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sábado, 21 de julio de 2012

Mujeres imperiales siglo segundo antes de Cristo

                                                 
“La sustancia, la estructura humana, apenas cambian”
Margarita Yourcenar


“… Arriano sabe  que lo que  verdaderamente cuenta es lo que no
figurará en las biografías  oficiales, lo que   no   se   inscribe  en las
tumbas…por eso los  acontecimientos  nacionales  están ligados  a  los
personajes  y a las pobres  ramplonas  vidas   de los humildes
tramadas   con las de   los grandes”

Margarita Yourcenar
  
                                                                                    Yolanda de Tenorio
            
Dice la    autora de  Memorias de  Adriano  que se  dio  cuenta muy  pronto de que escribía  la vida   de un gran    hombre.  Por lo  tanto debía  tener  más respeto   por la verdad, más cuidado,  y en cuanto a  ella,  más   silencio. Que   se  decidió   a   escribir    en   primera persona   para evitar  cualquier intermediario, incluso  ella,  “porque  Adriano  podía  hablar de  su   vida  con más  firmeza   y más   sutileza”.


          Yo, como todo el mundo, según  Adriano, tengo tres medios para evaluar la existencia   humana:  el estudio de mi misma el  más difícil y  peligroso;   la observación de los hombres,  que   logran casi siempre ocultarnos sus   secretos, o hacernos creer que los tienen;   y  los libros con   los errores  particulares  de   perspectiva  que nacen entre sus   líneas.            Con tal   premisa   trataré de   perfilar  las   mujeres   que    cruzan   el pensamiento   de  Adriano. A quienes Yourcenar  no    quiso elegir como eje de su relato,  porque  consideró  que su vida era muy  limitada  o demasiado secreta.

            Empiezo a   introducirme  en la obra, desde lo que me  entrega  la descripción  de  unos  personajes, lo  que  piensan, lo que hacen. Centraré  la atención  en las mujeres  reflejadas  en   “el  otro”  Reconstruiré  su imagen  en el  imperio,   a través  de  la mirada    de  Adriano, las  seguiré  por  el laberinto  del  Senado,  en la vida de los  emperadores,  en  la cotidianidad,  porque  jamás escuchamos una palabra  pronunciada  por  ellas,  solo hay   un vago  rumor, un murmullo  casi   inaudible.

          Elio  Afer  Adriano, era  un   ser anodino, abrumado de virtudes, cuya vida transcurrió en administraciones  sin  gloria. Carecía de ambición y  de  alegría.   A su lado  encontramos   la  primera  figura femenina que  es la madre de   Adriano, una española desdibujada  en la memoria de su  hijo. Solo recuerda  sus  piececitos calzados  con  estrechas   sandalias y el balanceo   de las caderas  de las danzarinas de la región. Viuda desde muy  joven, lleva  una existencia austera y llena de  melancolía, era  una matrona  irreprochable. Adriano, muchos años después, ad-portas de la muerte,   recuerda   un busto   de ella  tallado en cera, en el muro de los antepasados. De  la mano de  ella  encontramos a   Paulina, su  hija,  grave, silenciosa  y retraída quien se casa, siendo muy  joven, con un   viejo.
            Después encontramos a  Plotina, la esposa del  emperador  Trajano,  mesurada y prudente,  de gustos literarios que ejerce una fuerte  influencia sobre el  emperador.  Ella lo presiona para que  permita   que  Adriano escriba sus discursos.  A   pesar de  que Plotina  se    inclinaba    a   la doctrina   epicúrea, según la cual el placer   es   el fin supremo del hombre y  todo esfuerzo debe tender a   conseguirlo,  era  casta,  generosa  y  desconfiada.
           Hace  años  se conoce   Adriano  con la  emperatriz.  Son casi de la misma edad. Ella   lleva   una  existencia tan forzada    como la  de él   y  más desprovista de   porvenir. Va vestida  de ropajes blancos, los  más simples imaginables y  por sus silencios y palabras  mesuradas, apenas  susurrantes,   se sostiene   el   imperio. Poco a  poco  se hace  imprescindible  en la vida de Adriano,  sobre todo  en los días  difíciles.   Plotina  era sabia.  Su   entendimiento   con  Adriano no  requería  reticencias ni  explicaciones,  bastaban los hechos. Ella  ni vacilaba,  ni se decidía   prematuramente y   una mirada le   bastaba  para descubrir  los    enemigos del imperio.

