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martes, 21 de marzo de 2023

Un ejercicio de voces

 Alexandra Correa

PRIMERA PERSONA 

La pantalla del computador está en blanco, el cursor titila impaciente, desesperado como quien espera al ser amado y no llega. Tecleo algunas letras y de nuevo las elimino.  Me decepciono y apoyo mi frente en la mesa, los pensamientos divagan, trato de dar rienda suelta a mi imaginación. Me pregunto: ¿En qué momento la mente quedó en blanco igual que una hoja de papel? ¿Por qué las ideas no me fluyen? 

 Cae la noche y con ella la penumbra, sombras de árboles penetran por mi ventana, el sonido incesante de los grillos retumba en mis oídos. De repente la veo venir muy elegante con su sombrero de ala ancha. Se sienta en la poltrona que tengo al lado del escritorio, escucho que me susurra al oído: empieza a traer tus recuerdos, quiero que te pongas nostálgica.  La miro de reojo y pienso, ya llegó esta vieja a dañar mis emociones.  ¡Claro! Quiere que me ponga de víctima, desea intimidarme, pretende que me inunde la tristeza. Echo la vista atrás y recuerdo a mi abuela cuando me decía, ponga la escoba atrás de la puerta, si quieres que esa visita inoportuna se vaya. Miro con cierta suspicacia a la vieja Soledad, sabe que hoy estoy dispuesta a librarme de ella a como de lugar. De lo más profundo de mi ser sale un grito agónico y espeto: ¡Lárgate hoy estoy acompañada de “ellos”! Entonces no tiene mas remedio que dar media vuelta e irse. Miro fijamente el escaparate donde guardo mis libros. Los repaso, uno a uno. El tacto permite que las letras vayan penetrando de manera que recuerdo cada historia, cada imagen, hay una conexión sublime transmitida por los autores. Voces atrapadas deseando que alguien las escuche. Los voy trayendo uno a uno en mi regazo, como quien tiene bajo su cuidado un ser indefenso, débil, esperando cariño.  Todos los libros organizados en forma de abanico encima de mi cama, me brindan calor, susurran ideas brillantes para mi próxima historia, los párrafos se van alineando, cada uno quiere lucirse a su manera. Les pido que me acompañen en esta historia que sean mis héroes y villanos según lo prefieran. Empieza a clarear y con ella mis ideas a fluctuar. Cuando menos lo espero aparece la bola de pelos. El minino… maúlla, ronronea, acaricia el entorno de mi pierna cuando estoy en mi escritorio tecleando de una manera sosegada, me pide compañía no sabe si para mi o para él, se acuesta con sigilo a mi lado, no exige, no habla, pero lo entiendo, comprendo su soledad, ese momento será nuestro.

 SEGUNDA PERSONA

 La pantalla del computador está en blanco, el cursor titila impaciente, desesperado como quien espera al ser amado y no llega. Tecleas algunas letras y de nuevo las eliminas.  Te decepcionas y apoyas tu frente en la mesa, los pensamientos divagan, tratas de dar rienda suelta a tu imaginación. Te preguntas: ¿En qué momento la mente quedó en blanco igual que una hoja de papel? ¿Por qué las ideas no te fluyen? 

