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martes, 6 de junio de 2023

No vuelvas a decir mi nombre

 Gustavo Urrego

Todo comenzó el día que supo que estaba muerta, se lo dijeron en la registraduría, a donde había llegado por la pérdida de su cédula. Había denunciado la pérdida y faltaba solicitar una copia, por eso le sorprendió escuchar al funcionario en la ventanilla decirle:

-    ¡Usted está muerta!

Saberse muerta fue diferente a lo que imaginaba que era estar muerta, no volver a levantarse de su cama y desprenderse de la vida en un sueño.

Lucrecia Cuesta Montealegre, aparece dada de baja por muerte natural, según acta de defunción. La miró por encima de sus gafas cuadradas en una cara redonda cortada por un bigote nervioso sobre unos labios pequeños, con la sospecha de estar descubriendo un fraude, se levantó de su silla con ganas de buscar café.

-    Espere -dijo ella- según sus registros cuando fue la defunción.

Él volvió a la pantalla.

-    Según el acta de defunción, fue el 12 de mayo del 2020, hace más de un año, en el                 hospital regional. No tengo más datos.

Dejo el computador y salió del cubículo. Ella continuó al frente de la ventanilla mirando el computador, no alcanzaba a leer, pero algo le decía que allí se quedó encerrada su vida.

No recuerda como llegó a su casa, cuando volvió a estar consciente estaba sobre el sofá adormilado, contando por teléfono la misma historia a amigas y familiares. No sabe si por burla o por tranquilizarla le decían cosas como: “mírale el lado bueno, no tienes que pagar deudas ni impuestos”, o “un muerto no necesita comer”. La llamaron Zombi o muerto viviente, no faltó quien le recomendó que demandara al estado por daños y perjuicios. El esposo llegó del trabajo y mientras almorzaba escuchó en silencio la historia de su esposa.

-    Es un error, vas a ver que en el hospital reconocen su equivocación y la registraduría            te va a expedir copia de la cédula, le dijo mientras la miraba de reojo.

En el hospital regional, el encargado del archivo la orientó a la oficina de defunciones de la secretaria de salud municipal. Al otro lado de la ciudad. Una oficina fría donde se respiraba el polvo de folios arrumados en paredes de archivadores metálicos. El funcionario buscó los registros del 2020 y sacó la copia del acta de defunción de Lucrecia Cuesta Montealegre, cédula 29080972. Causa de muerte: COVID, en la unidad de cuidados intensivos del hospital regional. El documento le produjo escalofrío, como una sentencia inapelable.

Son mis datos le dijo, pero como ve se trata de una homónima.

Pero es su número de cédula, dígame qué pasó con su cédula.

Se me perdió, en la pandemia pasé a hacer compras y pagos por internet y me olvidé de ella.

En el barrio el chisme de la vecina a la que se le murió la cédula, corrió como agua de avalancha, llenando las bocas en las cocinas y el cuchicheo en los antejardines. De tanto rodar se le fueron agregando detalles: que la que murió era una inmigrante que llevaba poco viviendo en el barrio, que se enfermó y la atendieron el en hospital con la cédula de Lucrecia, que en el barrio se pusieron de moda las venecas, que el esposo de Lucrecia se enredó con una de ellas a la que ayudaba con los gastos a cambio de favores sexuales, que un día la venezolana enfermó y el esposo le prestó la cédula de Lucrecia para que la atendieran en el hospital, que en el barrio era frecuente prestarle las cédulas  a vecinos y familiares que no tenían derecho a servicios de salud y luego las devolvían al salir del hospital, que las cosas no salieron bien y Margarita, la venezolana, empeoró, le diagnosticaron COVID, la llevaron a la unidad de cuidados intensivos donde falleció después de veinticinco días, que al morir su cuerpo lo embalaron en una bolsa de hule negro con cierre, sin que ningún familiar la viera y la cremaron en el cementerio local sin derecho a velación.

Con la pandemia nos encerraron a todos y muchos de los muertos pasaron desapercibidos. El esposo de Lucrecia se olvidó de Margarita, hasta la respuesta de la registraduría. Negó repetidas veces haber prestado la cédula y se enojó ante la insistencia. Lucrecia ayudada por una vecina conoció la familia de Margarita. El niño con el que viajó de Venezuela estaba viviendo con la abuela, en una pieza, al fondo de una casa de inquilinato, un cuarto oscuro con una ventana pequeña de madera y dos naves que daban a un corredor. En el suelo un colchón, una maleta en un rincón y unas bolsas de comida sobre una mesita de madera donde descansaba una olla pequeña sobre una estufa eléctrica.

-    Fue una obra de misericordia lo que hizo su esposo con mi hija, dijo la anciana al escuchar sobre la cédula prestada. Yo no tengo como pagarles. Mi hija era una buena mujer. No dejo nada. Si de algo le sirve tome la cédula de ella. Una cédula venezolana con la cara de una mujer trigueña de pelo ensortijado.

Es curioso pensó Lucrecia, cómo hay hombres que siempre les gusta el mismo tipo de mujer. Después de mirarla un rato, le pareció justo el trato y se la quedó…

Ya en su casa se miró en el espejo del baño y comparó su cara con la cédula de Margarita, en algo se parecían. Recordó cuando en el recreo, en la escuela, con las amiguitas jugaban a cambiarse los nombres. A ella Lucrecia nunca le gustó, le parecía nombre de vieja, Cuesta, su primer apellido siempre le puso la vida de para arriba y Montealegre le sonaba como una invitación a los hombres. Por eso ahora Margarita Valencia Alegría, la renovaba, le daba un aire fresco, como volver a nacer. Miró de nuevo la foto de la cédula y repitió varias veces el mantra Margarita.

Se acostumbraron a llamarla Margarita, menos la mamá de ella que seguía diciéndole Lucrecia. Una tarde entre lágrimas, le confesó un secreto familiar. Antes de conocer a tu papá, le dijo, yo tuve una niña con un novio que desapareció cuando le conté del embarazo, esa niña se llamaba Lucrecia y murió pequeña. Por eso cuando naciste te bautizamos Lucrecia. Con sus ojos humedecidos, le dijo: quería que el nombre de tu hermana viviera en ti. Mamá, pero eso pasó hace mucho tiempo y muchos niños mueren en accidentes.

-    No, no fue un accidente -dijo la madre- y volvió a llorar.

 

 


 

 

 

 

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