            “…La  tradición popular siempre vio en el amor  una forma de iniciación, uno de los   puntos   de contacto de   lo secreto y   lo  sagrado…
la experiencia sexual  se asemeja  además   a   los    misterios en  que   la primera aproximación   produce en el iniciado  el efecto  de   un rito, más   o  menos aterrador…”. A pesar de que el emperador se opuso  obstinadamente,  Plotina  organiza  el matrimonio   entre  Sabina,  una niña de   once   años, y   Adriano de   veintiocho.
         Me apropio  del     primer    medio   que tengo  “desde mi “  para junto con   Sabina aterrarme  del ritual de iniciación  en el que   una niña   no sabe,  su cuerpo no puede responder, su naturaleza no está   preparada,   ni   aquí   ni   en    la   Roma del  siglo   II,   para   afrontar esa realidad,  porque como lo  dice   tan sabiamente  Adriano  “la  violación  legal   es    tan   repugnante  como cualquiera   otra”. Plotina era consciente de  lo que  hacía  y   tenía   motivos para precipitar  la unión.   Ella  era el poder   detrás del trono. Hizo que  Adriano escribiera   los discursos  del  emperador, arregló el matrimonio   con Sabina, sabía que  era urgente que su esposo   nombrara un  heredero, porque una guerra civil  - casi inminente  - equivaldría a  una lucha a   muerte. El oído   más aguzado  apenas  hubiera   podido  reconocer    entre  ellos  los signos de un acuerdo secreto.  A   pesar de la profunda comunión entre los dos, ella jamás se quejó   de  Trajano, ni lo   elogió, ni lo   denigró. Pasaban   la   noche entera  hablando,  nada  la  fatigaba,  permanecía   imperturbable.
           Quizás si   Adriano  no hubiera sido homosexual, se   habría enamorado de   Plotina.  En ella encontraba   la calma  y  el sosiego. Ella lo conocía más que nadie, la dejaba entrar    hasta  su   fondo   y  lo que ocultaba    ante otros   a ella lo  exponía abiertamente. Jamás  tuvieron contacto  sus cuerpos   pero sus   espíritus   eran  afines.
          El Emperador  rehusaba  nombrar un heredero por lo que se vislumbraban  grandes   complicaciones.  Impulsada por el sentido común, Plotina, y teniendo como faro  el interés  público  y la amistad,   tomó la decisión previsiva, elevó  a  Atiano, común amigo de  ella  y  de  Adriano,  a   la   dignidad de prefecto  del pretorio,  quedando   así la guardia imperial a   sus órdenes.   De su  parte   tenía   también    a  Matidia, mujer   sencilla, cera moldeable en sus manos, madre  de Sabina.
           Asistimos así a la muerte de  Trajano. Un pequeño   grupo de personas llega hasta el   crimen   por salvar el   Estado.   Todo lo que desde hacía diez años fuera febrilmente soñado, combinado, discutido o callado, se reduce  ahora  a un mensaje de dos líneas, trazado en griego por una mano firme y en menuda  escritura de mujer.            
            Muerto  el emperador, sus enemigos  acusaron a Plotina  de haberlo obligado    a  escribir para   legarle  el poder a  Adriano.  Se habló de un lecho con colgaduras, la incierta  lumbre de una lámpara, el médico  Crito, dictando las   últimas   voluntades de  Trajano, con una voz que imitaba la del  muerto. Se  hizo notar   que  Fedimas, el oficial   de  órdenes   que odiaba a  Adriano y cuyo silencio no habría podido   comprar, murió   de fiebre al otro día  del   deceso de Trajano. Pero  ya estaba   impuesto  el nuevo  emperador.
             La emperatriz  distante, demacrada  pero serena, se  mantuvo  imperturbable  y el mismo día  que el cadáver de su esposo  fue  cremado junto al mar,  ella se embarcó rumbo a  Roma. Había logrado su  objetivo  sin reatos de conciencia.
                              
