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miércoles, 8 de febrero de 2023

Hay un gato en el pesebre

 



Eduardo Toro G.

Vamos, bomberas vamos. vamos a Belén a salvar a la Virgen y al Niño también. 

En los días previos a la navidad, cuando el tiempo empieza a correr sin misericordia, y creemos que la vida y la plata no nos van a alcanzar para disfrutar en paz y alegría, el espíritu navideño inunda y ablanda hasta los más duros corazones.

Cuando empezamos a hacer exhaustivos ejercicios de memoria para recordar el sitio exacto en donde guardamos, o dicho mejor, escondimos las luces y faroles de la “noche de las velitas”, nuestro olfato y gusto confunden los sabores y todo comienza a olernos a natilla y buñuelos. Empieza entonces la faena de buscar, encontrar y sacudir el polvo de nacimiento antiguo y de sentimiento valioso que heredamos de los bisabuelos españoles.

Llega el día en que nos levantamos y vestimos de harapos, y sin ducharnos y solo con un tinto, empujados por el divino espíritu navideño, cerramos los ojos y entramos al cuarto de los chécheres con la ilusión lejana de encontrar en buen estado a todos los personajes y figuras que darán vida al tradicional pesebre. La labor de limpieza es dispendiosa y de alta responsabilidad, pues hasta la más imperceptible avería, aun las causadas por el tiempo, el orín y la polilla, se le adjudicará al valiente y arriesgado hacedor de pesebres.

Hecha la primeara inspección se establece que hay necesidad urgente de reemplazar elementos como el papel encerado que está hecho polvo y algunas ovejitas esquiladas por la dura mano del tiempo. Superadas las dificultades iniciales, propias de todo nacimiento, se discute el lugar y espacio que ocupará. Generalmente se escoge un sitio visible desde todos los ángulos de la casa que, por supuesto, es en el que más estorba. Buena parte del ejercicio de armar el pesebre es la de mostrar nuestras capacidades urbanísticas y creativas, a las que damos vuelo sobre unas cajas de cartón forradas en papel encerado verde y falso musgo. Aquí va el nacimiento, los Reyes Magos los ponemos por allá lejos -dice uno- aquí la mula, el buey y los dos ángeles adoradores – dice otro-  El  Ángel del silencio, lo ponemos en esta lomita para que domine el entorno y se escuche su shitón cuando los bárbaros empiecen a quemar pólvora -opinó un tercero; en equipo armamos corrales para ovejas y vacas; construimos un gallinero y un lago con  papel aluminio para patos y gansos en el que también  flota cómodo un elegante crucero; los caminos de Belén  son autopistas y ferrovías  que llegan al nacimiento con enormes camiones cargados de regalos; el toque de gracia lo dio el alumbrado de luces intermitentes traídas de contrabando desde la lejana China; también lo dotamos  de un moderno aeropuerto y una base para lanzar cohetes a Marte.

Como la estrella que orienta a los Reyes Magos “sacó la mano”  el año pasado, estábamos en la disyuntiva de comprar un lucero nuevo o dotar a sus majestades de teléfono móvil para que cada uno se oriente… finalmente nos inclinamos por la tradicional estrella.

Ya está, -exclamó uno- quedó precioso -murmuró otro-, no le falta nada, -dijo un tercero- y pensar que a un alcalde no le alcanzan cuatro años para tapar los huecos -protestó el cuarto-. Los cuatro compartimos la genial idea de dotar el próximo pesebre de su correspondiente motel, lugar tan importante en todos los tiempos, para el agitado reposo de los amores extraviados.

¡Hay un gato en el pesebre! Fue el grito que se escuchó en toda la casa. Cuando acudimos al lugar del posible desastre, ya el huracán Katrina había hecho lo suyo: en el lago artificial yacían los cuerpos de dos pastores, un vaquero y un labrador; las gallinas y los patos yacían desplumados y las ovejas y vacas estaban extraviadas entre el musgo; el ángel había perdido el dedo índice de la mano derecha, el cual le daba la dignidad de alegoría del silencio. Los reyes Magos y sus camellos quedaron sepultados entre las dunas del desierto. La Virgen perdió la nariz y de San José solo encontramos el báculo hecho trizas; cuando, milagrosamente hallamos al Niño Jesús, mezclado en el musgo con toda clase de animales, le canté cual poeta:

¡Pudiste evitar tanta tragedia, “mi fe en ti, como mi amor, ha muerto”!

Como no fue posible hacer un balance minucioso de los daños, optamos por declarar pérdida total y prometimos que el próximo año haremos un pesebre con ratoncitos de felpa y lagartijas de celuloide, para que nuestros queridos gaticos gocen a plenitud, con espíritu navideño, la creatividad y el arte que se derrocha en tiempos de natillas y buñuelos.

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