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jueves, 25 de julio de 2013

Cuando otro vive en ti

                                                         José Antonio Cortés
                                                                                                      
  


M
Ario se desplomó en mitad de la clase de estadística y empezó a convulsionar; sus ojos abiertos mostraban una mirada perdida. Mientras estaba tendido en el suelo, algunos de sus compañeros corrieron a reanimarlo a la vez que gritaban: «Llamen al 911». El equipo médico que llegó a los pocos minutos, tomó el  control de la situación. Los alumnos se agolparon curiosos. Después lo sacaron inconsciente en una camilla y se lo llevaron en una ambulancia.
         Mario se encontraba en la sala de espera listo para el trasplante. Un nuevo corazón estaba disponible para él. En el umbral de la intervención, su mente escapó del rigor aséptico y divagó hasta el día  en que casi muere en la universidad, cuando fue llevado a una clínica en donde los médicos le informaron  que tenía una inflamación del corazón, que iba a quedar muy limitado y que no podría volver a clases. A partir de entonces su enfermedad  progresó hasta dejarlo postrado en la cama.

         De pronto sus  recuerdos se esfumaron ante el llamado de la enfermera; debía entrar a cirugía. Acostado en la mesa de cirugía, mirando las lámparas del techo, la incertidumbre le nubló el pensamiento. El sueño alivianó su cuerpo y un viento suave lo empujó a las sombras. De pronto se vio en un  bosque infinito donde todo era verde hierba; los árboles, las cascadas y los vivos matices de las flores emanaban una luz acogedora. Era un pájaro planeando sobre ríos y montañas. Quiso regocijarse con sus más emotivos momentos; volvió a su infancia, al colegio y a la universidad. Estaba en clases otra vez, cuando un algo invisible lo sustrajo y lo regresó al quirófano. Sintió desasosiego cuando se vio con  el pecho  abierto en canal, conectado a cables y mangueras, vio a los cirujanos que realizaban una operación de corazón. Una linda joven de pelo negro y ojos taciturnos observaba la escena. Un manto oscuro lo cubrió de pronto y sintió que caía a un pozo sin fondo.
         Mario despertó en la Unidad de Cuidados Intensivos, extraviado en un cuarto extraño. Sólo el bip bip  de los monitores alteraba el ambiente. No sabía dónde ni porqué estaba allí, lo único familiar era su madre, que sentada en la silla de visitas, dormitaba apoyando el cuerpo en su cama. Se angustió y quiso gritar, pero se lo impedía un tubo que salía por su boca e iba hasta un aparato que respiraba por él. Al reconocer a su madre, el bip bip alterado fue tomando un ritmo tranquilo.
         Mario se recuperó muy bien y pronto se reintegró a sus actividades. El suplicio de su enfermedad se fue haciendo un recuerdo lejano. Retomó los estudios y en pocos años se graduó en administración empresarial, y empezó a laborar en una compañía farmacéutica en donde fue ganando importancia por su trabajo, desde entonces lo más emocionante de su vida.
         Después del trasplante, Mario se deslizaba por la vida de  forma  anodina y sin aventuras o emociones excitantes; sus días se sucedían unos detrás de otros siempre iguales. Era un tipo del común, que no tenía una característica notable que lo distinguiera; difícilmente se entusiasmaba por algo que no fuera  hacer zapping en la TV y leer el periódico. Creía en Dios lo suficiente como para acompañar a su madre a misa los domingos, quien le machacaba que debía ser una persona agradecida con Dios por todo lo que le había pasado. Tratando de cambiar la inercia de su vida se matriculó en una academia para tomar clases de inglés con el propósito de hacer un posgrado en USA. Unos meses más tarde viajó a Washington DC para el posgrado. Cuando lo terminó, gustoso aceptó un contrato que le ofrecieron para quedarse trabajando en la ciudad.
