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lunes, 6 de marzo de 2023

Haití: un paraíso olvidado

  

Jesús Rico Velasco

 

Salí del aeropuerto de Cali a  Miami, era el sábado 18 de agosto de 1984, en un vuelo  con conexión de la  Aerolínea del Caribe con destino a Puerto Príncipe. Iba  invitado por la Oficina Panamericana de la Salud, como asesor en el Programa Materno Infantil. Eran las diez de la mañana   cuando  anunciaron el retraso del vuelo 247 con destino Puerto Príncipe por mal tiempo.  En la sala de espera  un grupo de pasajeros, en su mayoría negros haitianos y unos pocos turistas. Se  mostraban preocupados por el mal tiempo, vientos violentos amenazan la isla desde finales del verano y comienzos del otoño. 

A las cinco de la tarde el vuelo despegó y en cuatro horas el avión llegó  al aeropuerto  de Puerto Príncipe.. Pasé  por inmigración asistido por un  facilitador enviado por la OPS  a la revisión aduanera. Los funcionarios hablaban por un  alta voz en un idioma afrancesado que no entendía, colocaron  las maletas sobre  un mesón de cemento y preguntaron: «¿Es esta su maleta?»

 «Si, esa es.» Les contesté sin mayor preocupación.

«¿De dónde viene el pasajero?»

«De la ciudad de Cali, (Colombia). » 

Estaba seguro que no les interesaba el lugar de procedencia. Si lo habían escuchado.

 «Vamos a abrirla para mirar su contenido y verificar sus pertenencias. ¿De acuerdo.?»

 Abrieron la maleta, la revisaron  con la cara hacia los asistentes de aduana, la cerraron y me la pasaron.  En la salida una persona sostenía una hoja de papel  con mi nombre escrito. Era el chofer de la OPS.  Me saludó con cortesía dándome la bienvenida. Condujo hacia al hotel    por una carretera estrecha, pavimentada y  sin iluminación.  Ascendió  por  una  colina  hasta llegar a una plazoleta en donde se encontraba  el hotel  las Américas. Un edificio  de  cuatro pisos con un bonito lobby  y  recepción elegante. Hacia las 10 de la noche me ubicaron en una habitación en el segundo piso con  vista  al puerto.   Salí a buscar  algo para comer y de regreso   al abrir la maleta descubrí que la cámara  fotográfica, que llevaba a mis viajes por tantos años, había desaparecido con todos sus aditamentos. Las conversaciones y búsqueda en el hotel  fueron en vano.  En mis cavilaciones nocturnas llegué a la conclusión de que había sido en la revisión aduanera. 

El domingo  al bajar noté  que habían muy pocos huéspedes en el hotel.  El chofer  llegó a recogerme para asistir a una reunión informal de los miembros de la comisión de asesoría al  Ministerio Salud Publica en el centro de la ciudad.   El grupo estaba integrado por la Dra. Margaret Flesher economista  de la Universidad de George Washington  (USA).   El Dr. Oswaldo Cruz médico ginecólogo de los servicios de salud en Buenos Aires (Argentina) y yo como sociólogo demógrafo, profesor de la Universidad del Valle en Cali. Nos reunimos  con el Director de la OPS quien nos dio un caluroso saludo. Conversamos un poco sobre el programa a realizar, hicimos comentarios del viaje, las dificultades   con los vuelos, y  por supuesto, les compartí la desgracia de haber perdido mi cámara fotográfica.

 Decidimos   movernos de los hoteles en donde estábamos hacia un lugar más central, cómodo y económico. La idea era juntarnos en un sitio   recomendado por expertos de otras asesorías conocido como la “Maison de Santos”, en donde ya estaba ubicado Oswaldo el medico argentino. Madame Santos nos recibió  alegre, con gran camaradería y  contenta de tenernos como  huéspedes. Alrededor de la piscina  conversamos y tomamos  algunas cervezas para amortiguar el calor de la tarde.

 Desde el primer momento tuve una cierta empatía con Margaret, la experta americana.  Una gringa bonita de piel muy blanca que necesitaba asolearse.  Pelo corto, mediana estatura y ojos claros. Muy alegre  con una boca preciosa y porte  a lo “Marilyn Monroe”, de unos 30 años.  Le pedimos que hablara en  inglés o en español para comunicarse con  nosotros pues intentaba hablar en un francés desconocido  y no se le entendía nada.