              Sabina   apenas terminaba de   criarse en la  casa de  Trajano,  a   la sombra de   la   Emperatriz.  En  tanto  ¿Qué hace   Adriano?  Va y viene.   Anda en sus     aventuras. Harto   del matrimonio  pasa de   una cama   a   otra, de amante en   amante, pero a  él lo   estragan   las mujeres.  Dice que  sus  amantes  parecían empecinarse   en pensar   tan  solo como mujeres,  y   que  el espíritu que  espera   es apenas  todavía un  perfume.
         Cuando   Adriano  va  a  Roma, disfruta   con su  familia de los banquetes y  las largas conversaciones.  Sabina, ya mayor,  se  refugia  mal humorada  en la   campiña, aunque su ausencia no   resta nada   a  los placeres  familiares.  A Adriano no  le preocupa su  ausencia, es la persona  que menos le interesa.   En   tanto,  Plotina se entrega  a   meditar y a   leer. Como una musa  flotaba entre habitaciones claras  y   en un   jardín que se volvía como un templo para la divinidad.
           Claramente decidido  en materia de preferencias  amorosas,  y “como  todo   placer   sentido con  gusto parece   casto “,  Adriano  encontró   en   Lucio  Ceyonio  un amor   para   los   seis meses de su estadía en  Roma.  Los efebos - adolescentes -   eran  su   séquito de amantes. 
         Corre   el tiempo  y     vemos   a  Sabina  preparando   grandes  banquetes   en la mesa   imperial, mientras al interior del  imperio un mundo  de mujeres es espiado por Adriano.  De  pronto estallaba   en cólera o  en risotadas, o  murmullos íntimos.  Ignoraba   todo de ellas;  lo que le  daban  a   su  vida   cabía entre dos  puertas entornadas.          Adriano    veía el estrecho  círculo de las  mujeres en su más duro   sentido   práctico. Su cielo se torna  gris  tan  pronto  el amor deja de iluminarlo  y ciertas   acritudes le sobrevienen, cierta áspera lealtad     le   recuerda a  la fastidiosa   Sabina, prematuramente envejecida.
            Si hacemos cuentas Adriano tiene ahora   44  años. Se casó de   28  con   Sabina, de  11.    Han pasado   16   años, de modo que Sabina  tiene  27    años.  Encontramos a una mujer grave y  dura, elevada  a  la dignidad de  emperatriz. Su imagen ha sido tallada  en las monedas romanas que dicen   al  anverso: pudor  o  tranquilidad. Adriano en medio de todo se   siente   complacido. Habrían   podido divorciarse,   pero él  a ella  la incomoda muy poco,  ni  siquiera se   ven   y   él  piensa  que   ella no merece   ese insulto   público.   Además  ha  encontrado  el perfume que no  halló  en ninguna de sus   amantes, en un muchachito de   14   años,  Antínoo, efebo que convirtió en su   amante  durante  seis   años. Solo  una vez   fue  amo absoluto,  y lo   fue por él.   Por  él   habría  dado su   imperio,  sus  ejércitos,  su  brillo, todo  por  Antínoo.
         Sabina   aparentaba   no   darse cuenta   de  los amores  de  su  esposo. Como   muchas mujeres  poco sensibles al   amor, no comprendía   bien su  poder  y  su ignorancia   excluía   los celos. ¿Hubiera logrado  atraer a  su  esposo con alguna artimaña? ¿Lo  habría  seducido  con sus armas?  Adriano,  como la mayoría  de  hombres del imperio   tenía  por   amantes   efebos  entre   17  y   20   años.  Teogenis  era amante de  Cirno.   Lucio  requería para el complicado juego del amor, fáciles esclavos.  Para  Arriano  el hombre   más grande era Aquiles,   por su  coraje  y   su   ardiente amor por su  joven  compañero.  El amante de  Boreas  fue  Lucio.
          Invitada por  Adriano,  Sabina  va a Egipto. Estaba apoyado en sus   aspiraciones  políticas por Suetonio. Su confidente   del momento era   Julia Balbila, quien escribía  versos en griego bastante agradables.  Se   alojaron en el   Liceo    y salían  poco. Sus mutuas consideraciones, las cortesías, las débiles tentativas  de  entendimiento,  habían cesado   y entre ellos apenas ha  quedado   al desnudo,  la irritación, el rencor  y   un  gran odio de ella. 
         Enferma  Sabina,  se  ha   agriado  más,   su   carácter se ha tornado  más áspero  y  melancólico.  En una entrevista  con su esposo  tiene  ocasión de proferir violentas   recriminaciones  ante testigos.  Se   felicitaba de morir sin hijos,  pues   de haberlos   tenido se hubieran parecido  a  él,   y   ella les hubiera tenido la misma aversión.  Si alguna vez quedó embarazada  abortó pues no quería “dañar la raza  humana”. 
         Sabina  muere en su residencia, en Palatino, rodeada de una pequeña corte de   amigos y parientes  y españoles. Adriano fue   acusado  de  haberla envenenado, aunque el    rumor   no tuvo  crédito. La influencia que tenia Sabina en Roma, favorecía  la  causa    de  Serviano,    que  con su  muerte  se derrumbó. 
                           