         Las medicinas que debía tomar de forma continua, al principio le producían muchas molestias. Con el tiempo se fue acostumbrando y casi que pasaron a un segundo plano hasta ahora que vuelven a ser persistentes. Tenía dolores de cabeza con frecuencia, a veces dormía muy poco, lo que le ocasionaba mal humor, tristeza y mutismo. Entonces se refugiaba en los libros o las películas de Harry Potter, a las que se había aficionado desde cuando estaba en convalecencia. Otra vez los síntomas aminoraban y Mario se sentía eufórico, locuaz y con ganas de hacer tantas cosas que no dormía.  
         Mario llevaba unos años en Washington, sobrellevando sus molestias, y tratando de adaptarse a un país y a unas costumbres diferentes. Cuando terminaba su jornada laboral, se embebía en la lectura de la saga fantástica The Lord of the Rings, que solo paraba los viernes cuando se iba a un bar latino en Georgetown a comer  hamburguesas, escuchar salsa y tomar cerveza negra con sus amigos.
         Es octubre y en el metro de Washington,  una chica de cabellos negros, lee embelesada un libro. Mario, sentado junto a ella, admira su belleza. Cuando a ella se le cae un folleto, él diligente, se lo alcanza. Sus miradas se cruzan y el escuchar un “gracias”, fue el motivo para iniciar una charla sobre el clima, los sitios visitados y los gustos comunes. Se bajan juntos en Foggy Bottom station, la parada de la universidad. La chica se llama Laura y es estudiante de la Georgetown. Se despiden comprometidos en una cita para cenar.
         Mario y Laura tenían tantas afinidades que no tardaron en sentirse enamorados. Al poco tiempo ella se mudó a vivir con él. A partir de entonces se convirtió en lo más importante de su vida, y era tal su devoción, que decía y hacía cosas que no eran parte de su comportamiento habitual, solo para verla feliz.
         Aunque su música era la salsa, desde que conoció a Laura empezó a gustarle el rock y se sorprendió un día en que resultó silbando canciones de rock después de haberlas oído solo una vez. Él que había sido negado para la música quiso tocar un instrumento. Una noche que Laura llegó de la universidad, lo encontró haciendo un gran “estruendo”,  él pensó que se iba a disgustar, pero en vez de molestarse le insistió en que siguiera, que “su” música le traía gratos recuerdos. Al día siguiente, Mario se inscribió en un curso de guitarra.
         Mario no sabía mucho de la vida de Laura, ella era muy reservada en cuanto a su vida pasada y su familia; siempre evadía el tema, “sabes que no me gusta hablar de ese asunto”, respondía.
         Pero una vez más, Mario no se sentía bien. Volvía a  tener intensos dolores de cabeza y no dormía bien. Permanecía desconcentrado en el trabajo y le llegaban unos flashes de sitios donde no había estado y de recuerdos ajenos. Tenía sueños extraños, como si no fueran sus sueños, como si soñara sueños que no eran suyos. La recurrencia de la misma pesadilla en la que caía a un abismo, lo despertaba asustado en mitad de la noche. No quiso comentarle a Laura; sin que ella supiera fue a ver al médico, quien le soltó una retahíla acerca de los efectos indeseables de los fármacos, de lo importante del sueño, de las vacaciones y le recetó unas píldoras para dormir. Cuando regresaba al apartamento, se detuvo en una venta de autos deportivos; estuvo ensimismado, pensando que quizás el Doctor tenía razón. ¿Y si me compro un auto deportivo y me voy con Laura a pasear por esas autopistas?
         Mario se había despertado triste y sobresaltado por un sueño aciago, en el que aparecía Laura, compungida, queriendo decirle algo; sus ojos negros brillaban con tristeza. Tenía su cabello negro suelto ─ desde que la conoció, siempre lo llevaba en trenza ─, se le hacía un recuerdo remoto. ¿Había soñado que soñaba con ella? ¿No había vivido antes esta escena? ¿Acaso aquella chica no era Laura? ¿Eran sugestiones suyas o era su mente revolcada por los medicamentos?  Estaba en esas elucubraciones cuando recibió una llamada de la policía que lo estremeció. Laura había sufrido un accidente en la interestatal 95 y estaba en el Washington Memorial Hospital. Un presentimiento lo embargó. Al llegar al hospital, su alma se forró de hielo al reconocer a su bella Laura inerte. Sus ojos se anegaron, la voluntad falló y su mente sucumbió a la oscuridad. Lo que siguió después quedó en la nebulosa. Sólo recuerda que asistió como un zombi, a un funeral de pocas personas. Por varios días fue como un bote fantasma, perdido en un raudal desconocido.
