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domingo, 6 de mayo de 2012

Soy damnificada


María Elena Londoño

El miércoles acabábamos de almorzar y nos disponíamos a arreglar la cocina, cuando nos avisaron que el jarillón que protege el conjunto en el que vivimos, Club de Campo la Morada, se había roto y nos estábamos inundando. Había llovido sin parar durante 36 horas. Salimos a mirar, ya el agua alcanzaba la calle y al mirar para atrás vimos cómo venía en cascadas y remolinos. ¿Qué hacer? ¿Para dónde correr? ¿Será que nos llaga hasta la casa?


El agua así como es de esencial, es destructora.

Al ver que nos estaba alcanzando, resolvimos sacar los carros para tratar de salvarlos, pero al tomar la curva, nos alcanzó, así que los aparcamos en la vía y nos regresamos para la casa.
Ya el agua estaba alcanzando la piscina y por el otro lado estaba entrando al garaje. Como pudimos, con piedras y tierra sacadas de la entrada, llenamos bolsas y empezamos a tratar de bloquear las entradas. Pero son muchas y no alcanzamos, entonces cogimos toallas, talegos plásticos, todo lo que teníamos al alcance para tapar todas las hendijas y algo logramos. Veíamos subir el agua fuera de la casa, hasta que se empezó a entrar. Corrimos a subir las cosas que estaban más bajas, con la esperanza que no subiera mucho, pero no acabábamos de subir unas cuando había que subir las del peldaño siguiente, porque el agua se lo había tomado todo. Ya cuando teníamos el agua a las rodillas, y todo flotaba no pudimos hacer más, así que resolvimos empacar algo de ropa, coger los computadores y salir. Nos costó mucho trabajo abrir el portón, porque le habíamos puesto revistas abajo y ya estaban hinchadas. Con esfuerzo salimos y empezamos a caminar, pero hacia dónde. Todo estaba inundado. Resolvimos ir hacia la derecha, porque el agua venía de la izquierda.


Nos encontramos con todos los vecinos saliendo con caras tristes y angustiadas, todos estábamos aterrados. Algunos inflaron los flotadores y ahí sacaron a los niños y a los mayores. La vecina salió con unas gemelitas de un mes, metidas en talegos de basura con las cabecitas afuera. Fue un momento para sacarnos una sonrisa a todos. Avanzábamos con el agua al pecho, cuando llegó una volqueta de los bomberos a recogernos. Subidos al carro, nos dimos cuenta de la dimensión del daño. Quedamos horrorizados.


Los bomberos iban de casa en casa revisando y sacando gente, con mucho profesionalismo, fueron nuestra mano salvadora.
A medida que salíamos, veíamos todas las casas inundadas, unas más que otras, todos las abandonaban con sus mascotas. Nos montamos en las volquetas asignadas, en perfecto orden y sin perder la cordura.
Al salir del conjunto, rumbo a la portería principal nos encontramos cantidades de carros con familiares esperando, grúas que trataban de entrar a recatar los carros atrapados. Nadie podía ingresar.


Mi hermana nos estaba esperando en la portería de la Panamericana, fue como ver una luz de salvación. Mojados y muy aburridos, nos marchamos a su casa. Apenas llegué me senté a llorar como hacía mucho tiempo no lo hacía. No sabía por qué no podía parar. Todos me consolaban, incluidos mis compañeros de infortunio, pero no lograba calmarme. Solo pensaba en el agua que se me venía encima, en el carro de mi hermana bajo el agua, en el desconsuelo y la impotencia que sentía.

Ya estoy calmada. Ayer pudimos ingresar a la casa y vimos un panorama aterrador. El lodo había cubierto todo, los muebles estaban dañados, los colchones inservibles, los libros, discos adornos, todo enfangado.

Al mal tiempo buena cara, manguera y escobas en mano, empezamos a sacar el barro. Nos visitaron de la gobernación, la Cruz Roja, la CVC, la alcaldía, la aseguradora, todos tomaron datos y censaron a los damnificados. Las grúas retiraron los carros.

Hoy estamos a la espera de la evaluación de los daños.

Sigo asilada donde mi hermana y espero que el lunes podamos regresar.




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