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viernes, 15 de abril de 2011

Un día de verano en la fontana de Trevi

Rafael Ceballos C
Un día a mediados de verano del 2003 en Roma, dejamos la Plaza España y continuamos por el centro histórico hasta la plaza con la fuente más bella, más famosa y más popular de Roma: fontana de Trevi.

Mi hijo menor y yo decidimos no llegar a Trevi por la Vía del Corso o la Via due Macelli, sino encontrarla mapa en mano, por entre estrechas calles adoquinadas, escoltadas por edificios de tres a cinco pisos, unos con olor a Renacimiento, y otros de épocas posteriores. Calles en las que la movilidad vehicular, además de ser lenta, es muy limitada, a veces se vuelven peatonales.

Bajamos por la angosta Vía di Propaganda y doblamos por la Vía di Bufalo, para tomar la Vía Poli, cruzar la Vía Tritone hasta desembocar en la Plaza de Trevi. Una multitud llena la vía y permanece de pié mirándola embelesada en un costado de la plaza. A medida que avanzamos se percibe un murmullo de agua que cae y la presencia de un gran espacio urbano iluminado por el sol de las once de la mañana. Está definido por un cerramiento perimetral de varios edificios de cinco pisos entrecortado por tres calles que confluyen, conformando la Plaza de Trevi, con una fuente mucho más grande que la misma plaza que se prolonga con dos angostas terrazas perimetrales escalonadas y a diferentes niveles, más bajos, que sirven como tribunas hacia la misma fuente y en donde gran cantidad de visitantes, en su mayoría turistas, permanece de pié o sentada.

La fuente, cuya presencia empequeñece la Plaza opacándola como espacio urbano, está adosada a la nueva fachada posterior de dos pisos del Palacio Poli, construido en el Renacimiento, que hace de fondo a una escenografía escultórica de simétrico equilibrio, alegoría de Neptuno, el rey de los mares, con un grande estanque que simboliza el mar

Mientras mi hijo, todavía absorto con la fuente, acciona su cámara desde diferentes ángulos, yo la contemplo, mientras escucho la voz de un guía quien la describe así: “Con sus 26 metros de altura y 20 metros de ancho, centrada sobre la fachada, la fuente está ordenada en su parte baja por cuatro grandes columnas que forman tres nichos: el central, con un arco de triunfo, enmarca la escultura de Neptuno sobre un coche en forma de concha tirado por dos caballos alados, guiados por dos tritones. Bajo sus pies desde las rocas y piedras talladas, mana el agua que cae en tres pequeñas cascadas sobre el gran estanque. En los nichos laterales al central, están ubicadas las esculturas de las diosas Abundancia y Salud. Más arriba dos bajo relieves alusivos al origen de los acueductos romanos. Encima, en correspondencia con las grandes columnas están situadas cuatro esculturas que simbolizan las cuatro estaciones y, remata la fuente en su parte más alta, en un ático que ostenta el escudo de armas del Papa. Lateral a la fuente, la fachada corresponde al Palacio Poli, que luce elementos ornamentales en relieve que encuadran las ventanas y definen la gran cornisa que pasa de largo por la fachada”.

Como lo hiciéramos mi hijo y yo, la gente llega por centenares a la Plaza de Trevi a descubrir la fuente. La multitud está conformada en su mayoría por turistas, vestidos con camisetas y blusas coloridas, blue jeans desteñidos, bermudas, faldas cortas y largas, pantalones largos, bolsos y cachuchas de colores, mochileros con sandalias o tenis y morrales a la espalda. Muchas etnias: la europea con sus espigadas y robustas mujeres de ojos azules y verdes, de tez blanca y cabello rubio, castaño o negro; la africana de tez oscura y cabello rizo; la oriental con sus ojos rasgados, la hindú con su típica indumentaria, la latina con su variada entonación de la lengua española, pero todos con cámara fotográfica.

Los turistas llenan la plaza y las terrazas alrededor de la fuente, unos suben, otros bajan, otros permanecen sentados o recostados a las barandas, cautivados todos, mirando sus blancas esculturas, la fachada como fondo con sus vanos, ornamentos y relieves, que bajo la luminosidad de un sol de verano presentan un vivo y hermoso juego de luz y sombra. Un gran espejo de agua que se torna resplandeciente, regala al oído el mágico murmullo de la cascada.

La visita a la fontana de Trevi tiene un ritual de obligado cumplimiento para el turista. Según la leyenda, todo el que de espaldas a la fuente lanza una moneda al estanque, algún día volverá a Roma. Aunque no creo en leyendas ni en cosas de carácter mágico, cumplí con el ritual para congraciarme con mi hijo y he vuelto a Roma en dos oportunidades más y he visitado Trevi en tres ocasiones, una de ellas a la media noche. He ingresado a la Plaza por sus vías convergentes a diversas horas y cada encuentro con la fuente ha sido muy diferente. La experiencia de verla es completamente distinta a hacerlo en fotos, cine o videos.

La fuente tiene un encantamiento que además de alimentar el espíritu obliga a permanecer en ella un buen tiempo, disfrutándola auditiva y visualmente y recorriéndole su belleza. Definitivamente es una fontana inolvidable.

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