    Un tiempo después, Mario, aun acongojado,  regresa al apartamento que compartió con Laura más de dos años. Siente los muebles y las cosas envueltos por una capa de nostalgia; todo está abandonado y cubierto de polvo. Tiene que tomar la decisión, varias veces aplazada, de deshacerse de todo lo que se la recuerde. Revisando en sus cosas, encuentra los libros de la universidad, sus libretas de notas y una caja con fotos y todas las cartas, tarjetas y notas que él le había dado. Ojea y lee algunas, pero no puede continuar, las lágrimas enturbian su visión. Al fondo de una gaveta del closet que solo usaba ella, encuentra varios cuadernos, reconoce su caligrafía es el diario personal. Se siente intruso y le repugna la idea de leerlos, pero cede ante el  impulso, va a las últimas páginas, del último cuaderno. Empieza leyendo desde la última cita hacia atrás, pero lo que encuentra es confuso, es más de cinco  años atrás y habla de un tal Kevin que se mató y que al parecer era muy importante en su vida. Nada es claro; ahora tiene un pensamiento que hace tiempo lo inquieta: ¿Había algo turbio en el pasado de Laura? ¿Qué había pasado con su familia? ¿Por qué era tan hermética con el tema? ¿Quién era Kevin? Los porqués zumbando en su cabeza, lo empujan a buscar a la Laura que nunca conoció. Entonces lee todo desde el principio, empezando por el primer cuaderno. Cuando lee las primeras páginas le parece oír la voz de ella: “Allí está mi vida, mi amor, solo para tus ojos”.
Noviembre 3 de 1997
         Me llamo Laura C., soy escorpión. La semana pasada cumplí quince años. Nací el 25 de octubre de 1982. Dicen que soy bonita, soy muy tímida y no me gusta hablar mucho. No tengo novio. Me va muy bien en el cole. Tengo un hermano gemelo que se llama Kevin. Yo lo quiero mucho porque nos llevamos muy bien...
Noviembre 5 de 1997.
         …cuando éramos niños, Kevin y Yo dormíamos y jugábamos juntos. Hacíamos las mismas travesuras. Solo con mirarnos nos entendíamos. Estábamos en el mismo curso porque éramos inseparables. En la escuela nos decían “los idénticos”, porque éramos muy parecidos. A veces sentía que Kevin y yo éramos como la misma persona, teníamos como un vínculo mental entre los dos. Yo tenía un presentimiento como si algo malo fuera a pasar  y preciso era que a Kevin le pasaba algo. Como cuando Kevin se quemó la mano con una plancha y yo, que estaba pasando unos días con los abuelos en otra ciudad, sentí en ese momento un fuerte dolor en la misma mano. Cuando nos castigaban, el uno sentía el dolor del otro...
         Siguen generalidades de la relación especial que tuvieron Laura y Kevin. Mario salta páginas, lee trozos que le llaman la atención.
Mayo 25 de 1998.
         …Mamá no me deja tener novio; dice que primero está el estudio. Hay un chico que me gusta pero yo como que no le gusto. Me gustan mucho las matemáticas y el inglés. Papá dice que como soy buena en Mat. debería estudiar ingeniería...
Noviembre 10 de 1998.
         …No tengo amigos hombres porque Kevin es celoso y les pone problemas si se me acercan. A mí me gustan las baladas y a Kevin le gusta la música Rock, el Heavy Metal. Cuando esta alegre canta rock.  Dice que va ser un cantante famoso. Está aprendiendo a tocar guitarra. Me molesta cuando pone su rock a todo volumen y no me deja estudiar. Ni puedo hablar por teléfono con mis amigas...
