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martes, 12 de julio de 2022

El cielo me engañó

 

Eduardo Toro Gutiérrez

Era un hombre de talla grande, tal vez un metro noventa y cinco centímetros de estatura; delgado y con músculos largos de basquetbolista; sus cabellos rojizos y ondulados peinados al desgaire, enmarcaban la forma cuadrada de  su rostro; los ojos de azul diamantino brillaban sobre su piel de cobre y  obligaban a que se le mirara una segunda vez; su voz neutra y pausada no daba pistas para adivinar su procedencia y las pronunciadas zanjas que surcaban su frente contaban, sin ocultar nada, que el forastero de buen trato y educadas maneras, pudo haber llegado de todas partes.

Una tarde de agosto, de hace ya muchos años, llegó hasta la oficina de Control Administrativo y Presupuestal de la CVC un señor con aspecto de mensajero de la mitología griega. El Mensajero, así lo llamaremos, no tardó en exponer con absoluta claridad el motivo de su visita, que no era otra que la de reclamar para sí el anticipo pactado para la ejecución de un proyecto de Estímulo de Lluvias, en la región del Darién, sobre las zonas de influencia de la represa de la Hidroeléctrica de Calima I.

Las obras civiles de la hidroeléctrica avanzaban sin inconvenientes, pero había algo que inquietaba a los ingenieros, consultores y contratistas de la obra y era el de la sequía tan prolongada que azotaba la región. Los cálculos señalaban que las aguas disponibles del río Darién con su caudal histórico promedio, necesitaba por lo menos cinco años para llenar la represa, o por lo menos acercarse al nivel del rebosadero.

Como solución inmediata se emprendieron las obras de desvío hacia el río Darién de los caudales del rio Bravo y algunas otras quebradas que nacen sobre la cordillera occidental y luego se precipitan raudas hacia el Pacífico, alimentando las zonas pantanosas del Bajo Calima. Pronto supieron los expertos que las aguas que aportaría el desvío de los ríos no era suficiente para el llenado de la represa en el término requerido.  Entonces apareció, como fórmula salvadora, el proyecto de “Estímulo de lluvias”, bajo la responsabilidad del Mensajero, quien aprendió de una tribu de ancianos de Costa de Marfil la técnica milenaria de desatar las lluvias. La práctica resultaba, para entonces, un fuerte contrapeso a las rogativas que se hacen al Señor de los Milagros de Buga, en pos de que se aplaquen las lluvias o cese el intenso verano.

Claro que los chistes sobre el Estímulo de Lluvias y el extraño personaje no se hicieron esperar. Unos inventaban diciendo que el Mensajero se desnudaba a la luz de la luna cantando el llamado de las lluvias en una lengua extraña; otros decían que en las noches encendía mecheros y danzaba a la luz de las antorchas en diabólico ritual; otros juraban haberlo visto construir una escalera muy larga con el fin de producir cosquillas a las nubes hasta hacerlas orinar. 

Un día, a finales de octubre, las directivas de la CVC., el equipo de ingenieros y algunos invitados especiales, se desplazaron a Darién para recibir, de manos del Mensajero, el proyecto de Estímulo de Lluvias en pleno funcionamiento. Era como una especie de inauguración de los más tormentosos aguaceros. Esa tarde, ante la expectativa de los invitados, el cielo se tornó gris, las nubes galopaban feroces, el cielo rugía, cayeron los primeros goterones que cerraban el ciclo de un largo verano. Los invitados abrieron sus paraguas.  Pero no fue más que eso: olía a tierra mojada, las nubes se disiparon, el cielo silenció su ira. el astro rey volvió a mostrar su poderío.

El cielo me engañó, fue todo lo que se le ocurrió decir al Mensajero, quien habló de un pequeño error de cálculo y se justificó explicando que las precipitaciones de lluvias inducidas, bien pudieron presentarse un día antes o tal vez se producirían un día después de lo esperado. Cuarenta y ocho horas era el margen de error. Así fue.  Al día siguiente empezó a llover a cántaros, no solo en la zona de influencia de la represa, sino en todo el Valle geográfico. Fue el comienzo de un severo invierno:   los ríos se desbordaron, los cultivos se inundaron, la represa de Calima I empezó a parecerse a un apacible lago. Al brujo se le fue la mano, fue el último chiste que se dijo sobre el tema.

Pasó un tiempo y aún se hacían bromas sobre la monumental “tumbada” a costa de unos aguaceros contratados que coincidieron con la temporada invernal.  Un día llegó hasta la oficina de Control Presupuestal, ya no con la figura de un flautista mágico, sino con unas botas altas, un sombrero alón que lo hacía lucir como   un vaquero gigante que semejaba uno de esos Pecos Bill grandotes que instalan a la entrada de los casinos de Las Vegas. Vengo a pedirle su colaboración –dijo pausado- extendiendo sobre el escritorio una orden de trabajo, suscrita con el Departamento Agropecuario, que lo comprometía a trasladar una manada de búfalos desde República Dominicana hasta las pantanosas zonas del Bajo Calima. Entonces el misterioso Mensajero también era experto en búfalos, pues se había familiarizado con el manejo de los nobles animales cuando recorrió Mozambique y otras regiones de África. Era lo que él contaba.

