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sábado, 3 de agosto de 2013

Los zamarros del tiempo

Hugo León Zapata




Una tarde, temprano, Plutarco Castrillón, negociante, joven, jovial, sin contemplaciones, mas no temerario, necesitó ir fuera de la población. Alquiló pues una yegua trotadora. Su caballo Palomo se lo tuvo que entregar a la chusma como contribución a la causa.

Plutarco vivía en una casa centenaria, en la plaza pequeña; casa de dos pisos y doble construcción, una de tierra  pisada, con balcón, y la otra en ladrillo limpio. Del segundo piso descendían a la plaza notas musicales de una radiola de cuerda y aguja.

Al frente de la casa un cierto alboroto, un chusmero dándole plan a un parroquiano
¿Por qué me pega?
-Por no estar carnetizado gran pendejo.
- Don Pluto, cuidado que el Mono Perico está alborotado, amaneció envenado, anche hubo muñeco - le dijo alguien -.
-¿Quién?
- El hermano del sacristán, el pobre Macario. Por dárselas de macho.
- Que vaina hombre.


En otrora el pueblo era el reverso de la imagen  de la bárbara violencia  Era festivo, llegaban espectáculos que satisfacían a las familias hermanadas, que  aprovechaban los días soleados en tardes frescas para pasear. En lo alto las nubes juguetonas.

Trompetas de muerte robaron la tranquilidad. Personajes sospechosos empezaron a abordar el tranquilo pueblo. El cambio  del cuerpo policial completó el sombrío panorama. Siguió el éxodo del cuerpo administrativo; nueva administración. La marea violenta  venía de la capital. Caras nuevas, caras de susto, atropellos y huida general. Quien no lo hizo tuvo que someterse a su bajeza. Era obligatorio andar armado, en cualquier momento y en cualquier parte saltaba la peinilla, o sonaba el silbido de una bala; la muerte iba tomando asiento. La chusma, poco a poco, se adueñó del pueblo  y sus haberes. Los tacos de dinamita daban rumores de miedo, Nada se respetaba, solo un poco a los viejitos del pueblo  y a una que otra familia, más por miedo que por respeto.
-¿Oye Pluto vas armado?
- Hombre sí, de un cachi blanco que me prestaron.
-¿Pero está cargado?
-Claro que sí hombre. Tiene las seis pepas.
-De todas maneras cuidate y no te les puches mucho.

De la pesebrera le enviaron un yegua trochadora y unos zamarros de cuero viejo. Eran las diez de la mañana y Plutarco montó en su caballo alquilado. Se veían paisanos en la calle. Cogió las riendas y arrancó chalaniando la bestia a un troche largo. Pero a medida que avanzaba el tiempo se iba deteniendo. Por debajo de su sombrero oteaba a lado y lado, atisbando cualquier movimiento. En la segunda cuadra, caras haciéndole muecas de horror, ni una sola cara amiga. En la tercera, la de la boca del lobo, la cantina del Mono Perico. El tiempo casi detenido tenía a Plutarco clavado en la tierra, chuzaba con los tacones los ijares de la  bendita yegua, pero ya no caminaba, como si hiciera siglos que  hubieran salido. Estaba solo. De la cantina salieron voces. Plutarco tenía miedo, como la del soldado que va por primera vez al combate. Se agarró de su cachi blanco, pero notó que sus movimientos se hacían cada vez más lentos. El bolsillo de los zamarros estaba roto.

2 comentarios:

  1. Como ya nos tiene acostumbrados Hugo noscuenta un relato del pueblo, de esa Colombia nuestra, en la época en que empezó la "chusma" losque precedieron a la guerrilla. Personas como Hugo son valiosas para permitirnos conocer nuestros origenes y. No olvidar todos los horrores que han acontecido en nuestra bendita tierra. Un. Abrazo para Hugo de su amiga,
    Gloria Vejarano

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  2. Buen cuento, con un aire de Rulfo.
    Bien puede ir Plutarco de la mano de Pedro Páramo a pasear
    al pueblo donde los muertos hablan.
    Felicitaciones para el querido Hugo
    Yolanda

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