Mayo 3 de 1999.
         …Debería estar contenta porque ya me voy a graduar. Pero me da tristeza que Kevin no. Por estar fregando con su rock y la guitarra perdió materias y parece que pierde el año. Mi papá está muy disgustado con él. Kevin está deprimido porque no se va a graduar conmigo...
Julio 15 de 1999.
         …la ceremonia de grado fue muy bonita. No hicimos fiesta para que  Kevin no se sintiera mal. Voy a estudiar Ingeniería Mecatrónica. Pero tengo que estudiar en la capital, Acá no hay esa carrera. Voy a vivir donde una tía. Me da un poquito de susto. Kevin está triste porque me voy...
Febrero 27 del 2000
         …Papá está bravísimo con Kevin. Terminó el bachillerato pero no quiere estudiar. Solo quiere ser cantante de rock. Me he adaptado bien en la U. Ya tengo varias amigas, mi tía me trata muy bien. A cada rato hablo por teléfono con Kevin. Dice que si yo me devuelvo él se pone a estudiar. Yo lo regaño para que deje de ser inmaduro...
Agosto 15 del 2000
         Kevin no se habla con papá. Ahora le dio por los autos deportivos; se va con unos amigos a correr por las autopistas como unos locos irresponsables. Mamá tiene miedo de que de pronto se mate. Papá no sabe esto. Mamá dice que Kevin algunas veces está contento y hablantinoso, pero que otras se deprime sin motivo, se encierra en su cuarto y no quiere hablar con nadie. El otro día lo noté muy afligido; me dejó preocupada porque me dijo que era por mí...
Diciembre 10 del 2000
         …Este Diciembre no voy a poder ir a la casa. Tengo que entregar un proyecto y creo que no voy a alcanzar. Lo siento por Kevin que se pone melancólico. Por el estudio no he podido llamarlo...
         Mario ya no pudo zafarse del diario, cada vez lo inquieta más. Continúa leyendo fragmentos de páginas salteadas.
Noviembre 30 del 2001
         …Kevin ha dejado eso de las carreras en autos deportivo. Mamá dice que ahora pasa horas y horas leyendo los libros o viendo las películas de Harry Potter y que solo quiere comer hamburguesas…
Marzo 11 del 2002
         …Me sigue yendo bien en la universidad. Kevin ahora toca guitarra en un grupo de rock. Parece que ahora se tratan mejor con papá. Aunque papá dice que a Kevin solo le interesa irse con los amigos a comer hamburguesas  y emborracharse con cerveza negra. Kevin siempre ha sufrido de dolores de cabeza; a veces le daban tan fuerte, que tenía que faltar al colegio. Por eso le dije que no está bien que ande tomando por esas jaquecas tan terribles que le dan…
Mayo 24 del 2003
         …Hoy, hace siete meses, se mató Kevin. Hacía más de un año no escribía. Después de lo de Kevin no quería volver a escribir nada. El dolor fue tan intenso que casi me enloquezco. Me desmayé en el cementerio y me tuvieron que llevar a la clínica, y estuve varios días con sedantes. Mis papás se preocuparon mucho. Yo también pensé que no iba a poder superarlo. ¡Qué cumpleaños tan negro tuve! No entiendo que le pasó si hasta la semana anterior habíamos hablado, estaba entusiasmado con su grupo de rock. Papá estuvo muy afligido. Yo pienso que se sentía un poco culpable. Escasamente se hablaban con Kevin. Él nunca quiso que dejara de estudiar para “joder con esa música estridente”, como mantenía diciéndole. Mamá ese día estaba destrozada. Todavía está triste y llora cuando se acuerda de Kevin…   
Octubre 24 del 2004
         …Hoy, hace dos años, se mató Kevin. No he tenido ganas de escribir. Nunca olvidaré el día que recibí la llamada de mamá. Estaba estudiando para un examen y justo antes había sentido una sensación extraña, un apretuje helado en el corazón, como si algo horrible estuviera sucediendo. Y era que Kevin se había suicidado lanzándose desde un precipicio. Recuerdo que no conseguía vuelo, alcancé a llegar justo para los funerales. Mamá decía llorando, “No entiendo cómo fue capaz de matarse!”, tampoco hoy yo lo entiendo. Eso nos hundió a todos en la tristeza por un largo tiempo...
