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martes, 8 de junio de 2021

Dos Eme

 Jorge Enrique Villegas M.

          La llamaban Dos Eme. Fue el segundo gatito de una camada de tres. Al primero, los mellizos lo llamaron Ovejo y al tercero Pastor. Dos Eme tenía pelaje a parches, grises y blancos. Sus hermanos, negros y grises. Dos Eme era la juguetona. Cuando sus hermanos dormían, Dos Eme se divertía con las colas de ellos. Por mantenerse activa comía de primero y luego se aseaba. Le gustaba peinarse una y otra vez. Su lengua repasaba la piel hasta dejarla lustrosa. Mamá gata la observaba y dejaba que saciara su hambre con más leche cada vez que se acercaba. Luego de comer, Dos Eme ronroneaba y se iba a descubrir el mundo en el que vivía. Le gustaba esconderse para saltar sobre los hermanos que corrían asustados. Dos Eme era feliz. Cuando la oportunidad se presentaba, se metía a la caja de juguetes, buscaba las pelotitas de colores, las hacía rodar y luego iba tras ellas. Así pasaba los días. Aprendió a limarse las uñas y a usar la caja con arena para las necesidades. Si estaba sucia, maullaba una y otra vez inconforme. Cuando era atendida, agradecía con ronroneos. A los hermanitos de Dos Eme no les gustaba que los cargaran. Ella se extasiaba dejándose llevar donde fuera. Cuando los mellizos comían galletas, la invitaban y cuando llegaban a casa luego del colegio, Dos Eme aparecía , se dejaba acariciar y devolvía la atención con ronroneos.

          Un día los niños llegaron con un peluche en forma de pájaro. Llamaron a Dos Eme, se lo mostraron y se pusieron a jugar, uno de los mellizos tiró por entre los libros el peluche, Dos Eme rauda comenzó a buscarlo: “por aquí si, por aquí no, por aquí si, por aquí no” ronroneaba hasta regresar donde los niños, trayéndolo, como trofeo. Los niños reían, la  besaban y repetían una y otra vez el juego.

          Una mañana, todo fue diferente para Dos Eme. Saltó al lugar donde dormían  sus hermanos y, vaya sorpresa: no estaban. Los buscó, maulló por aquí y por allá y no aparecieron. Buscó a la gata mamá y tampoco estaba. Una sombra, una cosa rara, un miedo, le aceleró el corazón. Se escondieron en un lugar que aún no conozco—supuso—. ¿Dónde? Cuando se aburran y me busquen les preguntaré. Los niños cogieron a Dos Eme y la llevaron a desayunar. Al terminar, cada uno la besó y se despidieron. Dos Eme agradeció con un ronroneo. Ahora tenía toda la vivienda para ella. “¿Qué será de mamá y mis hermanos? ¿Dónde estarán? Anoche no durmieron aquí”—meditaba—. Miaau por aquí, miaau por allá, miaau por la caja de los juguetes, miaau por el lado de los libros y no pasaba nada. “¿Por qué no me llevaron? Es raro” y se alertaba ante cualquier ruido. Cansada de tanto ir y venir, se sentaba  junto a la ventana  del balcón y veía lo que pasaba afuera, en la calle. “¿Qué será todo eso?”—se preguntaba una y otra vez—. Lo único bonito eran los peluches de pájaros que iban y venían de una cuerda a otra, o de una rama a otra. Sentía ganas de jugar con ellos. La  intranquilidad le llegaba al recordar a sus hermanos y  a la gata mamá.

         Cuando retornaban los niños todo cambiaba, Dos Eme se sentía bien. A un lado de la puerta de entrada, junto a una silla, alistaba el salto y caía sobre ellos,  reían felices y la cargaban, saludaban y acariciaban. Ronroneaba una y otra vez hasta el momento de cenar y luego a jugar. Así era en el cielo gatuno de donde había venido, según le había dicho en una ocasión la gata mamá. Un lugar donde los gatos eran felices y se la pasaban de juego en juego.

         Los niños crecían y Dos Eme también. Ya era una joven y apuesta gata. Una tarde la llevaron donde el veterinario. “Es lo mejor para ti, Dos Eme”. Ella no entendió por qué lo decían. Cuando despertó estaba dentro del guacal en la que la transportaban. Le dolía un poco a un lado del vientre. Dos días después estaba mucho mejor. Los mellizos le hablaban, la acariciaban y le daban galletas.

        Con los cuidados volvió pronto  a ser la alegre Dos Eme. Los niños volvieron al colegio y Dos Eme decidió que era el tiempo de explorar más allá del apartamento. Vio que  la mamá de los mellizos había dejado  la ventana abierta. Observó a los peluches que iban y venían como invitándola.  Miró la sala de la vivienda vacía, sintió el bullicio afuera y no dudó…

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