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domingo, 27 de abril de 2025

Un padre bajo tierra

  

“La familia es la mentira mejor contada, venerada, amada y a la vez odiada. Es un libro lleno de historias, algunas honorables para contar a muchos y otras sombrías para acallar a todos”

Alexandra Correa 


Tus ojos, el recuerdo más angustiante que tengo de ti ¿¡Cómo olvidarlos!? Eran los ojos de un animal rabioso, perseguido y acorralado. Estabas poseído.  ¿Por qué te haces daño? ¿Por qué te arañas los brazos?  pregunté asustada. 

- ¡Déjeme culicagada! ¡Qué le importa, metida! Me gusta hacerme daño ¡Y qué!, ¿no entiende que cuando tengo rabia no me puedo controlar? ¡Lárguese o le doy!

Yo tenía siete años.

 Tus castigos fueron bárbaros, la dureza y la falta de piedad, demostraron el poco amor que me tenías. El comportamiento desalmado con el cual me recibiste aquel día en el me quedé jugando en la calle; me esperabas con el palo de la escoba. Corrí despavorida a esconderme debajo de la cama, y allá fuiste por mí. Introducías el palo para que saliera y ¡por poco me quitas un ojo!  Arrastrada como una cucaracha fue como me sacaste del hueco. Era el abismo en el cual me sumergía cada vez que podía y del cual no quería regresar.

 Al colegio regresé una semana después con la mejilla amoratada, las compañeras preocupadas me preguntaban ¿Qué te pasó? Me caí patinando en la casa, mentía.

 Derribaste mi puerta del cuarto porque quería un poco de privacidad, sacaste mi colchón a la calle cuando olvidé hacer la cama y la peor de todas fue aquella vez que no me bañé, corriste a meter mi cabeza en el sanitario para que al menos me fuera con la cara lavada. En mi mente aun rondan las etiquetas con las cuales me enmarcaste, “buena para nada, no serás nadie en la vida, que vergüenza tener una hija como usted”.

 De niña no entendía de bien ni de mal, no había malicia, juicios ni pretensiones. Me castigabas por todo, por no tomar los alimentos, por las tareas, por no rezar, por levantarme tarde, porque sí o porque no. Cargabas en el bolsillo de tu pantalón una vara. Justo antes de pegarme aseverabas: “con la vara que mides serás medido” Porque fuera de tus castigos, también vendrían los de Dios, eso decías. Yo solo repetía, la vara con la cual Dios te juzgará no tendrá la suficiente distancia que abarque cielo y tierra. ¿Y Dios? ¿Dónde andaba en los momentos que más lo necesitaba? Por más que lo imploraba, nunca me escuchó.

 Muchas mujeres abortan cuando no quieren a sus hijos y yo decidí abortar a un padre cruel y salvaje. Fue un aborto simple e indoloro, no tuve que promover alguna ley ni arriesgar el cuerpo en una habitación insalubre. Renuncié para siempre a ti. Me fui de la casa con lo que tenía puesto sin volver la vista atrás e hice una hoguera con mis recuerdos, prendí fuego al poco amor que te tenía para luego soplar las cenizas al olvido.

 La juventud fue el opio con el cual adormecí muchos momentos del pasado. Los miedos arrullados durante años despertaron al verte en el funeral de la abuela, que terminó rodeada de víboras venenosas aguijoneando el pensamiento y el alma. Verte fue revivir y a la vez n o querer vivir, deseé matarte y a la vez amarte, acariciar tu cabeza de cabello blanco y escaso o estrangularte. ¿Qué fue de la cólera que te inundaba? ¿Alguna vez te cuestionaste si valió la pena? ¿Te detuviste pensar cómo querías que yo te recordara? ¿Creíste que la berraquera que te inundaba la tendrías de por vida?

 Haber contado mi historia supuso abandonarte a la deriva en medio de una tenebrosa tormenta de la memoria. ¡Oh padre, no sabes lo que siempre quise enviarte a oler gladiolos bajo tierra!

 

 

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