 Haití es un paraíso de la naturaleza.  Un resultado histórico de las intrigas y enredos   narrados en los libros de historia. Una población aborigen esparcida por la geografía antillana   atravesada por la colonización española y los entretelones de la revolución  Francesa y su participación  en América. Para la época fue la primera república “negra” del mundo, habitada y gobernada por negros y mulatos. Después de un movimiento independentista promovido desde 1804  y culminado en 1811, con el primer Imperio  proclamado por Henri Christopher como Enrique I. Este proceso termina en 1820 con la reconquista del norte de Haití por el general Petion y el establecimiento como presidente del general Jean Pierre Boyer. El resultado histórico produce una división geográfica con características socio culturales particulares . La isla “La Española” con el tiempo termina dividida en dos territorios independientes.  La República Dominicana en el extremo norte con  concentración de dos tercios del territorio como resultado de la colonización española.  Y en el lado sur oeste  la república de Haití independizada  de Francia en donde se habla el “creole”. Una mescolanza  entre los dialectos aborígenes y el idioma francés.

 La población estimada para 1984 era de 6.387.000.  Gobernada por Jean Claude Duvalier (hijo)  con un manejo  de mano dura y utilización de los poderes ocultos del “vudú” para reforzar su poder y las fuerzas del “ Tontón Macoute “ como  policía secreta y milicia personal heredada de su padre “Papa Doc”, para subyugar  las protestas en los barrios populares  y las aldeas  rurales. Jean Claude después de muchas protestas huyó a Francia el 7 de febrero de 1986.  

 Haití como país tenía un bajísimo nivel de vida y una pobreza  extrema  extendida por todo el territorio para más de la mitad de la  población. En algunas partes, especialmente urbanas marginales,  la gente sufría, de física hambre y  un desempleo desolador.  Parte de su bienestar dependía de la ayuda externa especialmente de los Estados Unidos y del soporte de las iglesias cristianas y las misiones católicas. La tasa de mortalidad infantil era una de las mas altas del mundo por encima de 124 defunciones de niños menores de un año por cada 1000 nacidos vivos. La tasa total de fecundidad era alarmante con participación  de niñas menores de 15 años. El panorama de salud era  desalentador con una pobre participación del Estado en sus 10 Departamentos con déficit de  especialistas, médicos, enfermeras, promotoras y atención popular.

 Para terminar de ensombrecer este panorama, en 1984  de ese verano  la   prensa mundial publicó el siguiente encabezado: “El VIH conquistó América desde Haití y  Nueva York”. Me dolía el alma presenciar el abandono de los muelles en Puerto Príncipe. Los barcos,  cruceros, y con ellos los turistas, desaparecieron como  por arte de magia. Ahora Haití  estaba involucrado con la salud pública mundial en los principales periódicos.  Justo ahora, cuando estaba  invitado por la OPS para asesorar al ministerio de salud Haitiano en el programa materno  infantil. El VIH (Virus de inmunodeficiencia humana)  había surgido  en Africa y  diseminado  a través del contacto social y sexual en poblaciones con alto riesgo de transmisión. Recordaba haber escuchado hablar de  este virus cuando estaba en Kinshasa  a finales de 1980. Al igual que  del virus de Ébola y  algunos casos  de la parálisis de Feshi. La noticia de la identificación clínica como un  retrovirus   altamente patógeno causante de la muerte,  y la clasificación horrorosa de los pacientes identificados por el CDC de Atlanta (USA)  señalados como: homosexuales, bisexuales, usuarios de droga,  “haitianos” y otros.  Como si fuera un estigma el pertenecer a un  lugar tan hermoso como Haití.

 El sector turístico fue el más afectado.   La pérdida de  las visitas de los cruceros provenientes de los Estados Unidos especialmente de Miami.  Los turistas que colmaban los hermosos hoteles de las playas desde Puerto Príncipe al sur, pasando por la región atractiva de Gonaïves y terminando en el pleno norte con Cabo Haitiano en las lindas playas de Cormier no regresaron. Al igual que  los turistas europeos que llegaban directamente por el norte y  visitantes que cruzaban  la frontera con  la República Dominicana. ¡Qué pesar ser haitiano!  Una nacionalidad  usada por científicos inescrupulosos en la clasificación para VIH.

