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martes, 27 de septiembre de 2011

Las manos de Berenice


Eduardo Toro


                                   El día que una humilde mujer tocó a la puerta de la casa de Berenice  pidiendo el favor de un poco de agua fresca para calmar la sed y la fatiga de su hijo de tres años, cambió su vida para siempre.

Vengo desde la vereda de Las Ánimas, mi hijo arde en fiebre y no quiero que  muera. Lo traigo al boticario. Entonces Berenice levantó el paño que le cubría el rostro y tocó su frente con el dorso de la mano para comprobar su calentura. Al instante  el niño abrió los ojos, pronunció el nombre de su madre y se colgó de su cuello.

Es muy extraño – dijo la mujer- acabo de tocarlo,  ardía en fiebre y su boca estabareseca, lleva tres días sin probar bocado y vea usted como está ahora. Esto es un milagro. Qué Dios se lo pague, señora.

En Yaburí corrió la voz de que Berenice tenía manos milagrosas, pero la gente hizo caso omiso, finalmente Berenice  era solo  una más entre todas las solteronas de la Congregación de las Hijas de María, y no cabía en cabeza alguna que una de estas solteras, piadosas sí, pudiese estar involucrada en  asuntos celestiales de  milagros. Berenice tampoco se lo creía y se sentía confusa.

Un tranquilo miércoles cuando Berenice regaba las macetas de besitos que adornaban los balcones de su casa, pasó frente a su puerta un hombre montado a caballo que llevaba al anca a un agonizante. Berenice lo reconoció ¿Qué le pasó a Mecías? preguntó. Lo mordió una mapaná y si el curandero  no lo reza antes de 24 horas, se nos muere. Vea usted como tiene la pierna. No se preocupe, bájese aquí. Villeguitas  no está en el pueblo, esta mañana salió para las Vueltas del Pañolón a curar a un mordido de víbora.Ya veremos que hacer mientras regresa. Se apearon  y   acostaron al agonizante sobre una tarima   en el corredor. Berenice, acuciosa y amable, trajo  un paño empapado en vinagre de castilla y lo puso sobre su pierna hinchada a punto de reventar y le tocó la  frente con el dorso de su mano para apreciar  su estado febril, entonces Mecías se incorporó de inmediato, desapareció la hinchazón de la pierna y la piel volvió a su color natural.

Es muy extraño - dijo el hombre que acompañaba a Mecías - ardía en fiebre y sus signos vitales eran débiles, tal como usted lo pudo comprobar. Para llegar hasta aquí tuve que amarrarlo a mi cuerpo porque  no se sostenía solo. Esto es un milagro.

En Yaburí corrió la voz de un  segundo prodigio achacado a Berenice y entonces empezaron a dar alguna  credibilidad a los  milagros de sus manos. Los acatarrados y lombricientos no volvieron a ser llevados al boticario; tampoco los  heridos de machete, o los que presentaban enfermedades, volvieron a ser llevados  al pequeño hospital municipal; los mordidos por culebra opicados por insectos venenosos no acudían a los encantamientos de Villeguitas. Todos querían ser tocados por las manos bendecidas de Berenice.

Berenice era  tranquila, a los cuarenta años aun había en su figura rastros de la belleza que ostentó hasta el día en que Cordial Malasangre la dejó plantada en el altar. Se quedó impávida, regresó a su casa y en silencio y sin derramar una sola lágrima organizó todos los regalos de boda y los devolvió  sin ofrecer ninguna explicación. Desde ese mal día se vistió de negro como  visten las viudas de Yaburí.  No perdió su manera amable y cordial de tratar a sus paisanos y se  hizo miembro activo de  la Congregación  de las Hijas de María. Berenice sonreía siempre para no dejar espacio a la tristeza.

A las tres de la tarde de un viernes, Berenice entró al templo y se postró ante la imagen del Señor Crucificado, abrió sus brazos en penitencia y sintió la fuerza abrazadora de un destello que la cubría.Bajó los brazos, los cruzó sobre su pecho y observó que irradiaban luz, entonces entendió el mensaje celestial y asumió la misión.

