Vistas de página en total

viernes, 19 de julio de 2013

Lagañita

Carlos Arango



Buscó la mano de su madre y encontró una diferente, no sólo por la sequedad de la piel sino por la ausencia de la presión cariñosa característica de ella. Sin embargo, no la soltó o sería más preciso decir que lo agarraron más fuerte.
-  Por favor no me suelte – dijo la anciana.
-  No señora – contestó el niño.
-  Me asusta esta multitud y no sé donde estoy. Quiero ir a casa de      mi hijo.
-  No se preocupe señora. ¿Donde vive su hijo?
-  Dos cuadras después del parque, al lado de la barbería – dijo ella    con la voz entrecortada pero un poco más tranquila.

Él conocía perfectamente el camino y podía acompañarla, pero debían esperar que terminara el desfile de navidad para cruzar la calle. Aspiró profundamente, como hacía siempre que quería saber donde estaba y percibió el aroma del pan. Su olfato era infalible: la panadería de doña Alicia estaba a su lado, y a partir de allí sabía que en la cuadra siguiente estaba la carnicería de don Gerardo, en la siguiente el bar de don Alonso, al que antes que por su olor, lo reconocía a mayor distancia por la música. Y luego - cien pasos adelante o algunos más en época invernal, por una calle sin acera ni pavimento donde se sentía la tibieza de la tierra - se encontraba su casa.
El chico dibujó en su mente la ruta para llegar donde el hijo de la anciana. Debían tomar en sentido contrario, cruzar la calle y llegar al parque,  pasar frente a la iglesia y en la esquina doblar a la izquierda. Al final de la cuadra estaba el granero de su tía Graciela y allí debía tener cuidado para que la anciana no tropezara pues su tía colocaba cajones con las legumbres y frutas de temporada sobre el andén. Luego atravesarían la calle y unos pasos adelante cuando escuchara llorar a los niños del albergue infantil, sabría que en la puerta del lado estaba la barbería. No la identificaba por ningún sonido, olor o algo que pudiera tocar, por lo que el albergue era su manera de saber que había llegado.
El niño sentía el esfuerzo de la anciana por no soltarlo, en el temblor de sus manos y su voz e incluso en algo que podía asimilarse al sudor en su piel delgada, seca y fría. No se quería mover  e intentaba con mucha voluntad y poca fuerza atraerlo hacia ella.
-          Señora, esperemos donde doña Alicia a que termine el desfile y yo la acompaño.- dijo el niño con aplomo intentando tranquilizarla y aislarse del tumulto.
-          Si, hijito – respondió ella sin soltar la mano del chico. Realmente no escuchó muy bien lo que le dijo, pero sabía por el tono de voz y porque la frase había concluido que debía contestar algo y  “SI” era casi siempre una buena respuesta. Su visión ya era nula, su oído no reconocía diferentes sonidos simultáneos  y sus movimientos eran muy lentos, pero su amor por la vida continuaba intacto. Quería pasar todo el día de Navidad con sus nietos pero debido a los desfiles de Diciembre su hijo sólo podría ir por ella en horas de la tarde. A pesar de la insistencia de su hijo para que lo esperara y no hiciera sola el trayecto a su casa, ella se aventuró a hacerlo, se perdió en el camino y ahora estaba en manos de un pequeño para ayudarla a llegar donde sus nietos.
Sin prisa entraron a la panadería, buscaron una mesa cerca al mostrador y ordenaron dos pasteles de guayaba con café que les trajeron inmediatamente. Cuando iban a la mitad, ella con una mezcla de timidez y agradecimiento le dijo:
-          Eres la primera persona en mucho tiempo que no me entrega un papel para limpiarme las migajas de comida que caen sobre mi falda. Suena tonto, pero te lo agradezco.
-          Señora – dijo él alegremente con su boca llena de pastel– yo estoy ciego y no sé si usted tiene migajas en su ropa.
-          ¿Ciego? ¿Eres discapacitado y no ves? Yo tampoco puedo ver, niño. ¿Cómo vas a llevarme donde mi hijo?
-          Señora, cuando me ofrecí a acompañarla ya sabía que usted no  veía nada.
-          ¿Porque lo sabías?
-          Porque usted agarró mi mano de la misma manera que lo hacen mis hermanos cuando caminamos por un lugar oscuro o jugamos a vendarnos los ojos y. como es medio día y me imagino que no tiene los ojos vendados, concluyo que usted no ve-  dijo solemnemente el pequeño tratando de aparentar más edad.
-          Tienes razón, además estoy vieja, pero me imagino que eso también lo notaste.