 La epidemia del VIH inicialmente se convirtió en pandemia en el ámbito mundial con controles extremos  en los países occidentales. Pero en Haití, junto con mis colegas,  presencié los efectos reales en el manejo de la salud y en la economía al pasear las calles con gente empobrecida pidiendo ayuda, los muelles de Puerto Príncipe desolados,  las trabajadoras sexuales marginadas  y sin clientela, los travestis  y homosexuales señalados y rechazados. El aumento exagerado  en el hospital central,   de adultos jóvenes y pacientes consultando por  enfermedades de trasmisión sexual. Se notaba el temor  y la  actitud marginalizadora en la atención, en los consultorios,  en las  relaciones entre la gente,  y en las distancias al caminar en la calle.

 Nuestro equipo de trabajo debió reunirse con el director nacional de planeación el Dr. Agustín (Medico Director) en un  encuentro en el  Ministerio de Salud.  Nos habló del sistema de salud y la presencia en la atención con énfasis en el programa materno infantil   La vigilancia nutricional se basaba en el modelo dirigido por el Dr. Nevin S. Scrimshaw  de la Universidad de Harvard,   utilizando  las gráficas de peso, talla  y edad, registrados y mantenidos en las historias clínicas de los niños   en los consultorios y puestos de  salud de las áreas periurbanas y las zonas  rurales.

 Durante los primeros días realizamos visitas a los centros y puestos de salud en las áreas marginadas  en Puerto Príncipe y algunos lugares hacia los cabos del sur  y regresábamos   a la Pensión en la tarde. Hacia la mitad de la semana tomamos la ruta norte por una carretera asfaltada de doble vía que conecta  la  capital  con el puerto de Gonaïves y termina en Cabo Haitiano en la frontera con  la Republica Dominicana.  Tres días visitando los puestos y consultorios,  compartiendo la vida rural haitiana, con sus  rudimentarias viviendas pero contagiados por el paisaje. Compartiendo unas pocas horas de su diario vivir, con hombres, mujeres y niños  inmersos en sus parcelas realizando actividades de pan coger.

 Entre  árboles de mangos y aguacates  plantados a lo largo de  los caminos  compartíamos  la  alegría de los niños trepados  jugando a recoger las  frutas  para facilitar la vida. La  alimentación básica se basaba en el consumo de tubérculos, plátanos, yuca y algunos animales como gallinas y pollos . A vuelo de pájaro se podía observar  un estado lamentable de la nutrición infantil. Una lejanía de las servicios que se adelantaban en otras partes del mundo basados  en la atención primaria en la cual se postula que el 80% de los problemas de salud pueden ser resueltos en el primer nivel de atención y el 20% restantes en las clínicas y hospitales que se ocupan de los niveles secundario y terciario.  Se observaban  programas  basados  en la demanda espontánea, con una respuesta de cobertura no mayor al 30% de la población vulnerable. Con  una ayuda de una o dos auxiliares de enfermería y dos o tres agentes de salud o promotoras rurales.

 El programa de vigilancia nutricional tenía una cobertura muy baja. La mayor parte del tiempo de las promotoras y  auxiliares de enfermería se gastaba  en  llenar   un sistema de información desarrollado por la universidad de Harvard.  En hojas codificadas  con  parámetros nutricionales de peso, talla, edad, y presencia de morbilidades . Pero resultaba absurdo, el personal de salud   no hacía uso de los datos. Los formularios realmente se diligenciaban para enviarlos a la oficina central de planeación del Ministerio y luego remitirlos a la Universidad de Harvard.

 El jueves salimos muy temprano por carretera hacia el  norte.   Visitamos dos puestos de salud rurales en las cercanías de Gonaïves,  en dirección a Cabo Haitiano. La visita a dos sitios de interés históricos y de gran reconocimiento a nivel mundial era impostergable. A pocos kilómetros de la carretera central se  encuentran las ruinas del Palacio de Sanssouci. Antigua residencia real  estilo barroco del Rey Enrique I ( Henri Christophe  quien  declaró el reino de Haití en 1811 ). Y en la cima de la montaña  “Bonnet  a L´Eveque”  a 900 metros de altura  la “ciudadela de Laferriere” declarada como patrimonio de la humanidad por la Unesco en 1982.