          Octubre 30 del 2004
         Después de lo de Kevin, no sé por qué, rehuía a los hombres. Aunque algunos que me cortejaron, me gustaban; los evadía. Hoy fue distinto, en el Metro, conocí a un hombre encantador e inteligente. Apenas lo vi, sentí que era el hombre que había esperado tanto tiempo. Fue como un flechazo, nos hicimos amigos, me acompañó hasta la estación de la universidad. Se llama Mario y  ya siento que lo amo.
         Termina el último cuaderno. La intriga lo atormenta, le urge saber más de Laura. La lectura del diario le revolvió el dolor. Con los cuadernos, se sienta en la cama a rumiar sus pensamientos mientras se deshace en su tristeza. De pronto recuerda el paquete que le entregaron el día del reconocimiento, al abrirlo encuentra el reloj, el anillo, la billetera y una especie de agenda que nunca le había visto. La mira ansioso, sus ojos se iluminan, es la continuación del diario.
Octubre 23 del 2008
         …Mario tiene los mismos gustos y ademanes de Kevin, a veces me asusta; siento como si estuviera con él, percibo su energía. Sobre todo cuando está taciturno. Últimamente le ha dado por escuchar Rock a todo volumen. Mario es como Kevin, a veces está alegre y entusiasta, otras veces, se vuelve   esquivo y deprimido...
 Mario perturbado, prosigue.
 Noviembre 8 del 2008
         …nunca supe las circunstancias de su muerte y lo que pasó después, porque mis padres siempre se negaron a hablar del tema. Ayer preocupada llamé a mamá, no quería recordar de Kevin; pero cuando le conté de Mario y mis sospechas quedó conmocionada. Me contó que el corazón de Kevin había sido donado, para que otra persona viviera. Fue justo en el mismo hospital y por la misma fecha en que le realizaron el trasplante a Mario, hace seis años. Quedé trastornada, mamá no quería, pero ante mi ruego, prometió que va a averiguar en el hospital. 
La última anotación lo derrumba:
Noviembre 12 del 2008
         …Mario y Yo nos compaginamos tanto que parece como si lleváramos muchísimos años viviendo juntos. Nos cuesta estar separados. Mario ha cambiado tanto desde que lo conozco, que cada vez, es más mi hermano. Me angustia pensar que estoy enamorada de él, porque hace y dice cosas que sólo Kevin hacía. Hoy cuando tenía mi cabeza recostada en su pecho, sentí un estremecimiento, el corazón de Kevin late en Mario; en algún nivel, él sigue vivo y conmigo...
                  Mario siente el rebotar del pulso en las paredes de su cráneo. Su mente es un torbellino de conjeturas y su cuerpo fragmentado da vueltas. Aturdido, con la vista nublada, sale del apartamento sin rumbo. Se siente traicionado, “ella lo sabía, lo sabía y no me lo dijo”, se repite una y otra vez. Vaga horas por calles y avenidas como atontado hasta que termina emborrachándose en un bar. Es de madrugada y Mario se encuentra parado en la cornisa del edificio. Un paso lo separa del vacío. Desde la oscuridad aparece Laura, con su pelo negro, cubierto por una mantilla blanca que resalta su mirada triste. Extendiéndole sus manos, dice: “Ven, que te espero. Recuerda que cuando niños hicimos un pacto: que ninguno quedaría solo. ¡Ven, Kevin! ¡Ven!”. Y él, embelesado la escucha.     
         Y es Kevin, quien dando el paso, en un abrazo se funde con ella, su Laura, de la que nunca quiso separase.   

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