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miércoles, 13 de enero de 2010

  DE LA FANTASÍA A LA REALIDAD


Y  hay días en que somos tan lúgubres, tan lúgubres,                                                                                                                 como en las noches lúgubres el llanto del pinar.                                                                                                                      El alma gime entonces bajo el dolor del mundo,                                                                                                                      y acaso ni Dios mismo nos pueda consolar.
Porfirio Barba Jacob.

Cuando en las mañanas, desde el  noveno piso del edificio en donde vivo, abro la ventana y miro hacia la ciudad y su entorno de montañas, un aire fresco acaricia mi rostro, y a lo lejos observo los últimos tonos  rosicler del nuevo día, que  cual acuarela lavada anuncian temporada veraniega. Variedad de pajaritos llegan al balcón con sus trinos a posarse en las ramas de los cuernos colgantes en busca del verde que escasea en la ciudad. Guacamayas y pericos procedentes del zoológico con sus acostumbradas alharacas pasan  frente al balcón, en su diaria excursión por el sector.
Puedo apreciar además varios paisajes, muchos edificios se levantan indicándome  el centro de la ciudad, el sector del poblado se ve lejano,  aglutinado, oscuro, difuso, colmado de contaminación. Al frente se divisa un lugar con centenar de árboles muy  erguidos, que hacen de pulmón en este sector y los senderos por donde cientos de personas caminan diariamente en busca de oxigenarse, relajarse para enfrentar el diario trajín y  lograr una mejor salud. Un avión atraviesa el espacio en su primer itinerario, trayendo consigo personas que vienen de otra ciudad a sus trabajos, negocios o  de turismo. Observo también a las personas que caminan a esta hora por las calles, cada una lleva consigo una historia,  preocupación personal, familiar o laboral.
A esa hora también van llegando los buses escolares, por los niños y adolescentes  que viven en el edificio, quienes  alegres con sus loncheras unos y morrales al hombro los otros, se disponen para empezar la jornada escolar; sus padres  al mismo tiempo salen presurosos para sus respectivos trabajos.
 Camilo y Andrés, suben rápidamente al bus que los llevará al colegio. Ellos son dos adolescentes de quince años cada uno, estudian en el mismo colegio en donde cursan el noveno grado. El rendimiento académico de Camilo es más bien bajo, es rebelde y no obedece las normas de sus padres ni de sus maestros, ambos tienen el mismo grupo de amigas con las cuales van cada ocho días a rumbear pues sólo piensan en divertirse; Camilo inició a su amigo en el cigarrillo y en el licor, porque de esta manera se dan seguridad y se sienten como adultos; practican deportes extremos como la escalada en roca, montar en bicicleta de montaña, y volar en parapente.
 Una vez en su colegio a media mañana en el primer descanso, unos alumnos corren muy asustados a dar aviso al coordinador de disciplina y a los profesores pues consideraban que había ocurrido algo grave en los baños, había pánico y todos corrían y  se preguntaban qué estaba pasando. Algunos afirmaban que se trataba de algún faltón y había sido un ajuste de cuentas, una  riña tan común entre compañeros parecía ser el argumento de otros, o que seguramente estaban implicados en pleitos de pandillas decían los más prudentes, pero la verdad sale a relucir cuando Juan, uno de los compañeros que había escuchado a Camilo el día anterior  comenta que  todo ocurrió porque éste había expresado que su papá tenía un arma en su casa y que él la sabía disparar a la perfección, pues ya había ensayado en varias ocasiones cuando iban a la finca y la llevaba al escondido de sus padres, se internaba en un paraje alejado de la casa y empezaba a disparar una y otra vez, hasta dar en el blanco que para el efecto escogía. Andrés con gran curiosidad le pide a Camilo que la lleve al colegio o de lo contrario no le cree ese cuento, pues piensa que son sólo fantasías de él.
 Así fue como ese día, Camilo sacó el arma del closet donde su padre acostumbraba guardarla, sigilosamente la coloca en su morral y sale presuroso a esperar el bus. Cuando llega al colegio desea que nadie mire su morral, presiente que todas las miradas se dirigen a él y lo invade el  nerviosismo, cree que los profesores se están dando cuenta de ello,  porque esto no está permitido en el reglamento de ninguna institución, que está transgrediendo la normatividad y hace lo posible por  guardar serenidad, pero a pesar de esto no puede concentrarse en la clase, esperando  la hora indicada, que era durante el primer descanso; en realidad Juan fue el único que con curiosidad estuvo observando a Camilo todo el tiempo, conocedor como era de la conversación del día anterior y por lo mismo discretamente  lo siguió a la hora del descanso.
 Camilo y su amigo Andrés se van para los baños refiere Juan, quien observa de lejos la escena y ve cuando Camilo saca el arma de su morral,  un revólver que al final resultó ser  un Smith & Westsson  pavonado calibre 32 corto, lo mira y acaricia por todos lados con orgullo, lo acciona dándole volteretas como en las películas de vaqueros  frente a su amigo, dándose ínfulas de hombre grande y experto,  le  saca el tambor y coloca una  bala en el mismo, lo pone a girar y con movimiento rápido de la muñeca lo deja en posición y de inmediato, reta a su amigo a que jueguen a la ruleta rusa. Andrés tiene mucho miedo e intenta retirarse pero ante la insistencia de su amigo y para no quedar mal ante él, ni pasar por cobarde coge el arma, temblando la coloca a la altura de su cabeza,  dispara y queda aturdido pues el ruido del percutor al caer, lo siente como una explosión, pero no pasó nada.  Le toca ahora el turno a  Camilo, quien con gesto muy seguro y de suficiencia hace lo mismo, monta el gatillo, acciona el arma y de inmediato tras el fogonazo y estruendo se desvanece y cae al suelo en un charco de sangre que se va extendiendo. Otra  vez  dio en el blanco, pues era imposible fallar, sólo que el impactado fue él mismo. Su amigo no podía creer lo sucedido, con dificultad alcanzó a dar un paso atrás y recostarse contra una pared antes de caer desmayado.

PALABRAS MAYORES – MEDELLÍN. Dolly Guzmán García
Septiembre de 2009

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