 Le propuse a Margaret ascender a conocer la ciudadela Laferriere, pues nuestro compañero Oswaldo se negó a subir. Realizamos una caminata forzada de una hora  en pendiente por un sendero  de herradura  hasta llegar a la cima. El asombro fue enorme. Ante nuestros ojos, imponente, se encontraba una fortaleza gigantesca   estilo medieval con  portón de entrada antecedido por un puente,   subidas precipitadas hasta llegar a una plaza central  tipo terraza.  La vista era impresionante.  El aire marino adornado por  un paisaje  que deja divisar   el mar en el horizonte  lejano. La infraestructura  es extraordinaria. Con capacidad para   albergar muchos soldados con sus familias  con ubicación estratégica para   combatir desde la cima.

 Las crónicas cuentan que el rey Henri para  probar la magnificencia de su obra, ordenaba  a grupos de soldados marchar sobre la terraza dirigiéndose de frente al precipicio.  Los soldados ubicados en  la primera fila se precipitaban al vacío y caían destrozándose contra la tierra. Era un hombre tirano, represivo, y de una inmensa crueldad. La historia verdadera o enriquecida relata que Henri, general de los ejércitos haitianos en el norte,  construyó la fortaleza en la cima de la montaña para impedir la llegada de las tropas francesas, al mando de  Napoleón.  El Emperador no podía  permitir  la emancipación de una de las posesiones  más lindas de Francia en las colonias antillanas. Siendo casi imposible conquistar la cima con los miles de soldados negros que tenía la fortaleza. La narrativa  señala que participaron en la construcción unos 20,000 hombres.    Unos dos mil murieron  durante los 15 años que duró la  construcción. La fortaleza tiene 365 cañones, aún se pueden  apreciar  y toneladas de municiones  sin usar apiladas  en los corredores  y listas para ser disparadas.

 El descenso de la cima la mayoría de los visitantes lo realizan  en caballos alquilados. Con Margaret decidimos hacerlo de nuevo a pie. Al borde de la asfixia, notaba a Margaret coloreta y acalorada.   Descendimos a la velocidad de nuestra juventud  afanados por la angustia que nos producía   saber que nuestro amigo argentino Oswaldo nos aguardaba. Después de un  almuerzo sosegado nos  dirigimos a Cabo Haitiano.  Hacia las    cinco  de la tarde llegamos y recibimos una sorpresa inesperada  del director de los servicios de salud. En la entrada del hotel cerca del centro de la ciudad nos  esperaba para   darnos un recibimiento  especial y  ofrecernos una cena compartida hacia las 6 de la noche. Luego nos informaron que  todos  los gastos de nuestra estadía en el Hotel  “Lutier “ correrían por cuenta del Director. El hotel estaba desolado, no habían visitantes ni turistas extranjeros.  En otros tiempos en su mayoría   turistas europeos  llegaban a quedarse y disfrutar de estas preciosas playas del norte de Haití, Reconocidas como las mejores, pintorescas y atractivas  del mundo, especialmente la Playa de Cormier a unos pocos kilómetros  de la ciudad.

 Era  el primer fin de semana de uso libre del  tiempo para disfrutar la cercanía del mar.  Nos encontramos los tres en el comedor para desayunar y decidir sobre las  actividades que queríamos realizar. Con Margaret propusimos irnos   los tres a las vecinas playas de Cormier. En medio de la conversación Oswaldo, un  poco atormentado por mi cercanía  con Margaret,   me miró  con un poco de  agresividad y hablando en español  me dijo:

 «!Che, colombiano  pelotudo!. Vos estas feliz  pasando las noches con la gringa. Mira a mi me duelen los huevos y no puedo hacer nada.»

 A pesar de que Margaret  no entendía le dije avergonzado por lo que acababa de escuchar:

 «Tranquilo Oswaldo,  pienso que deberíamos ir los tres a la playa. Nos  alojamos  en un Resort y regresamos mañana. No te preocupes por la americana  sólo nos llevamos bien.  Es sólo una atracción normal, pero no es como lo estas mirando.»

 «Che, te estoy viendo  y siguiendo los pasos cuando se juntan a conversar en sus habitaciones. Un poco de envidia, pero no puedo hacer nada. Mejor me quedo»

 «Si no quieres  venir  con  nosotros nos veremos mañana hacia el medio día cuando regresemos.»

 «Les deseo un buen fin de semana. Yo me quedo aquí en Cabo Haitiano, haciendo un poco de turismo por el muelle y los mercados populares. Hay muy poca gente. Este problema del VIH nos agarró a todos. No podemos hacer nada. Hay una ignorancia absoluta caminando  por todas partes. La gente no se   da cuenta  de la gravedad de la situación.»

