Vistas de página en total

viernes, 16 de noviembre de 2012

La Ascensión del Bembé



                                                    José Antonio Cortés 
                                                                                                            

 Un terremoto de magnitud incierta destruyó el pueblo casi por completo el 31 de Enero de 1906. La mayoría de las casas quedaron averiadas. El mar castigó con un tsunami la eterna soberbia del hombre y la necedad de las casas paradas en horcones sobre la tierra exclusiva de las mareas. Las olas gigantescas “devolvieron” el río y el agua lo inundó todo; muchos se ahogaron junto con sus animales. Cuando la tierra y las aguas se aplacaron y nadie lo esperaba, ocurrió el milagro. De entre las ruinas de la Iglesia salió el Bendito ─aporreado y embarrado─ llevando en sus brazos la imagen estropeada de la Virgen patrona del pueblo. Nadie pudo  explicarse cómo el Bendito ─que para entonces ya empezaba a tener fama de milagroso─ había salido ileso.

         Era un pueblo caluroso de selva tropical húmeda, enclavado en la costa de manglares del mar pacífico, justo en la terrumbrosa  desembocadura de un río poblada por pescadores y mineros  renacientes de los  negros manumisos de las minas de oro, que vivían de la pesca artesanal o de buscar oro con bateas en las orillas y aluviones de los ríos.
        

