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martes, 19 de marzo de 2024

El padre Daniel : el cruce de los caminos

 Jesús Rico Velasco

 El   10 de abril de 1985 a la una y diez de la madrugada fue asesinado el padre Daniel Hubert Gillard, sacerdote belga, por una patrulla militar y miembros del DAS  en el barrio  el Vergel de la ciudad de Cali.  Se dirigía  hacia la parroquia del Señor de los Milagros en un  jeep campero  Nissan de color rojo. Sus acompañantes, Nohemí Arévalo, contadora de Caritas y Rigoberto Cortés, resultaron heridos. El padre Daniel recibió cinco disparos  en la cabeza a pesar de lo cual continuó vivo,  permaneció en estado de coma hasta el 26 de octubre  cuando  murió al ser desconectado de forma intencional por orden militar. Hasta hoy cuando ya han pasado 38 años de olvido, su muerte sigue en la impunidad. Su recuerdo queda en la memoria  de aquellos  que por circunstancias de la vida nos cruzamos en su camino.


Un día cualquiera  del año 1976 en el barrio  Aguablanca, el Dr. Jaime Rodríguez jefe del Departamento de Medicina Social de la Universidad del Valle me lo presentó  durante una visita que hicimos al programa de atención primaria que se hacía con  visitas domiciliaras realizadas por promotoras de salud  en el  barrio Antonio Nariño.

 Un sentimiento  muy especial trinó en mi corazón  al ver la juventud y gran talante  del padre Daniel. Le conté la imperiosa necesidad  de manejar un poco el idioma francés para concursar en un trabajo con la Universidad de Tulane  para trabajar  en   el antiguo   Congo Belga en Africa.  Le pareció demasiado ambiciosa    la idea de  pretender un manejo del idioma francés en seis semanas  pero  haría el intento a través de una metodología  por  “inmersión”   garantizar   niveles básicos  de comunicación.   

 Acordamos como sitio de reunión un espacio   en el tercer piso del Departamento de Medicina Social. Comenzábamos  temprano en las horas de la mañana con la idea de interactuar de manera simple cada día y acudíamos a algunos sitios para desayunar y almorzar.  Conversaciones cotidianas  siempre en francés  combinadas con ejercicios de pronunciación  en directo, temas de lectura en  cuadernillos facilitados por el  padre: la mule du papa, les etoiles, le petit prince.  Otros  me los  regaló  con ejercicios  de preguntas y respuestas coloquiales. El padre me llevó con lucidez por un proceso de enseñanza acelerado durante seis semanas a partir del mes de febrero de 1976 antes de viajar a Nueva Orleans.

  El padre Daniel era de origen belga nacido en Gingelom Limburgo en junio 6 de 1936.  A sus 30 años llegó a Colombia  para quedarse. Un hombre de mediana estatura, acuerpado y tez colorada.  Disfrutaba la risa con mucha gracia. Usaba pantalones de faena  color caqui y con frecuencia  camisas deportivas  color azul con sandalias como  uniforme de cura de la comunidad Asuncionista como párroco de la iglesia del Santo Evangelio en el barrio Antonio Nariño.  Buscaba llegar con su palabra y concientizar  a los pobres  de los tugurios de invasión en el Distrito de Aguablanca. Su trabajo  se enfocaba en la actividad parroquial y misionera en obras  en los asentamientos : construcción de alcantarillados, suministro de agua potable, escuelas y servicios  de salud. Una dedicación especial al desarrollo de juventudes y fomento de vocaciones sacerdotales. No se arrugaba frente a cualquier actividad,  trabajaba con alegría, se interesaba por la gente y las cosas del diario vivir. Le preocupaba  la insuficiencia alimentaria en los hogares y la consecución de los materiales necesarios para avanzar en la construcción de las viviendas que en algunas partes en los barrios periféricos eran verdaderos tugurios.

 Durante dos meses nos vimos tres veces por semana para practicar  francés, conversar un poco sobre las experiencias vividas  en Chile durante la dictadura de Pinochet, y el proyecto de promoción de la nutrición humana que ayudaría   a organizar en la ciudad de Kinshasa. Un hombre con una calidad humana extraordinaria, un profesor comprometido  con el progreso de su alumno.  La metodología por “inmersión” estaba dando resultados, lograba sostener    una conversación de un nivel básico suficiente para defenderme.  Mientras almorzábamos  en restaurantes cercanos a la universidad conversábamos simulando situaciones cotidianas en servicios, por ejemplo:

 « Bonjour messieurs, je voudrai prendre un petit déjeuner. Je voudrai avoir aussi une tasse de café au lait, des œufs au plat, et du pain.

Je m’appelle Antonio. Je suis Professor à l’école de santé publique.

Je suis ravi de vous connaître messieurs.

Je suis colombien.

Père Danielle est mon Professor de français. »

 Un hombre que se dio por las personas de su comunidad, que intentó recorrer el camino trazado y enseñado por Jesucristo  a través de acciones comunitarias y obras sociales murió de manera cruel en manos de indolentes. Su recuerdo perdura quizás en algunos pocos que lo conocimos pero es uno más de los olvidados en nuestra sociedad que cubre el dolor de los recuerdos en el manejo sucio de la prescripción de los contratos entre los humanos. La ley desaparece los cuerpos y su existencia pierde contacto con la realidad de los responsables de su asesinato en el barrio de Aguablanca de aquel día siniestro de 1985. Los responsables se quedaron escondidos debajo de las cobijas de una cruel impunidad. Los nombres  de los muertos como el padre Daniel quedarán escritos para siempre en los libros del cielo y en el recuerdo grabado en mi corazón.

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