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viernes, 20 de mayo de 2011

Más allá de las sombras

Eduardo Toro Gutiérrez



Más allá de la explanada que sostiene el pequeño villorrio de Yaburí. Allá tras el misterioso cerro de las  Sombras se levanta recostada sobre la montaña, entre un bosquecillo de sietecueros y yarumos platinados, la casona habitada por Prudencio Caravana y Altagracia Monsalve. Allá viven desde hace mucho tiempo, tanto que ni la misma Altagracia recuerda haber vivido en otro lugar. Bajo la generosa sombra de un añoso algarrobo, siente que aquí están sus raíces y su pasado como aprisionados con grilletes a las patas del viejo mueble que le sirve de asiento durante las doce horas útiles del día.
         Altagracia encarcelada en su soledad no quiere volver a recordar los años vividos en Yaburí. Del tiempo remoto aún conserva intacta en su memoria el haber parido once criaturas en tan solo tres partos. Ninguna de las criaturas sobrevivió más de diez minutos, porque ninguno de sus estados de preñez alcanzó la madurez.
        No quería recordar la vergüenza que la invadía cuando las mujeres del pueblo la miraban con curiosidad y asombro, miradas y sonrisas burlonas que en su momento la hicieron sentirse como una simple marrana de cría. Quería olvidar la rabia inocultable frente a su confesor, cuando le sentenció que su vientre estaba maldito y poseído por el Demonio.
        Altagracia solo amparada por la vaguedad de sus recuerdos, sentada en su silla de bejuco, bajo la sombra densa del añoso algarrobo y desde lo más profundo de su mundo de tinieblas, volvió a recordar esa mañana bañada de rocío el bendito día cuando en un cuarto parto se le vinieron, una tras otra, seis criaturitas que alcanzaban casi los siete meses de gestación. Eran tan pequeños que su negra criada, a quien llamaban con cariño y respeto la ecuatoriana los trajo hasta su lecho de parturienta revolcándose como nuches sobre una engalanada bandeja de plata. Entonces, Altagracia derramó sobre las criaturitas la más maternal de sus miradas y con el dedo meñique de su mano derecha intentó una caricia para cada uno.
         La ecuatoriana, urgida por espiritual premura llevó a bautizar a las criaturas puestas cuidadosamente sobre la bandeja de plata, invadida por el temor de que, tal como sucedió con las anteriores criaturas, estas tampoco alcanzaran a recibir el sacramento del bautismo y también sus almas se quedaran perdidas flotando eternamente en las tinieblas de lo desconocido.
        Corina de la Esmeralda era una negra de figura alta y ancha, su brillante cara redonda y adornada por unos ojos negros y juguetones como dos semillas de chambimbe, su boca pequeña y su labio inferior se descolgaba ligeramente, carnoso y sugerente; llevaba siempre un turbante de coleta de colorines que ella misma unía para poner el arco iris sobre su cabeza. Vestía blusones de arandelas tejidas en delicado crochet y llevaba anchísimos sayones zurcidos en la cintura que caían sueltos hasta cubrir sus tobillos dejando al descubierto sus pies desnudos, pequeños y regordetes que parecían alas. Su voz alegre y timbrada, pero no chillona. Corina de la Esmeralda hablaba musicalmente, como deben hablar los ángeles cuando tienen la piel sepia y brillante. Su voz era como un pregón mañanero con música de puerto, pregón de chirimoyas frescas y maduras, pregón dulce de panelitas de coco derramadas sobre hojas de naranjo agrio. La fiel ecuatoriana tenía la majestad de una reina de ancestral belleza, le venía de sangre, de cuna, toda ella era musicalmente hermosa como una canción del Sur de los Estados Unidos. Nació en el Puerto de Esmeraldas, a donde el amo de su madre la obligó a viajar desde Popayán al pacífico ecuatoriano, para que pariera, burlando así la famosa Ley del Vientre.
        Altagracia desde su lecho de recién parida suplicó a Dios con emocional vehemencia, que le dejara vivir a sus hijos y que a cambio le quitara a ella la luz de los ojos. La joven madre cerró los ojos jurando no volver a abrirlos nunca y los apretó con tanta fuerza que sus últimas lágrimas fueron dos hilos de sangre que resbalaron como largos caminos que la llevaron a vivir por siempre al Alto del Algarrobo, más allá del Cerro de Las Sombras.
          Prudencio, un rico minero del Bajo Cauca, con voz fuerte y varonil, una piel dura y curtida por el sol y un rostro severo, acompañado por un corazón que jamás pudo ser penetrado por la ternura, alzó sus ojos garzos hacia el cielo y dijo con voz grave y susurrante: te ofrezco Señor el oro que acumulé en todos los veranos pasados a cambio de que me dejes ver crecer por lo menos a dos de mis hijos. Esa promesa la hizo el mismo día en que su mujer derramó lágrimas de sangre y fue también el mismo día en que cargó una mulada con todos los corotos y se marchó con Altagracia, sus hijos recién nacidos y la leal ecuatoriana rumbo al Alto del Algarrobo, más allá del Cerro de Las Sombras.
         Cuatro de las criaturas no alcanzaron a vivir dos semanas, sus cuerpecitos fueron puestos sobre una canoa de palma real y en ella sepultados bajo la sombra amiga del algarrobo. La tumba se cubrió de hortensias en permanente florescencia y fue vigilada las doce horas del día por Altagracia, quien sentada en su vieja mecedora de bejuco, masticaba recuerdos mientras era observada por Prudencio, quien se reprochaba con voz acusadora: si hubiese entregado a la iglesia de Santa Rosa de Osos el total del oro prometido, habrían sobrevivido todos mis hijos, pero la tacañería solo me permitió entregar una tercera parte. A este Señor de los Santos Cielos no se le puede engañar ¡Qué Él mismo baje y me perdone!
        Altagracia no vio crecer a sus dos hijos y solo alcanzó para ellos, mientras los tuvo cerca, una amorosa pero repetida caricia que les prodigaba con el dedo meñique de su mano derecha, mientras tejía y tejía crochet para las arandelas de los blusones de la ecuatoriana, sin equivocarse en una sola cadeneta a pesar de su ceguera y amparada por la sombra del añoso algarrobo. Entonces exclamó: ¡Qué bueno haber tenido bastantes ojos para entregarlos todos a cambio de la vida de mis hijos!































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