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miércoles, 20 de abril de 2022

Pelota, campana y flor

Eduardo Toro Gutiérrez

Agapito, todos los días de la semana, mañana y tarde, recorría las calles empedradas de Yaburí. Llevaba en la jíquera tejida por él mismo, en cabuya trenzada, cinco balas de revolver, una barbera cachimona, unos dados cargados, un escapulario de la Virgen del Carmen, una baraja española gastada por el uso y un poncho montañero que siempre salía tendido y listo para las que fueran. Este hombre de talla regular, edad mediana y suerte negra, desafiaba hasta el mismo cura del pueblo a una corridita de dados en cualquier parte que lo encontrara. Es un momentico nada más padre -decía Agapito, suplicante- y el curita, también con sus dados cargados como todos los dados de Yaburí, le quitaba los pocos reales que le quedaban al barequero.


No solo el cura, también el leñador y el carbonero, el corista y el sacristán, el tendero y el carnicero, el boticario y el curandero salían gananciosos de los repetidos desafíos de Agapito, que pareciera se regocijaba en su mala suerte. Un día, terciada su mochila, recorría los andurriales de Yaburí, se topó con el cura y con el maestro e hizo caso omiso de su presencia y no los desafió a la acostumbrada partida de tute y tampoco nombró los dados. Los paisanos extrañados comentaron entre ellos el cambio de comportamiento del jugador, quien al ser requerido por sus contendores les explicó que ya había agotado sus ahorros y el tiempo para el veraneo estaba lejano.

Agapito en sus recorridos diarios, soportaba con aparente resignación los insultos y las burlas de todo un pueblo empeñado en ridiculizarlo. Su nombre fue deformado de muchas maneras y para aniquilar su estado de ánimo le gritaban agapato, agapoto, agapeto:  hasta el mismo cura un día lo invitó a jugar diciendo: ¿nos echamos una corridita de dado, don agaputo?

 ¿Cuál será la causa de mi mala suerte?, se preguntaba Agapito. Revisó los dados y comprobó que estaban debida y honestamente cargados, solo le quedaba alguna duda sobre sí el cura que los rezó estaba en estado de gracia o desgracia el día que entregó una jugosa limosna en granos de oro, por el trabajo del rezo. Revisó las cartas de la baraja española con “marcas” ocultas en los ases, los reyes y los caballos y las encontró honradamente libres de alteración. Si con estas herramientas de trabajo -se dijo- no hago pelota, campana y flor, es porque el diablo está metido en este asunto de mi mala suerte.

Agapito, con los primeros rayos del sol de un miércoles de estío, se presentó en la casa de Crédula Barajas, aquella gitana de endiablada y eterna belleza, que tenía poderes adivinatorios, era acertada en sus juicios, conocedora de todos los intríngulis de la vida y la vida de todos los paisanos. He venido Crédula- dijo el jugador- para que esculque en lo más profundo de mi alma y me diga sin tapujos, que es lo que pasa con mi maldita suerte, poniendo sobre la mesa de las adivinaciones los dados cargados, la baraja española y el escapulario bendecido por el mismísimo Pio XII; colgó la jíquera del espaldar del taburete, se echó el poncho al hombro, respiró profundo, y se despachó en lamentos por su mala suerte. Dígame, Crédula, a cuántos curas tengo que matar para que me cambie esta puta suerte de perro chandoso.

En la mesa de las adivinaciones estaba una esfera de cristal sobre un pedestal de macana, miraba atento un currucutú embalsamado, una taza de humeante chocolate con burbujas tornasoladas, la uña de la gran bestia y el nido del pájaro macuá.  Crédula se sentó solemne, abrió el abanico de los deseos y se aireó con gracia; puso, al alcance de Agapito, un plato de porcelana china, en la cual éste depositó siete granos de oro. Ahora -ordenó la gitana- tómese el chocolate de un solo trago y sin respirar. Después de la ceremonia del chocolate, pasó al barequero una hoja de papel en blanco y un lápiz de carboncillo con la orden de que escribiera con toda claridad su nombre completo, lugar y fecha de nacimiento, religión y oficio.

