuarto. Papá vomitaba palabras con furia. Ya estoy harto, me largo de esta casa. Me quiero ir bien lejos. Yo no lograba entender. Como si no le importara, escuché a mamá decir, si quiere irse no hay problema, la puerta está abierta. Un gran silencio acabó la discusión.

Bahía Solano

 Adriana Lucia Yepes Palacio

                                                      

            

                                                     Hace 28 años cuando iba para  Bahía Solano (Chocó) me dijeron: “Usted entrará llorando, porque no se querrá ir para allá”. Lo que nunca me dijeron era que también lloraría al momento de salir, porque no me quería ir.

Llegó el trasteo. Buena parte de las cosas se mojaron y se dañaron a la intemperie en un buque de la Armada Nacional, los electrodomésticos no los empaqué porque sabía que el municipio no contaba con energía eléctrica.

Vivía en un puesto destacado de la Armada, a unos veinte minutos caminando del centro de Bahía. Me acompañaban dos infantes de marina, uno cargaba en sus hombros a mi pequeña hija de dos años y el otro nos cuidaba, estábamos en una zona de orden público. El paraguas y las botas pantaneras hacían parte del atuendo, recuerdo que por el tamaño de mis pies las botas lucían un hermoso pato Donald y su caña de pescar a cada lado, podría decir que iba en sincronía con mi hija.

lunes, 6 de marzo de 2023

Haití: un paraíso olvidado

  

Jesús Rico Velasco

 

Salí del aeropuerto de Cali a  Miami, era el sábado 18 de agosto de 1984, en un vuelo  con conexión de la  Aerolínea del Caribe con destino a Puerto Príncipe. Iba  invitado por la Oficina Panamericana de la Salud, como asesor en el Programa Materno Infantil. Eran las diez de la mañana   cuando  anunciaron el retraso del vuelo 247 con destino Puerto Príncipe por mal tiempo.  En la sala de espera  un grupo de pasajeros, en su mayoría negros haitianos y unos pocos turistas. Se  mostraban preocupados por el mal tiempo, vientos violentos amenazan la isla desde finales del verano y comienzos del otoño. 

A las cinco de la tarde el vuelo despegó y en cuatro horas el avión llegó  al aeropuerto  de Puerto Príncipe.. Pasé  por inmigración asistido por un  facilitador enviado por la OPS  a la revisión aduanera. Los funcionarios hablaban por un  alta voz en un idioma afrancesado que no entendía, colocaron  las maletas sobre  un mesón de cemento y preguntaron: «¿Es esta su maleta?»

miércoles, 1 de marzo de 2023

Luna roja

 

Adriana Lucía Yepes Palacio


                      Desde el Cerro de la Bandera en Puerto Carreño, departamento del Vichada, se divisa Venezuela y la confluencia de los ríos Bita y Meta en dirección al Rio Orinoco. Son trescientos sesenta grados de una sabana que no parece tener fin, interrumpida por unas rocas prehistóricas donde me detuve a observar hace más de veinte y cinco años el llano, donde hay espacio para delfines y atardeceres rosados que insinúan las conocidas lunas rojas que solo he visto en ese lugar mágico de historias, colores, aves y absurdos contrastes de colonos, llaneros e indígenas guahibos, quienes pasaron de ser población nómada y recolectora a ejercer la mendicidad y el reciclaje.