 Margaret nos miraba sin entender nada. Le expliqué la decisión tomada por Oswaldo. Ella y yo habíamos congeniado.  Compartir una que otra caricia ,  besos miedosos mientras conversábamos en nuestras habitaciones,  alejados de las miradas de Oswaldo que nos señalaba  como mal portados.  El inglés facilitaba  nuestras conversaciones y la relación. El amigo argentino por su desconocimiento del francés y del inglés casi absoluto estaba muy limitado  al uso del español.

 Esa encantadora mañana de sábado  salí con Margaret a  uno de los Resorts de la Playa de Cormier reconocida como una de las más hermosas  del  mundo. Nos despedimos de Oswaldo y tomamos un taxi. El recorrido, muy corto bordeando el mar  por una carreta semidestapada pero de suave  transitar  nos llevó en cuestión de  20 minutos  a las puertas de un  Resort Hotel campestre magnífico.

 Éramos  dos personas con un maletín  cada uno para pasar  una  noche. Dos  desconocidos unidos por un  trabajo de asesoría pasajero.   Queríamos ser felices en medio de la adversidad de nuestras vidas y un  ambiente  que  se construía  día a día.  La habitación elegante,  un baño  amplio y limpio con suficientes toallas de baño y  playeras para tirarse en la arena.  Un agradable porche  con dos sillas  y soñadora vista   al  mar.

 Nos pusimos los  trajes de baño y salimos alegres hacia la  playa. Las olas     tocaban suavemente   las orillas del mar.  Unas sillas playeras   acomodadas debajo de  palmeras cocoteras  y unos arbustos de hojas  verdes brillantes   realzaban  la belleza  del lugar. El mar cristalino de aguas cálidas recibieron nuestros cuerpos  en unas zambullidas infantiles  jugando y riendo alegres. Animando el coqueteo  de nuestras pieles  en el agua. Nos metíamos en el mar, nos tirábamos en la arena, mientras el sol empezaba a calentar. Margaret feliz se embadurnaba  sus cremas  en la piel, para reducir la exposición a la luz del sol, de pronto coger un poquito de color y conversar  sobre nuestras vidas.

 En este viaje me acompañaba un momento familiar difícil. Las dificultades en mi relación matrimonial   me atormentaban. Estaba viviendo solo en uno de los apartamentos que tenía en  la ciudad de Cali.  Habíamos convenido un período de separación y espera para  reducir  los disgustos y las discordias que   llegan  en las uniones matrimoniales.  El  viaje de trabajo resultaba perfecto para este propósito. En la conversación con Margaret fui muy abierto.  Con   sinceridad le hablé de mi vida y los momentos por los cuales estaba pasando. Sin  muchos detalles  para no empañar el momento  feliz que vivíamos los dos. Le comente que tenía dos hijos. Una niña de 7 años y un hijo de 9 años  que  estudiaban en un colegio francés en Cali. Le revelé algo sobre mi pasado en  Africa y de los  tres años de trabajo  en  el programa de Planificación de la  Nutrición Humana con la Universidad de Tulane.

 La mañana fue avanzando, al igual que nuestras conversaciones. Otras   tres    parejas llegaron formando un cuadro bonito de turismo,  en unas playas demasiado grandes para tan pocas personas.  Para el almuerzo el hotel nos ofreció corvinas a las finas hierbas preparadas   en la playa frente a nosotros para nuestro deleite.  En tono galante pedí un vino blanco. Nos aconsejaron un “Márquez de Casa Concha”. Desde su lanzamiento en Chile en 1975 conocía de su existencia. Los meseros  acomodaron las mesitas individuales una a cada lado de nuestras asoleadoras. El  extraordinario menú  era servido ante nuestros ojos: corvinas de buen tamaño  generoso servidas en platos de cerámica elegantes en forma de pescado, acompañadas de una ensalada  con lechugas, tomate y aguacate y un poco de arroz tradicional preparado con hongos negros haitianos.  Y para finalizar  un  delicioso postre de helado tipo cazata italiana.

 Un derroche gastronómico avivando los sentidos. El vino blanco subiéndose a la cabeza. Las conversaciones  animadas que acortan las distancias entre los desconocidos.  Una habitación que invitaba a una ducha con agua fría. El agua suave y fresca  cae sobre los cuerpos acalorados y cubiertos de sal. Y en la proximidad de dos cuerpos que se acercan para  juntarse arrastrados por la pasión   observé  dos  pequeños puntos  rojos al lado del pezón  del seno derecho de Margaret y le pregunté:

 « ¿Qué son esos dos puntos rosados, como un par de lentejitas, al lado de tu pezón? »

 Noté en su mirada y en su respuesta una brisa de tristeza:

 « Cuando salgamos de la ducha, te cuento la  pesadilla de esas dos lentejitas.»

