Vistas de página en total

lunes, 15 de julio de 2013

El patio alterno


                              Eliseo Cuadrado



A las dos de la tarde recorría la avenida de tres carriles de sur a norte. Miré por el espejo retrovisor derecho y al constatar directamente la ausencia de otro vehículo, me dispuse a cambiar de carril con la precaución adquirida en un accidente reciente ocurrido en iguales circunstancias.




         Súbitamente mi carro fue impactado por una motocicleta. Solo tuve tiempo de aferrarme más al timón mientras veía pasar por la ventanilla derecha la mancha gris de la moto con su dueño agarrado de los manubrios que un árbol detuvo a dos metros del punto de choque.
         Minutos después llegó una ambulancia con enfermeros que se encargaron de la pequeña herida de su muslo. Antes de terminar la curación apareció la cama–grúa.
           Mi celular sonó, la voz del abogado de la compañía de seguros.
         - Déme la dirección, estoy cerca. No salga del carro. No hable con nadie. Anote el número de la placa del agente que le pida los papeles.
Para mi sorpresa  el chico de la moto, desde el pavimento, me saludó sonriendo  en medio de los tubos retorcidos, del sillín colgando de su soporte y de las ruedas discobaladas rotando lentamente. La conmoción me impidió contestarle el saludo de su insólito gesto amistoso.
         Con el abogado, llegaron dos agentes de tránsito que me pidieron los papeles del carro.  En instantes dibujaron el gráfico y me informaron que arrimara el carro al andén para evitar otra colisión. Ya podía salir.     
Noté que el abogado de la agencia de seguros platicaba con el chofer de la grúa mientras los del tránsito aguardaban a prudente distancia.
         El abogado se dirigió a mí.
         -Son trescientos mil pesos.
         -En este momento no tengo esa plata.                  
         -Llame a algún familiar, vecino, amigo. Usted verá.
         Alguien trajo lo que faltaba.
         Sin preguntarle, el abogado espontáneamente me informó que el chofer de la grúa pedía esa cantidad para no llevar el carro a “los patios”. De todas maneras la grúa desapareció con el carro. El abogado ofreció llevarme a la clínica a donde trasladan, por razones desconocidas, a todos los accidentados.
         La prueba de alcoholemia fue obviamente negativa. Me reseñaron, me  leyeron en voz alta mis derechos, me mostraron el croquis del accidente.
         -Fue una invasión de carril. Firme aquí.
         -No firmo. No invadí el carril. El chico de la moto me embistió.
      Mi abogado se acercó y con un susurro al oído me aconsejó que firmara y en sesenta minutos me podría ir libre de todo cargo.
         -¿Así no más?
         -Así no más. Y sonrió con sarcasmo.
Conocí a la familia del motociclista, todos entramos al pabellón de observación de urgencias. El padre le balbucía palabras de consuelo a la madre. ¿Harían parte de la conspiración? De nuevo mis miradas se cruzaron con las del accidentado, otra vez sonriente. Llegó mi abogado preguntando por el carro, pero nadie supo darle una respuesta. Sonó su celular y recibió la dirección. Después de dar muchas vueltas y de noche, llegamos. En una valla de planchas de zinc oxidadas estaba escrito “Patio” con caligrafía de kinder. No podía pertenecer al tránsito.     Entramos. Al fondo estaba mi carro rodeado de otros. Algunos con señales de haber estado allí varios  días.
           -Abogado. ¿Cuánto le debo?
          -¿A mí? Nada por el momento. Después hablaremos - fue su respuesta otra vez sarcástica-.
           -¿Me puedo llevar el carro?
           - Me temo que no.
           -¿Y cuál es la vaina ahora?
           -  Me avisaron por el celular que el joven de la moto acaba de fallecer.
                                              
                   



























































                        












   

No hay comentarios:

Publicar un comentario