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martes, 9 de marzo de 2021

Tarrajazo*


Yolanda Delgado

Levantó los visillos de la persiana sin ruido y la vio.

Estaba en la cocina que lucía oscura y vio que arrancaba escamas de un pescado. En una paila quemada de aceite puso una cucharada de manteca y lo asó con un poco de sal. Apagó el calor de la estufa, arremangó su delantal entre las piernas y sentada en el suelo empezó a comerlo con los dedos. Arrancaba trocitos que llevaba a su boca desdentada hasta dejar el cordón de espinas y la cola. Vació los ojos del pez, sorbió el aceite de sus cuencas y mordió la pepita que encontró en el centro. La saboreó. Cerró los ojos y recordó al abuelo que solo comía las cabezas del pescado para “ser inteligente - pero si comes sesos de gallina te volvés bruta “ - decía.

La llamó: CARMEN A ALMORZAR, pero Carmen dejó caer los visillos, corrió al baño y vomitó.

En la tarde Adela le dijo que si quería comer algo, ya que no había almorzado y Carmen, con el movimiento de la cabeza le dijo que no.

Carmen le tiene miedo. Oculta entre el bambú la mira y la ve lavar la ropa llena de sangre. En la mañana había cambiado los tendidos de su camastro y puestas las sábanas en agua la tiñeron. Toda su ropa interior destilaba sangre. Adela con impaciencia le untaba jabón, enjuagaba y volvía a lavar. Sostenía entre sus labios un pucho y botaba humo hasta por los ojos. Su labio era amoratado y tenía a un lado una protuberancia.

Era viernes Santo. Adela machacó yerbas, de todo un poco: Malva, flor de muerto, albahaca, añadió agua y empezó a regarla a pequeñas manotadas, de adentro hacia afuera de la casa mientras musitaba una oración; hacía cruces con las ramas en todos los rincones, echaba ceniza y aventaba por todas partes agua bendita. Adela no le daba la espalda, le tenía miedo. Carmen por entre las hendijas del gran ventanal la miraba con asombro, pero no podía impedir que Adela entrara y la incluyera, le echara agua bendita y rezara: “ no nos dejes caer en tentación amen.”

Adela la vio cerca de las doce de la noche prendió una vela y se persignó. Subió las destartaladas gradas. Llevaba en la mano una Biblia negra que leía y se reía sola, se frotaba con alcohol, y tomaba agua.

Carmen se levantó en la mañana y no quiso bajar a desayunar. Adela comenzó a producirle terror, pero cerca del medio día acosada por el hambre fue a la cocina y la desencajó lo que vio. Adela tenía una gallina colgada de las patas. Con un machete le había arrancado la cabeza que todavía brincaba en el suelo. Ella cantaba mientras recogía la sangre en un tazón. Sus manos, su vestido, su cara mostraban el asesinato que acababa de cometer y Carmen sigilosamente huyó escalones arriba. Adela despresó la gallina y la puso a cocer, le echó sal, pimienta, cebolla y añadió un puñado de papas. Lucifer el gato de la vecindad le recordó lo que decía su abuela “los gatos son la encarnación del diablo“ . Si, se dijo; tiene mirada de diablo y al tirarle con un palo dio un traspiés y lo pisó, no supo si la pata o la cola pero el micifuz chilló y Carmen desde el segundo piso oyó el chillido, suspiró hondo y se echó la bendición. Levantó la Cruz y se arrodilló a pedir perdón por lo que hacía su hermana.

Palpita el viento en las hojas de los árboles, la oscuridad recorre los rincones. Adela reza un rosario sin fin. Reza y canta, duerme, despierta, vuelve a cantar, en tanto que Carmen acostada en su camastro con los brazos en cruz, reza y llora.

Hay luna llena, los grillos enloquecen, los búhos ululan, la gata en celo no deja de maullar. Una noche más en la que tendrá que dormir con una pata en la eternidad y otra en la tierra…. tiene miedo…En medio de la oscuridad agarra la tranca de la puerta.- No puedo más se dice - y va en su busca…

* Desgracia inesperada

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