 No podía esperar. Salí de la ducha. Me sequé, como liebre salté sobre la cama para esperar  a Margaret.  Comenzó diciendo:

 « Un día cualquiera en las cercanías de mi apartamento en Washington, muy próximo al vecindario de York Town, decidí salir a caminar por el parque.  Me preocupé un poco pues  llevaba caminando un buen trecho arborizado y la luz del cielo se desvanecía para dar paso a la oscuridad de la noche.  De repente por entre los árboles aparecieron tres jóvenes negros.   Se acercaron y me  agarraron por todas partes. Me defendí como pude.   Por fortuna  soy fuerte y activa. Aún así, me tiraron al suelo en acto de violación. Uno de los jóvenes, el más agresivo,   trató de bajarme el jean y  quitarme la blusa. En un intento desesperado lo miré  desafiante a la cara y con la fuerza que salió de mi cuerpo, le di una  patada  sobre los testículos. Cayó a un lado doblándose de dolor. Los otros dos asustados me soltaron.   Aproveché este instante para levantarme y correr. Pero uno de ellos  sacó una navaja  y me la hundió  dos veces sobre el pecho  con una velocidad impresionante. Corrí, grité pidiendo ayuda hasta llegar al borde de la  carretera. Pase la calle.  Pedí en repetidas ocasiones ayuda en las casas que iba encontrando pero nadie atendía mis súplicas.  Observé  la sangre correr por todo mi cuerpo.   Sentí  un poco de dolor en el pecho. Finalmente,    una señora salió y  gritó conmigo por mi dolor solitario.  Llamó al número de emergencia 911 y la  policía llegó en pocos minutos, me dieron apoyo.   Pidieron refuerzos  para buscar a los tres jóvenes negros en el parque con la poca descripción que les  había dado que para mi, eran  igualitos.  Al llegar la ambulancia me dieron  ayuda inmediata para detener la sangre que brotaba de mis heridas,  y me  trasladaron al Jorge Washington Memorial Hospital  a pocos minutos del lugar.»

 Mientras Margaret relataba esta historia, sentí compasión hacia una valiente  mujer que revivía esta dolorosa experiencia como si hubiera sucedido ayer. La pena  compartida y  solidaridad inmensa frente a las circunstancias vividas hacían germinar dentro de mí sentimientos crecientes de amor humano hacia ella La noche llegó a acompañar nuestro abrazo. Grabando en mi memoria este momento que  aún conservo después de tantos años. A la mañana siguiente, nos levantamos  temprano para ir al mar,  acariciar la mañana en las orillas tranquilas de  sus aguas trasparentes.  Gracias a la vida que nos había dado esta oportunidad.  Desayunamos en la playa  como una cortesía de los meseros a nuestra visita.  La economía sostenida por el turismo europeo en esta zona de Haití, estaba completamente  arruinada. Las conversaciones  hablaban de la reducción del  paso por la frontera con Republica Dominicana. Las líneas áreas habían cancelado  sus paradas en el aeropuerto  de cabo Haitiano y sucedía lo mismo  con la llegada de pasajeros por Puerto Príncipe.  Los efectos eran graves, no solamente,  en la salud de la población de jóvenes, hombres y mujeres, sino en la actitud  marginadora  en la vida cotidiana de la gente.   

 Con Margaret, decidimos regresar caminando por la carretera arenosa que conducía a los hoteles de la Playa de Cormier.   En una hora o  un poco más estábamos conversando con Oswaldo en la sala del hotel. Hizo algunos chistes argentinos irónicos de recibimiento que delataban su envidia .  No se los comenté a Margaret, ni les presté atención. Oswaldo había utilizado bien su tiempo en el avance  de su informe de trabajo sobre la atención de la salud materna en los puestos y centros de salud visitados.

 El lunes  salimos los tres hacia Gonaïves para visitar cuatro puestos y consultorios de salud con presencia en las zonas rurales. Hicimos un mayor esfuerzo en reconocer instituciones  de salud Estatales en la región norte porque la mayor parte de la población haitiana  reside en las zonas rurales,  en aldeas y  viviendas dispersas dedicadas a la agricultura de pan coger. En las zonas costeras realizan una pesca “casera”  orientada   a la satisfacción de las necesidades alimentarias familiares con escasa comercialización .

