Hugo León Zapata
Una tarde, temprano,
Plutarco Castrillón, negociante, joven, jovial, sin contemplaciones, mas no
temerario, necesitó ir fuera de la población. Alquiló pues una yegua trotadora.
Su caballo Palomo se lo tuvo que entregar a la chusma como contribución a la
causa.
Plutarco vivía en una
casa centenaria, en la plaza pequeña; casa de dos pisos y doble construcción,
una de tierra pisada, con balcón,
y la otra en ladrillo limpio. Del segundo piso descendían a la plaza notas musicales de
una radiola de cuerda y aguja.
Al frente de la casa un
cierto alboroto, un chusmero dándole plan a un parroquiano
¿Por qué me pega?
-Por no estar carnetizado
gran pendejo.
- Don Pluto, cuidado
que el Mono Perico está alborotado, amaneció envenado, anche hubo muñeco - le dijo
alguien -.
-¿Quién?
- El hermano del
sacristán, el pobre Macario. Por dárselas de macho.
- Que vaina hombre.