El boticario de toda la vida, apodado Bientecuro, cerró las puertas de la botica derrotado por la competencia que le hacía Berenice; los patios del hospital se llenaron de maleza y a sus paredes las agrietó el abandono, pues ningún enfermo volvió a buscar alivio. El cura,  que vio diezmadas  sus entradas por física falta de muertos,  no veía de muy buena gana los  prodigios de Berenice que ahora trascendían los límites  de Yaburí.

Llegaban de las veredas y de los pueblos vecinos gentes acompañando a los enfermos en busca de la curación milagrosa. Frente a la casa de Berenice se formaban largas filas de pacientes que esperaban alejar sus males con solo ser tocados por sus santas manos. Berenice no aceptaba ningún pago, solo pedía que rezaran por ella y por el mundo que se debatía alocado  en plena segunda guerra mundial.

El Señor Obispo llegó hasta Yaburí acompañado por una nutrida cabalgata que salió a “toparlo” hasta la quebrada de La Soledad. Quería comprobar con sus propios ojos los milagros atribuidos a Berenice y acabar de una vez por todas con esos actos de charlatanería y paganismo que tanto daño le estaba haciendo a la comunidad católica.

Monseñor que padecía fuertes cólicos renales despertó a media noche gritando y revolcándose de dolor,  llamaron a  Bientecuro y le pidieron que hiciera algo por el Señor Obispo,  prometiéndole que el Señor le pagaría con creces su ayuda. Fue inútil la medicación del boticario que competía con Berenice ofreciendo agüitas de cogollos de tomate pajarito, salvia  o espadilla.

El mismo Obispo  pidió desesperado que  trajeran a la “bruja esa”. Si ella es capaz de mitigar este dolor - dijo -  la declaro Santa.

 Berenice pidió la dejaran a solas con el Señor Obispo, descubrió sus manos que tapaba con el pañolón de pabilo y un lampo de luz  iluminó la alcoba, después tocó la frente del enfermo con el dorso de la mano y ¡oh prodigio! Levántate y anda. De rodillas besó y bendijo las manos  de Berenice y al día siguiente en la misa Arzobispal, dio fe ante la feligresía del  suceso prodigioso de Berenice y la reconoció  como un instrumento del Señor para dar alivio a los enfermos.

En el pueblo y sus veredas no se moría nadie, de pronto uno que otro pasaba a mejor vida y eso porque la muerte les llegaba de repente o caían como fulminados por un rayo y no había tiempo de acudir a la Santa. Pero sus favores tenían un precio, un alto precio. Berenice observó que cada que hacía una curación, ella no los llamaba milagros, su cuerpo se iba menguando,  la ropa  le quedaba cada vez más grande y sus pies bailaban dentro de los zapatos. Pero cada vez llegaban hasta su puerta más enfermos de todos los confines.  Berenice los atendía con la misma paciencia y entrega, ahora sus manos eran luminosamente  pequeñas y cada vez que ejercían el prodigio de curar se hacían más diminutas. Berenice solo pensaba en lo que podría ocurrir cuando su cuerpo menguara hasta el punto de hacerse invisible.

Una tarde el pueblo vio su pequeña figura como la de una niña de cuatro años que atravesó la plaza mayor camino al templo parroquial, fue la última vez que la vieron, iba cubierta por un pañolón que le llegaba hasta el suelo y con sus manos recogía el sayón de viuda. La brevedad de sus pies retozaba entre unos enormes zapatos de medio tacón. Sonreía  como en  la mañana que cruzó alegre la plaza para llegar hasta el altar mayor a esperar inútilmente ser desposada por Cordial Malasangre. Recordaba con nostalgia el suceso y justificaba el caso  como algo premonitorio. Las cosas pasan por algo - se dijo -, no se mueve la hoja de un árbol sin la voluntad de Dios, amén.

El cuerpo de Berenice llegó a empequeñecerse tanto que sus últimos días los vivió perdida entre el espeso y colorido jardín de besitos del patio de su casa. Los gusanitos y las hormigas  se tornaron  seres fantásticos muy peligrosos y cuentan sus familiares que un Viernes Santo desapareció para siempre  a las tres en punto de la tarde  cuando fue devorada por un grillo.

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