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martes, 27 de abril de 2021

Mis esplendorosos 87

 

 Eduardo Toro G

 

         En tiempos de pandemia dedico largas horas a recordar todas las cosas buenas que han pasado por mi vida. En medio del miedo, he repasado, como quien hace un inventario, mis más caros momentos de felicidad. Reconozco que todos los tiempos vividos han sido episodios que solo pueden interesar a mi propia intimidad. Mirando hacia el pasado, desde la ventana de mis esplendorosos 87 años, pienso, sin duda alguna, ser consciente de que he vivido momentos que bien vale la pena recordar para contarlos.  Ahora cuento algunos bajo el pretexto de un ejercicio de escritura de taller.

Todos mis tiempos han sido esplendorosos. Mi niñez de montañero; mi adolescencia de fantásticas expectativas; también lo fue mi larguísimo tiempo laboral. La última etapa, la presente, expuesta al riesgo de que termine “un día de estos”, está también llena de conquistas. Por ejemplo, cuando me creí libre de todo compromiso laboral, sentí la necesidad de escribir sobre la vida social y costumbres de mi pequeño y aislado pueblo, memorias que titulé Anorí Páginas de Olvido, que me trajo la urgencia de escribir una segunda parte bajo el título de Anorí Al Calor de la Nostalgia.

Un día, a principios del año 2008, recibí una llamada telefónica de la Secretaría de Educación de Antioquia, notificándome que, en la celebración de los 200 años de creación del Municipio de Anorí, sería condecorado por el señor Gobernador de Antioquia, y punto. Ya no me acuerdo de lo que sentí, fue pánico de muerte regado por todo el cuerpo, acompañado por una diarrea imparable; me sentía más encartado que un gusano ciempiés enzapatado, De la tragedia surgió un poemario titulado El Otoño Siempre Llega, con el cual agradecí a las autoridades departamentales y municipales, el honor del reconocimiento. El Canto a mi Tierra, poema incluido en dicho poemario, salió de lo más profundo de mis entrañas y. puedo decir, sin que parezca odioso, es mi mejor momento poético porque entre sus versos no se asoma ni el pánico ni la diarrea.

Después de la aventura literaria citada, se cruzó en mi camino, como un golpe celestial y esplendoroso, el Taller de Escritura Creativa, con el maestro Alberto Rodríguez a la cabeza y la Casa de la Lectura como mi nueva casa, que es la casa de todos. Del profesor no añado más porque todo el mundo sabe de qué clase de Rodríguez estamos hablando.

En el taller he alcanzado la consideración de alumno vitalicio, sin aspiraciones de emérito. Esto lo digo para que se dimensionen los logros alcanzados llevado de la mano sabia del profesor. Con él publiqué un libro de cuentos y participé en varias antologías de historias, que vieron la luz como colectivos de taller.

En mis esplendorosos 87, todavía siento el pánico del fatídico “quedémonos en casa” que llenó a todo el mundo de miedo e hizo que todos sintiéramos y obráramos como una manada de humanos enjaulados. Todo cambió. Nuestras tradicionales costumbres de vivir en sociedad, quedaron como imágenes congeladas entre los dobleces gratos del recuerdo.

Ahora, con otra actitud ante la vida y con inquietudes de turpial enjaulado, pregunto: ¿por qué se me negó el deseo de envejecer al lado de las personas que fueron tan gratas a mi aprecio? ¿Por qué mi soledad no está tan sola y tengo a mi lado un perrito lunetas que me mueve la cola y un gato que espera mi llegada para enredar el cordón de mis zapatos?

En mis esplendorosos 87 años no me enfrento a la lectura de largas historias, primero por las limitaciones visuales conocidas y, segundo. porque me da miedo morirme en la mitad de las páginas de un libro, y esa es una muerte poco digna para quien fuera lector de diaria disciplina.

Refugiado en las opciones que el computador me ofrece al punto de clic, dedico las horas diarias destinadas a la lectura. Busco en las letras generosas y gordas, cuentos cortos, no muy largos, porque morirse en la mitad de un cuento debe ser esplendorosamente vergonzoso. Mi lectura preferida es la poesía, todo tipo de poesía. Guardo especial inclinación por lo poetas argentinos de principios del siglo XX, que inmortalizaron el tango, el bandoneón y el lunfardo. Si se me es dado escoger una muerte digna para un lector de medio pelo como yo, pediría, sin lugar a dudas, la opción de quedarme dormido para siempre recostado a la paz espiritual de un poema; recibiendo las bendiciones de un verso; los abrazos metafóricos de una estrofa o la sonoridad exquisita de la rima. Envidio la muerte del poeta, porque los poetas nunca mueren, simplemente se ausentan.

En una de estas esplendorosas aventuras digitales, me reencontré con los recuerdos de un viejo amigo y soñador de tangos. Él es Cacho Castaña, cantor y poeta, nacido en 1942 en el barrio Flores de Buenos Aires, diez años después de la muerte de Carlos Gardel. Dejo libre el turpial enjaulado de mi voz, para compartir en taller el tesoro de mi hallazgo en los conmovedores versos de su poema Garganta con Arena.

 

Ya ves

El día no amanece

Polaco Goyeneche

Cantáme un tango más

Ya ves

La noche se hace larga

Tu vida tiene un karma

Cantar, siempre cantar

 

Tu voz

Que al tango lo emociona

Diciendo el punto y coma

Que nadie le cantó

Tu voz

De duendes y fantasmas

Respira con el asma

De un viejo bandoneón.

 

Cantá

Garganta con arena

Tu voz tiene la pena

Que Malena no cantó

Cantá

Que Juárez te condena

A lastimar tu pena

Con su blanco bandoneón

 

Cantá

La gente está aplaudiendo

Y aunque te estés muriendo

No conocen tu dolor

Cantá

Que Troilo desde el cielo

Debajo de tu almohada

Un verso te dejó.

 

Cantor

De un tango algo insolente

Hiciste que a la gente

Le duela tu dolor

Cantor

De un tango equilibrista

Más que cantor artista

Con vicios de cantor

 

Ya ves

A mi y a Buenos Aires

Nos falta siempre el aire

Cuando no está tu voz

A vos

Que tanto me enseñaste

El día que cantaste

Conmigo una canción.

 Cantá, Garganta con arena…

 

 

 

 

 

 


 

 

 

2 comentarios:

  1. Querido Eduardo compañero de libros, esplendorosas letras como esplendorosos tus 87. Bellísimo!!
    Adriana

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  2. De eso doy fe que tus 87 han sido explendorosos, llenos de enseñanzas y momentos vividos con mucha alegría para mi te AMO tío Eduardo.

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