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sábado, 15 de diciembre de 2012

Iglesias: eternos lastres de la humanidad


Javier Millán



La humanidad siempre ha convivido con lastres que han impedido su normal desarrollo; pero el más grande y dañino de todos son las iglesias. El hombre ha tenido que soportar a lo largo de su penosa existencia el fanatismo y la intolerancia religiosa. Las libertades y los derechos humanos, entre ellos el amor, el fundamental, han sido estigmatizados y restringidos a normas crueles y severas, según los dictados de unas religiones hipócritas y apabullantes que se han abrogado poderes divinos con los cuales reprimen y asustan a gentes ignorantes y de buena fe.


Les hablan de un ser bueno, bondadoso, omnipotente, omnipresente; que los cuida y los protege, que los premia y los castiga. De tal  manera las iglesias  explotan la  angustia y el  dolor de los hombres, se apoderan de sus cuerpos y sus almas y los manejan a su antojo.


Es posible que en los albores de la existencia humana las intenciones de las religiones hayan sido sanas y hayan, con sus interpretaciones y recomendaciones, podido calmar, por momentos, los temores del hombre, producidos por los incomprensibles fenómenos naturales. Pero hoy, cuando estos tienen una explicación científica, cuando las religiones no están en capacidad  de sustentar sus afirmaciones y se disputan, como aves de rapiña, la representación en la tierra de un dios o ser superior, no queda duda de que sus intereses son ruines y bailan a un compás  diferente al que predican. No tienen pues ninguna autoridad moral ni de otra índole para imponer dogmas y proclamarse cínicamente como  delegadas de ese tal dios.


La humanidad no puede permitir que se sigan gestando  iglesias que como  parásitos sociales, en vez  de ayudarla a culminar sus ideales, la paralice  con amenazas apocalípticas y con historias arcaicas que mueven a risa. El hombre está en su derecho a caminar libremente por la vida en la búsqueda incesante de su perfección; interponérsele es una canallada  que  viola la ley natural evolutiva  para sumirlo en la desesperanza que es la fuente de todos sus males.

  
Los seres humanos no deben creer ciegamente en apriorismos ni en falsos intermediarios divinos para su salvación. Su verdadera salvación depende solo de ellos mismos y la lograrán cuando abran sus ojos a la realidad y expulsen de su corazón y su cerebro la rutina y los prejuicios que durante siglos los han mantenido en el oscurantismo. Librarse de los  fantasmas religiosos no será fácil,  las sociedades tendrán que pagar un precio muy alto por ello, pero vale la pena y más cuando se trata de algo tan trascendental  y definitivo.


Si empezamos ya a reflexionar seriamente y sin miedo sobre la  vida pasada y el presente, con sentido crítico y cuestionador, descubriremos un universo libre de rancias creencias, dogmatismos y supersticiones. Solo entonces dejaremos de ser dóciles rebaños de ovejas conducidas por inescrupulosos pastores, para convertirnos en águilas visionarias, capaces de volar por fin, confiadas, felices y libres de seculares ataduras hacia nuestros  propios ideales de perfección.

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