 Cae la noche y con ella la penumbra, sombras de árboles penetran por tu ventana, el sonido incesante de grillos retumba en tus oídos. De repente la ves venir muy elegante con su sombrero de ala ancha. Se sienta en la poltrona que tienes al lado del escritorio, escucha que te susurra al oído, empieza a traer tus recuerdos, quiero que te pongas nostálgica.  La miras de reojo y piensas: ya llegó esta vieja a dañar mis emociones.  ¡Claro! quiere que me ponga de víctima, desea intimidarme, pretende que me inunde la tristeza. Echas la vista atrás y recuerdas a tu abuela cuando te decía: -ponga la escoba atrás de la puerta, si quieres que esa visita inoportuna se vaya. Miras con cierta suspicacia a la vieja Soledad, sabe que hoy estarás dispuesta a librarte de ella a como de lugar. De lo más profundo de tu ser sale un grito agónico y espetas: ¡Lárgate hoy estoy acompañada de “ellos”! Entonces no tiene mas remedio que dar media vuelta e irse. Miras fijamente el escaparate donde guardas tus libros. Los repasas uno a uno. El tacto permite que las letras vayan penetrando de manera que recuerdes cada historia, cada imagen, hay una conexión sublime transmitida por los autores. Voces atrapadas deseando que alguien las escuche. Los vas trayendo uno a uno en tu regazo, como quien tiene bajo su cuidado un ser indefenso, débil, esperando cariño.  Todos los libros organizados en forma de abanico encima de tu cama, te brindan calor, susurran ideas brillantes para tu próxima historia, los párrafos se van alineando, cada uno quiere lucirse a su manera. Les pides que te acompañen en esta historia que sean tus héroes y villanos según lo prefieran. Empieza a clarear y con ella tus ideas a fluctuar. Cuando menos lo esperas aparece la bola de pelos. El minino… maúlla, ronronea, acaricia el entorno de tu pierna cuando estás en tu escritorio tecleando de una manera sosegada, pide compañía no sabe si para ti o para él, se acuesta con sigilo a tu lado, no exige, no habla, pero lo entiendes, comprendes su soledad, ese momento será para ustedes dos.

 TERCERA PERSONA

 La pantalla del computador está en blanco, el cursor titila impaciente, desesperado como quien espera al ser amado y no llega. Ella teclea algunas letras y de nuevo las elimina.  Decepcionada apoya su frente en la mesa, los pensamientos divagan, trata de dar rienda suelta a su imaginación. Se pregunta: ¿En qué momento la mente quedó en blanco igual que una hoja de papel? ¿Por qué las ideas no fluyen? 

 Cae la noche y con ella la penumbra, sombras de árboles penetran por su ventana, el sonido incesante de grillos retumba en sus oídos. De repente la ve venir muy elegante con su sombrero de ala ancha. Se sienta en la poltrona que tiene al lado del escritorio, escucha que le susurra al oído, empieza a traer tus recuerdos, quiero que te pongas nostálgica.  Le mira de reojo y piensa, ya llegó esta vieja a dañar mis emociones.  ¡Claro! quiere que me ponga de víctima, desea intimidarme, pretende que me inunde la tristeza. Echa la vista atrás y recuerda a su abuela cuando le decía ponga la escoba atrás de la puerta, si quiere que esa visita inoportuna se vaya. La mujer mira con cierta suspicacia a la vieja Soledad, sabe que hoy está dispuesta a librarse de ella a como de lugar. De lo más profundo de su ser sale un grito agónico y le espeta: ¡Lárgate hoy estoy acompañada de “ellos”! Entonces no tiene mas remedio que dar media vuelta e irse. Mira fijamente el escaparate donde guarda sus libros. Los repasa uno a uno. El tacto permite que las letras vayan penetrando de manera que recuerde cada historia, cada imagen, hay una conexión sublime transmitida por los autores. Voces atrapadas deseando que alguien las escuche. Los va trayendo uno a uno en su regazo, como quien tiene bajo su cuidado un ser indefenso, débil, esperando cariño.  Todos los libros organizados en forma de abanico encima de su cama, le brindan calor, susurran ideas brillantes para su próxima historia, los párrafos se van alineando, cada uno quiere lucirse a su manera. Les pide que la acompañen en esta historia que sean sus héroes y villanos según lo prefieran. Empieza a clarear y con ella sus ideas a fluctuar. Cuando menos lo espera aparece la bola de pelos. El minino… maúlla, ronronea, acaricia el entorno de su pierna cuando está en el escritorio tecleando de una manera sosegada, pide compañía no sabe si para ella o para él, se acuesta con sigilo a su lado, no exige, no habla, pero lo entiende, comprende su soledad, ese momento será para los dos.

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