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martes, 27 de junio de 2023

Querida Emma

 


                                              Eduardo Toro G

Mi muy querida e inolvidable Emma:

   Ayer en casa de tus padres conocí a tu hijo mayor. Fue un golpe de gracia a mi pasado. Al pasado que nos une desde el recuerdo, desde el corazón y desde el espíritu. ¿Te acuerdas? No sé si tú, pero yo sí, al ver la figura de tu hijo Antonio. No quiero imaginar por qué le pusiste ese nombre. Volví a caminar enamorado abrazado a tu talle por las alamedas de Viena. Y recordé tú último adiós, aquel adiós que todavía me aturde.

Aún recuerdo. Amaneció. Las luces cayeron desmayadas y tenues sobre los lomos del Danubio. Era primavera. Entre mis brazos juraste que me amabas y que nunca te irías de mi lado. Después, que tal vez sí me querías pero que tu vida era la música, que debías cumplir tu compromiso con el piano y que todas tus expectativas estaban en Austria, muy lejos de nuestra patria. Te rogué con lágrimas y fuiste dura, casi perversa, al verme humillado y suplicante.  Me alejé de ti. El trayecto que nos separaba de nuestro último adiós, lo recorrí despacio y en silencio, con la esperanza del “aguarda” que debieron pronunciar tus labios. Volví hacia ti para tirarte un adiós con el abanico de mi mano y ya no estabas. Tu desdén me devolvió a mi patria.  ¡Qué dura y despiadada fuiste!.

Apenas desempacaba maletas, supe que te habías unido en matrimonio a un joven profesor alemán, él tuvo suerte, porque mandaste tu música al carajo y tu carrera de concertista quedó trunca. Supe, también, que te fuiste a vivir a un poblado cercano a Berlín y que meses después el cielo te regaló a tu hijo Antonio. Yo dediqué mi vida a recordarte en silencio: me casé con una mujer adorable, nació mi primer hijo y también lo llamé Antonio.

Alguien desde el corazón me gritaba, mi querida Emma, que debía enfrentar a tu hijo, debía cotejarlo en talla y apariencia con mi Antonio. No muy lejos de mi recuerdo estaban tus ojos de mirada ausente. Tu voz de terciopelo nuevo me atosigaba para contarme una historia que solo tú conoces, una verdad que te atormenta, te persigue y no te da sosiego. Sabrás, porque lo imaginas o te lo debieron contar tus padres, que el encuentro de nuestros hijos fue en términos normales; fue casual y emotivo; fue como la unión de dos ríos de la misma sangre que un día se bifurcan y después de muchos años, sin buscarse, se vuelven a encontrar.

Sí mi Querida Emma, porque te amé y te tuve entre mis brazos aquella inolvidable noche en Viena, debes saber que ya lo presentía, que cuando miro a mi hijo Antonio veo en él a nuestro Antonio. Ahora sabes que el lejano Antonio que no te olvida, conoce tu secreto, nuestro secreto.

 


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