La manada de doce búfalos fue donada a la CVC, por una fundación internacional, como siembra para desarrollar la cría, el consumo de su carne, leche y el aprovechamiento de su fuerza descomunal y mansedumbre en las faenas de campo. Las zonas pantanosas del Bajo Calima resultaban aptas para el desarrollo del programa que se llamó “Búfalos”. La donación incluía la condición de que los animales serían entregados en la nación caribeña y en Colombia no se conocían expertos en el tema del manejo de búfalos.

Pasaron cinco semanas y apareció nuevamente el Mensajero por la oficina de presupuesto. Presentó la cuenta de cobro del cincuenta por ciento restantes del valor de la orden de trabajo, con todos los certificados de ejecución a satisfacción. Vestía una camisa tropical azul pavo real con flores blancas y unos pantalones de lino color marfil y zapatos livianos, que le daban el aspecto de un tremendo y espigado gocetas del Caribe.

Inaugurada la hidroeléctrica de Calima I, la entidad emprendió de inmediato una acción agresiva sobre la conservación y aprovechamiento de las edificaciones que sirvieron de albergue a ingenieros y profesionales calificados durante la construcción del proyecto. Eran los campamentos, cabañas, además un gran edificio central de tres pisos que en su parte baja, estaba acondicionado para cocina, comedor, salón de entretención de los trabajadores y un amplio auditorio para conferencias.

¿Qué hacer con estas costosas edificaciones, que aparte de haber sido construidas con materiales de primera clase, estaban integradas y formaban parte de un bellísimo paisaje rodeado de bosques nativos? Pues se tomaron decisiones rápidas y acertadas: las instalaciones harían parte de un complejo turístico y se abrirían al servicio del público, bajo la responsabilidad administrativa de la Oficina de servicios generales.

Nuevamente aparece el Mensajero en escena, se presenta como un experto administrador de hoteles con énfasis en recreación y alta cocina. Sus cabellos rojizos han crecido un poco, los recoge en la nuca en “cola de caballo”; viste de blanco. lleva terciada al hombro una mochila de pita teñida con los colores de la bandera colombiana; calza sandalias “tres puntá” montadas en suela de llanta de tractor; su sonrisa convence, es amplia y segura.

Los reconocimientos por la magnífica administración del Hotel del Lago, no se hicieron esperar. Para ocupar una habitación en las instalaciones centrales o en alguna cabaña, se requería hacer una reserva hasta con cuatro meses de anticipación. Las cuentas eran claras, los resultados económicos estaban por encima de las expectativas.

El Ministerio de Hacienda y el Departamento Nacional de Planeación, solicitaron a la Dirección de la CVC. organizar un seminario con una agenda especial para tratar asuntos relacionados con el manejo y control presupuestal, al cual asistirían delegados de todas las corporaciones descentralizadas del país, además invitados especiales de Panamá, Venezuela, Ecuador, Perú y Chile, interesados en desarrollar proyectos similares a los que atendía la CVC. como objetivo principal.

Se miró hacia el hotel del Lago y se pidió al Mensajero    propusiera una agenda    que cubriera toda una semana de actividades: alojamiento para más de cien personas y un variado menú de platos típicos para cada uno de los siete días del evento. La propuesta del Mensajero fue aprobada porque, además de los requerimientos iniciales, incluía una serie de actividades culturales y de entretención que lo hacían por demás novedoso.

La propuesta gastronómica incluía para cada día desde un arroz atollado, sancocho de gallina criolla, bandeja paisa, ajiaco santafereño, tamales resplandor y el último día sorprendería con una deliciosa lechona tolimense.

Desde muy temprano, después de atravesar a nado las frías aguas del lago, el Mensajero impecablemente vestido de chaqueta filipina con gorro alto de pliegues, dirigía desde la cocina la preparación de los desayunos y vigilaba que los pedidos se cumplieran con la debida oportunidad. Con igual diligencia atendía las horas de las comidas principales, siempre atento para que los refrigerios se repartieran en el preciso momento de las pausas o recreos.

Amenizó las veladas nocturnas e hizo gala de unas capacidades histriónicas envidiables, haciendo uso del acento misterioso y lejano, que nunca se pudo descifrar su procedencia, presentó en cada noche funciones de ilusionismo y magia que conquistaron la audiencia. Para clausurar el seminario tenía reservada una gran sorpresa: La banda de una población cercana amenizó la noche. Todos los músicos llevaban chaqueta y pantalón   rojo, menos el Mensajero, que vestía todo de blanco, pañuelo raboegallo atado al cuello y un sombrero vueltiao, que lo hacía lucir como un auténtico gigante del vallenato.

La sorpresa fue mayor cuando tomó el micrófono entonando con musical acento extranjero, el porro La Piragua, acompañado por la orquesta invitada y el rastrillar cadencioso de la guacharaca que ejecutaba con maestría. También hizo gala de experto timbalero y por último dejó conocer sus cualidades de   virtuoso del cencerro.

Tiempo después, el viajero incansable con apariencia de Mensajero de la Mitología Griega, se montó en sus sandalias “tres puntá” y se fue para cualquier parte, a uno de esos   lugares imprecisos e ignorados, atendiendo el llamado de su espíritu pirata.

 

 Nota: El personaje se llamaba Arthur Pirard, de nacionalidad belga o francesa.  Muchos años después me contaron que lo habían visto en algún lugar de Chile, pero no le di crédito a la información, pues siempre me gustó pensar que el hombre, con aspecto de mensajero mitológico, siempre estaba de viaje: venía de todas partes o iba para todas partes.




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