Mis conclusiones
   
        Ante la ausencia de sus maridos,  ocupados  persiguiendo  niños,  las  mujeres   construyen  sus universos,  algunas   tienen hijos , otras  abortan,  hasta denuncian y llegan a ser valientes. Una querellante se   atrevió  un día a gritarle al  emperador Adriano, que si no tenía tiempo  para escucharla,  mucho   menos iba a tener   tiempo   para reinar. Colijo que   las mujeres que   acompañaron a los   hombres  del  siglo segundo, parte de una cultura que me es tan ajena,  aceptaban  sin enojo el comportamiento  bisexual de sus   maridos.  Casadas    a partir de  los   doce   años, sometidas  por la sociedad  a su  papel reproductor, obligadas     a ignorar las expediciones sexuales de esposos en busca de efebos, no podían más que sentirse abandonadas. Mujeres   sabias, con fuerza,   capaces  de llegar a   extremos,     como   Plotina, protagonista de la novela, que se ve obligada a aceptar   los amores   homosexuales de  su   hombre.
             Cuando Lucio está grave,  vomitando sangre  y  los médicos tratan de salvarlo, deja al descubierto los peores aspectos de  su carácter  seco y  ligero.  Su mujer va  a visitarlo  y   la entrevista   termina en amargura, como siempre, ella no  volvió.
               La  situación de  las mujeres  en la Roma del siglo segundo estaba determinada   por extrañas  condiciones de sometimiento   y   de protección, eran  débiles  y  todopoderosas,  demasiado  despreciadas   y demasiado respetadas, en un ámbito en el que lo social se superponía a   lo  natural.
              Sabina supo   responder al  modelo que le dejó Plotina. Ahora apoya  políticos, conoce los  movimientos  del  imperio y  se rodea de  literatas, con las que entra al mundo de las letras. Con su muerte se derrumbaron las aspiraciones de  Serviano.
              Quizás todas ellas, cuando la realidad las obligaba a abrir los ojos, se volvían  frías  e indiferentes. Muchas veces  las encontramos calificadas   como   graves, duras, melancólicas, frías. Podían legar sus  bienes, de  hecho, Adriano  heredó  los  dominios   africanos,    de   Matidia, su   suegra.
               En medio de la batahola  de su vida Adriano piensa en sus últimos días, que el   matrimonio es un rito   y   como tal   sagrado, precisamente cuando los casos de   bigamia se multiplicaban.        Escribe: “Me esfuerzo por   persuadir  a   los   veteranos   de  que no hagan  mal uso  de   las nuevas  leyes  que los autorizan a casarse y  que se limiten  prudentemente   a   UNA sola esposa”. En su  reinado  se instauró a favor de las mujeres, una creciente libertad para administrar sus fortunas, testar y heredar. Insistió para que  ninguna doncella  fuera casada   sin su consentimiento. La violación  legal – dijo - es   tan repugnante como cualquiera otra.   El   matrimonio es la cuestión  más importante   de su  vida y justo es que la  resuelvan según   su voluntad. 
               
           
            
             Siempre admiraré  la capacidad de lucha  de  las mujeres que nos antecedieron, su coraje,  sagacidad,   presencia  donde  se  las necesitó,  su compromiso  con su entorno familiar, la capacidad de  ayudarse, de   ser confidentes,   de entenderse   con   una mirada,  de sopesar las circunstancias,  de alentar,  comprender  y   decidir. Y, desde luego, su capacidad de  odiar  y sentir   rencor al límite. Me parece de un altísimo valor que   las mujeres imperiales,  que encontramos en los intersticios  de la historia de Adriano, sean tema de lectura, estudio y reflexión, para las mujeres que las sobrevivieron,  mujeres  dignas  de admiración,  que hemos tenido que aprender, durante cada día, a reinventar  la vida.




                                                   
                                                 

                




               

                  

                



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