Nombre: Agapito Pulgarín Zorrilla

Lugar de Nacimiento: Yaburí, Antioquia

Fecha de Nacimiento: siete de mayo de mil novecientos seis

Estado civil: Casado

Religión: Católico Apostólico y Romano

Oficio: Barequero en los veranos y jugador en los inviernos

Crédula dio un ligero vistazo a la caligrafía del atormentado hombre, se detuvo un poco sobre la información suministrada, leyó con voz pausada y misteriosa: “Agapito Pulgarín Zorrilla”, lo miró a los ojos y sentenció, con seguridad absoluta,  usted carga este mal desde que fue bautizado con semejante nombre y agregó: no me explico cómo  ha podido sobrevivir con tan horrible rótulo, otro no habría llegado ni siquiera a la primera comunión -y admirada dijo- usted, don Agapito Pulgarín Zorrilla, es todo un verraco.

De hecho, su mala suerte la tenía incrustada desde la pila bautismal, la gitana dispuso que, aunque un poco tarde, el mal se debía atacar con baños de agua bendita y fue precisa y concreta cuando recomendó un único y determinante remedio para revertir su mala estrella. Crédula le aconsejó, sin vacilaciones y con la convicción de tener a su alcance el remedio para revertir su mala suerte. Al salir de esta casa váyase al notario del pueblo y piense en el nombre que va a adoptar, pues en su nombre y apellidos que sufre está toda la carga de su mal fario. Dígale que va de mi parte y lleve unas pepitas de oro, porque ese trabajo tiene su costo. Por último, recomendó: piense en un nombre que cause miedo e infunda respeto.

Al señor notario, antes de expresar el motivo de su visita, entregó las últimas pepas de oro que le quedaban. Agapito sin preámbulos y con la urgencia de quitarse de encima el nombre y apellidos que le estaban pesando como un fardo, relató sobre las recomendaciones de Crédula Barajas. El notario tomó los granos de oro, los sopesó y dijo ceremonioso: me debe para el próximo veraneo una cantidad de oro igual a esta, el trabajo que vamos a realizar es de mucha responsabilidad y cuidado, tanto es así que debemos incluir la acción de cambio de identidad en las ordenanzas del bando municipal del próximo domingo y eso cuesta una cantidad de oro adicional.

Agapito se despedía del nombre que lo acompañó por más de cuarenta años, pensando en el nuevo nombre que imprimiera respeto y le diera carácter a su personalidad de barequero en los veranos y jugador en los inviernos. Con el nuevo nombre quería meter no solo miedo, también algo de reverencial respeto. Llamándose como se pensaba llamar iba a hacer historia en Yaburí.

Sobre el escritorio del señor notario, estaba el periódico del día anterior, y a la vista. en grandes titulares, la noticia repetida de todos los días: El Sicariato nos asfixia. En la fugaz visión estaba el hallazgo de su nuevo nombre. El notario nuevamente hizo énfasis sobre lo poco recompensado que se sentía con tan mala y escasa donación. Reconvención de la cual Agapito extrajo su nuevo apellido.

Me llamaré Sicariato Mal’Donado, fue lo que dijo a secas y seguro de haber tomado una acertada decisión. El notario lo acogió como un mandato y en el bando del domingo siguiente, ante una multitud de Yaburiseños, se leyeron, antecedidas por un redoble de tambores, las ultimas disposiciones municipales y la ordenanza del cambio de nombre de quien siempre fue conocido como Agapito Pulgarín Zorrilla por el rimbombante de Sicariato Mal’Donado.

Las gentes de Yaburí no le dieron al bando la importancia y seriedad que tienen los bandos de los pueblos. Cuchicheaban y reían a espaldas del jugador, se comentaba que este hombre había pagado al notario con una importante cantidad de granos de oro y que había comprometido el producido de los próximos cuatro veranos. ¿Y todo para qué? Se preguntaban los paisanos si, de todas maneras, este pobre hijueputa, se va a seguir llamando Agapito Pulgarín Zorrilla. El cura del pueblo se dijo un poco dolido, este notario pendejo y la endiablada Crédula Barajas se cagaron en mi negocio, aun sabiendo que yo siempre procedo en nombre y representación de las animas benditas del purgatorio, sin embargo, reconozco que en una jugada magistral me hicieron pelota, campana y flor.

 


 

 

 

 

    

 

 

 

 

 

 

 

 

1 comentario:

  1. Muy bueno el cuento, Eduardo. Como siempre tu capacidad es asombrosa. Sigo leyendo tus historias y leyendas de Yanbury. Tu amigo Chucho Rico.

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