         La Maruja, una negra de gran porte, caderas prominentes y caminar gustoso vendía agua y pescado en  los pocos buques que atracaban en el pueblo. Era atenta y servicial en especial con los gringos ─como llamaban a todos  los extranjeros que no hablaban español─ que habían llegado en busca del oro que aún se daba silvestre por  los ríos y selvas de la región. Lo que  enfurecía y envenenaba a su marido, un pescador negro de la zona.         
         La Maruja quedó embarazada, lo que contrarió sus planes de irse con un gringo. La noche del nacimiento hubo un eclipse de luna y un aguacero torrencial con pavorosos truenos y relámpagos como nunca se había visto. El recién nacido causó admiración en el pueblo, porque teniendo facciones de negro, su piel era blanca como la leche, sus ojos rosados y el cabello ensortijado y del color de la cabuya. Se formó una romería, nadie se quiso quedar sin verlo. El papá, bruto e iletrado, no lo quiso reconocer porque creyó que era hijo de uno de los marineros del barco nórdico, al que la Maruja subía todos los días a vender agua. Se pelearon y el pescador se fue río arriba en su canoa y nunca más volvió,  a ella, le tocó criar sola a su hijo.  
         El niño creció silvestre mientras su mamá trabajaba. Un cura que venía a dar misa no quiso bautizarlo porque ─según dijo─ además de ser anómalo, no tenía papá. En la escuela era lento hasta en los juegos y no veía bien por lo que con gran esfuerzo sólo aprendió a leer y a medio escribir.
         Un día en la escuela mientras jugaba en el recreo, cayó un rayo sobre un gigantesco árbol en el que estaba encaramado; lo desgajó por completo arrancándolo de raíz, pero al niño no le ocurrió nada. Cuando apenas gateaba se cayó de una barbacoa a gran altura y solo tuvo un leve rasguño. También, un día se botó al río ─en la parte más honda y corrientosa─ y salió solo sin que nadie lo ayudara. Después lo picó una rabo de ají ─la más venenosa de la región─, y él, como si nada. Ocurrió lo mismo cuando lo atacó un enjambre de abejas africanas. Cuando cayeron en cuenta de todas las cosas raras que le habían ocurrido, el niño se hizo famoso, por ser un “negro blanco” y porque escapaba de la muerte sin saberse cómo  ni  por qué.  
         Cierta vez que la Maruja le contaba un sueño a una vecina, el niño, metido en la conversación, lo interpretó de tal manera que las dejó boquiabiertas. Su madre recordándoles a todos lo que pasó la noche de su nacimiento, orgullosa difundió sus hazañas, vociferando por todo el pueblo  que el niño desde que nació estaba bendecido. Entonces ya todos venían a contarle sus sueños, a que les adivinara la suerte, el  número de la lotería y hasta que les predijera los amores inciertos. Fue cuando empezaron a llamarle el Bendito. Su mamá lo llamaba Olegario, pero ya desde muy pequeño ─por su  boca de labios gruesos y abultados ─le decían  Bemba, aunque en el pueblo, todos terminaron  llamándolo Bembé, el  Bendito.
         Pero al Bembé que en inteligencia le faltaba lo que le sobraba de pitoniso, se le ocurrió jugar con la dinamita que usaban los pescadores y mineros en su trabajo. Todos los días a las seis de la mañana explotaba un taco de dinamita que le regalaban, a cambio de que les interpretara un sueño o les predijera la suerte. Y aunque le enseñaron a manipularla, él, que no era muy rápido de acción; ya se había volado dos dedos de una mano y casi la mitad de la otra. Todos ─incluida su madre─ lo dejaban hacerlo, pues confiaban en que por ser el Bendito nunca le pasaría nada.
         Los milagros del Bendito fueron conocidos en la región; como el del pescador que con sólo invocarlo capturó al pez más grande que se hubiera pescado jamás en el rió. La señora que sufría de ataques severos de una enfermedad llamada histeroputicia, con sólo una sobandija del Bendito se curó. La joven que habiendo tenido dos maridos, cuando se volvió a casar ─gracias a las plegarias al Bendito─ fue hallada virgen por el tercer marido. Volvió a ver el pescador ciego que al volver del trabajo encontró a su mujer en la cama con su mejor amigo. Dos veces el Bendito vio el número de la lotería en el caparazón de una tortuga y en  la barriga de un sapo. Y siguió así, haciendo milagros y explotando sus tacos de dinamita, siempre a la misma hora.
         Cada año para las fiestas de la Virgen, el Bendito conseguía más tacos y hacía más sonoras las explosiones. Las fiestas de la virgen del 13 de Mayo de 1927, quedarán para siempre en la memoria de todos los habitantes del pueblo, porque fue el día en que el Bembé subió a los cielos. Y desde ese día no se celebraron más las fiestas de la Virgen, sino las fiestas del Bendito.
         El día anterior, el Bendito había pedido a los mineros y pescadores que le dieran más tacos. Entonces con una actividad inusitada, que extrañó a todo el pueblo, juntó una gran cantidad de tacos en la mitad de la plaza y sorprendió a todo el pueblo con una increíble y ensordecedora explosión ─ la madrugada del día de la Virgen─, que sacudió hasta los  cimientos y se sintió en todas las casas. Cuando por fin se disipó el humo, sólo quedó un gigantesco hueco, pero del Bendito nada. Y aunque nadie lo presenció, todos aseguran ─juran por Dios y por su Santa Madre─ que vieron al Bembé ascender a los cielos en cuerpo y alma.
   El día del terremoto los habitantes del pueblo contentos porque la imagen de la virgen y el Bendito se habían salvado, con velas encendidas oraron y elevaron ruegos y plegarias. Se encomendaron a la Virgen, pero también al Bendito, quien a partir de ese día entró a formar parte de su santoral. Con el tiempo la devoción al Bendito fue creciendo cubierta siempre por un manto místico de milagros y hechicería. Sus invocaciones produjeron tal cantidad de milagros, que su poder de santo se regó por toda la costa pacífica.
         Al siguiente año, levantaron en la mitad de la plaza ─donde quedó el hueco de la explosión─ una estatua del Bendito, ante la cual venían gentes de todas las veredas, ríos y pueblos cercanos a hincarse y pedir milagros. El cura nunca creyó en los milagros, ni vio con buenos ojos la devoción al Bendito y mucho menos la peregrinación. El alcalde, presionado por el cura, hizo demoler la estatua.
         Para el segundo año ─con la estatua reconstruida─, armaron carpas y toldos a su alrededor para impedir que el Alcalde nuevamente la destruyera. Encendieron antorchas, trajeron una papayera. Repartieron Biche y tapa´e tusa ─licores artesanales─, y todos alegres y borrachos se declararon devotos del Bendito y propusieron que en adelante fuera el único patrón. La furia del cura no se hizo esperar. El domingo los excomulgó a todos y declaró, en un sermón incendiario, que el pueblo se había hecho idólatra, pagano, hereje y adorador del demonio; que bien merecía un castigo peor que el de Sodoma y Gomorra. Presionó otra vez al Alcalde y hasta al gobernador para que tomara cartas en el asunto.
         Y aunque al principio la gente sintió miedo de una retaliación divina; la música de las papayeras, marimbas, chirimías, el Biche y el tapa´e tusa, los envolvió en la vehemencia fanática y el jolgorio. El Alcalde ante la turba alicorada hizo caso omiso al cura, y como el Bendito había curado a su mujer de la histeroputicia, se sumó a la parranda.
         Y así cada año, por la misma fecha, las fiestas del Bendito se convirtieron en los carnavales más sonados y concurridos de la región. Había concurso de cantaoras y papayeras, cohetes, comparsas, trago a raudales, carrozas y disfraces  que gozaban propios y extraños. La efigie en yeso del Bendito, adornada con antorchas, bombas y festones de colores, era paseada en andas por las calles del pueblo en procesión de letanías. Uno de los disfraces más representativos era el del Bendito.      
         Atraídos por  las carnestolendas, llegaron visitantes de todo el país. Había música, voladores, luces y fuegos pirotécnicos. Se gozaba, bailaba y bebía sin parar por varios días. La lujuria y el amor fortuito encontraron su máxima expresión en el carnaval. Prostitutas de todas las regiones, ladrones de todos los pelambres y vendedores de cualquier cosa, se daban cita en  el carnaval. Un maremágnum que  se le volvió al gobierno un problema social, sanitario  y policial.
         Fue durante último carnaval que el cura, horrorizado ante los gritos de la muchedumbre « ¡Abajo la Iglesia, viva el Bendito!», puso en movimiento a toda la Majestad de la Iglesia Católica. Obispos, Arzobispos,  Cardenales y hasta el Nuncio de la Santa Sede, solicitaron al propio Presidente de la república que de inmediato tomara cartas en el asunto.    
         El Presidente de la república, desesperado por la joda del Nuncio apostólico y de todos los prelados, después de llamar al alcalde, al gobernador y al ministro de gobierno y gritarles, “maricones de mierda que no sirven pa´nada”, hizo uso de las atribuciones y facultades legales que le confiere la carta magna, ordenó el estado de sitio, acuartelamiento en primer grado y movilización de diez batallones a la zona.                                                                                                                                                                                  
         Dos horas más tarde, el Papa, en persona, máximo jerarca y representante legal del Vaticano y en nombre de la Santa Iglesia Católica, de toda la feligresía del mundo, llamó al presidente de la República del Sagrado Corazón de Jesús, e invocando el concordato firmado, lo conminó a que resolviera la demoníaca situación, so pena de romper relaciones diplomáticas, y esto ─lo dice en tono amenazante─ usted lo sabe, convertiría a su país en un paria mundial. Presionaré a que todos los países católicos del mundo rompan relaciones con su país.
         El Presidente hastiado de tanta joda, toma el teléfono y ordena al Comandante General de las Fuerzas Armadas, bombardear el pueblo y “acabar con todos esos hijueputas idólatras, que nos están haciendo quedar como un culo ante su santidad”.
         

No hay comentarios:

Publicar un comentario