 El miércoles en la tarde regresamos a Puerto Principie con la información suficiente y necesaria para responder a los  propósitos  de nuestra asesoría. El jueves antes de la partida  dedicamos un tiempo  a la elaboración del reporte de asesoría con tres partes :

 La salud materna analizada por el Dr. Oswaldo con énfasis en la atención prenatal, cuidados del embarazo, atención del parto con respuesta muy importante  de las  comadronas encargadas de la mayor parte  de  los partos atendidos en Haití. Un propósito importante era mejorar el entrenamiento de las parteras rurales  que enlazaban los procedimientos con creencias ancestrales amarradas a los pensamientos del Vudú y prácticas populares.  Al igual que el incremento de uso de los sistemas de contracepción modernos para  las adolescentes.

  Para Margaret,  la economista del grupo.  La administración de la salud publica era un caos. El 70% del sostenimiento del sistema  dependía de la ayuda extranjera americana. Con una importante  participación de la iglesia presbiteriana  y las  misiones católicas en  zonas rurales y  barrios  periféricos de los tres grandes centros urbanos:  Puerto Príncipe, Gonaïves y Cabo haitiano.

 Señalamos  que el análisis de la situación  nutricional de los niños menores de cinco años se hacía siguiendo las indicaciones de “vigilancia”, definidas  en el proyecto elaborado por la Universidad de Harvard  del Dr. Nevin S. Scrimshaw ( 1918-2013). La propuesta  nuestra muy sencilla, hacía énfasis  en una caracterización sistemática  del estado de salud de los niños menores para una vigilancia nutricional que cumpliera con tres principios de proporcionalidad:  niños que han mejorado  sus datos antropométricos en el período estudiado. Niños que continúan con indicadores similares. Y la proporción que se encuentran  por debajo de los estándares recomendados. De todas maneras  continuar con el apoyo en la recolección de datos para el proyecto de la Universidad de Harvard.

 El viernes en la tarde en las oficina de Planeación del Ministro de Salud presentamos el informe. El Director se mostró sorprendido por nuestras propuestas. Era urgente y necesaria una intervención internacional de ayuda alimentaria para   mejorar el estado nutricional de la población infantil. La situación de salud materno  infantil en la   Isla,  especialmente en la población  marginal urbana y rural,  presentaba indicadores bastante negativos que no favorecían a la población.

 El sábado  el representante Residente  de la OPS y su esposa en Haití nos invitaron a la playa.   Oswaldo decidió abandonar   la isla lo más pronto posible.   Sin avisar salió para el aeropuerto en las horas de la mañana. Así que sólo fuimos Margaret y yo. Fue necesario hacer un recorrido de una hora hacia el norte por la carretera asfaltada.  En Puerto Príncipe las aguas del mar están contaminadas por los vertederos de agua negras que bajan por las colinas y  van a dar al mar.  Llegamos a una playa privada con encerramiento para los autos y los escasos turistas. La gringa juvenil y alegre  me metió en un  juego con las olas del mar que golpean más fuerte   en las playas  del norte. Nos sentíamos felices bajo  la mirada vigilante del gran jefe y su mujer. Tenían sospechas   de nuestra relación amorosa   alimentadas por los rumores que  flotan en el aire y  se esparcen  a gran velocidad.  Era un amor  que nació y creció muy rápido condenado desde el principio a morir en la distancia.  Opacado por la presencia de  las realidades individuales humanas que dificultan  mantener  la felicidad interior.

 Los años han  pasado  y con ellos los recuerdos se hacen difusos. Momentos inexplicables y caprichosos de la vida desempolvan algunos y hacen que al abrir mi correo electrónico durante  las celebraciones decembrinas del 2022, después de la pandemia del Covid 19 descubra  un correo de Margaret, con noticias de su jubilación del Banco Americano y  cambio de residencia de Nueva York a Los Ángeles con su esposo Abdul. Un migrante Hindú de segunda generación que decidió  trasladar su domicilio a los Ángeles,  para estar cerca  al único hijo del primer matrimonio  ,  su mujer y sus tres  hijos. El amor por sus nietos   lo empujó a  pasar  sus postreros años  cerca de ellos.  Margaret por alguna razón quería que yo lo supiera.

                                                                                         

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