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viernes, 31 de mayo de 2013

Soledades completas

                                         Carlos Arango 




Tras ocho horas de viaje y ajeno a lo que ocurría a su alrededor, el hombre esperaba la salida del vuelo que lo llevaría a su ciudad mirando un televisor sin sonido. Una voz femenina lo sacó de su letargo: “Dame un whisky por favor. Que sea doble pues solo tengo dólares y no traigo el cambio exacto”, escuchó decir a su espalda.

“Un trago es una buena idea”, pensó el hombre y se dirigió a la venta móvil observando a la chica hacer divertidos movimientos para encontrar su billetera intentando no derramar el licor. El hombre sonrió y ella, sin decir nada, extendió  su brazo para que le sostuviera su copa mientras terminaba su tarea.
“Soy Chiara, voy para Medellín y vengo de Barcelona donde he vivido los últimos seis años” dijo ella, mientras el hombre pedía un vodka y comprendía la razón de su especial acento. “Vengo de pasar tres semanas en México” dijo él,  apurando un trago y mirando a través del cristal el dulce rostro de la chica, distorsionado por la presencia del líquido y el hielo dentro del vaso.
La conversación fluyó con facilidad. El ininteligible sonido de los altavoces anunció que todos los vuelos tendrían un retraso. El hombre, fumador compulsivo, comenzaba a enfrentarse a la disyuntiva de elegir entre la chica y su ansiedad, cuando la observó llevar su mano al bolso y extraer una caja de cigarros. Intrascendente y simple. Cómplices involuntarios, haciendo algo prohibido, aceptaron  con naturalidad la autoritaria sugerencia de fumar afuera.
Algunas palabras más tarde, el hombre sugirió abrir una de las botellas de tequila que traía como único equipaje de mano junto a su computadora. Sin titubear, ella aceptó. Más comodidad y complicidad. Seis años después ella le diría “química, compatibilidad sensible, soledades completas”, palabras perfectas para describir solo parcialmente lo que él sentía, pues su estómago comenzaba a palpitar con el aleteo de innumerables mariposas.
La gélida niebla bogotana los envolvía pero ellos la ignoraban, no se movían, preferían la intimidad pública, el encanto de sus voces, la cercanía de sus cuerpos. La cubrió con su abrigo y disfrutó la sensación de intimidad y erotismo que le producía ver a una mujer usando su ropa. Una parte de él, la envolvía sin pudor.
Su imaginación, aliada permisiva, le dio licencia para soñar. Con sus ojos la recorrió. Abrió lenta y suavemente los botones de su blusa disfrutando la visión de su pecho descubierto y sus pezones endurecidos por el deseo y el viento helado. Ella, temblando, pedía en medio de un grito silencioso ser abrazada. La tomó de la cintura, la acercó y la estrechó en sus brazos. Las palabras se volvieron murmullos.
“Vuelo 9231 con destino a Medellín, pasajeros favor pasar a la sala de embarque número uno” anunció el altavoz del aeropuerto.

La noche compartida llegó a su fin con un amistoso beso en la mejilla. En un esfuerzo por extender esas horas, mientras la veía alejarse, tomó el abrigo, lo estrechó contra su rostro, buscando su olor, su esencia personal… ella seguía allí.

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