-          Si señora, eso lo supe por su piel, su voz y su forma de caminar- dijo con orgullo el niño.
-          Y ¿cómo me llevarás? – Continuó ella incrédula.
-          Señora, créame que yo sé llegar hasta allá – afirmó él con seriedad, con un discurso que había interiorizado varios años atrás. - Mi papá me enseño que yo NO SOY un discapacitado, sólo soy alguien diferentemente capacitado. Mis hermanos piensan que caminan más rápido que yo, pero eso es en el día pues en las noches sin luna yo soy el más veloz de todos, además noté su ceguera sin que usted me lo dijera… Por eso soy diferentemente capacitado.
-          Tienes razón hijo – repuso ella con ternura. Tú papá parece ser alguien muy sabio.
-          Si señora, lo sabe todo. Es Rogelio, el director de la escuela.
Ella reflexionó un instante y le dijo:
-          ¿Sabes algo, niño? Yo fui durante muchos años la partera del pueblo y traje al mundo a tu abuela Lucrecia y también a tu papá… Eran una linda familia. Y ¿él te enseña muchas cosas?
-          Si señora, él me enseña y mi maestra también. Soy el mejor estudiante de mi curso.
-          El desfile ya va a terminar, podemos salir. – Continuó.
-          Pero niño, ¿cómo sabes eso? Yo sigo escuchando la misma algarabía.
-          No señora, el sonido de la parte de atrás del desfile ya es débil y por eso lo sé. Cuando yo era más pequeño mi mamá decía lo mismo que usted e iba hasta la puerta a mirar si era cierto, pero ahora me cree – dijo en tono alegre mientras buscaba su mano para ayudarla a levantarse.  
Salieron lentamente a la calle y como había dicho el joven, ya el desfile había pasado e iba un poco más adelante. Se dirigieron hacia la iglesia y la anciana dijo pensativa:
-          Eres un niño muy astuto. ¿Cómo puedes ser el mejor de tu curso? ¿Te hacen pruebas diferentes a las de los otros niños?
-          No señora. Mi papá conoció los computadores en la capital y con mamá y el apoyo del señor alcalde abrieron el café internet. Yo escaneo los libros y luego el computador me los lee. Yo tengo muy buena memoria y puedo aprender solo, Claro que cuando el libro es muy viejo o está arrugado, mis hermanos me ayudan copiándolo en Word. Hace poco copiaron un libro entero de más de cien hojas. Así es como me ayudan, pero en la escuela me hacen los mismos exámenes que a mis compañeros. A mí lo que no me gusta es la voz del compu pues parece un robot.
La mujer sólo entendió que él no tenía ventajas sobre los demás y usaba recursos diferentes para aprender.
-          El lunes obtuve un excelente en biología con mi corazón de arcilla. Me demoré un poco pero fue el mejor de todos,
Pasaron la iglesia y en la esquina doblaron a la izquierda.
-          ¿Hiciste un corazón en arcilla? ¿Nadie te ayudó? ¿Y fue el mejor? – Ella pensó que eso era imposible y que los profesores eran condescendientes con el pequeño.
-          Me ayudó don Gerardo.
-          ¿El carnicero? ¿Conoce de escultura?
-          No señora, él me prestó el corazón de una res y yo lo toqué por todas partes, y como tengo muy buena memoria, luego con la arcilla lo hice igual. Mi mamá decía que le daba mucha “impresión” la manera como yo acariciaba ese corazón, pero si no lo tocaba así no podría hacerlo igual con la arcilla – explicó con sencillez-. No le puse colores como mis compañeros, pero el profe me dijo que el corazón era de un solo color, como un pedazo de carne.
Cuando el olor de las naranjas fue más intenso el niño tanteó con la mano que le dejaba libre la anciana, los cajones que estaban sobre la acera. Su tía lo vio y gritó alegremente:
-          Hola Lagañita, te amo.
-          Hola tía Graciela, yo también la amo.
-          Ven me das un beso
El niño soltó a la anciana, fue donde su tía y rápidamente regresó para retomar la mano de su compañera de viaje.
-          Te dice Lagañita? – preguntó la anciana.
-          Si señora, todos me dicen así – contestó el pequeño. –Nací con mis ojos llenos de lagañas. Era por la enfermedad que me dejó ciego, y decían que era feo, pero pienso que era más feo que dijeran que era feo, porque hacían sufrir a mi mamá.
-          Pobre chico.
-          Yo estaba muy pequeño y no lo recuerdo, pero a mi mamá le dolía: Hasta que se le ocurrió comprarme unas gafas oscuras con las que le dijeron que me veía lindo. Ahora me compra unas cada mes y tengo muchas. Yo no entiendo porque algo tan pequeño como unas gafas hace que deje de ser feo y me vuelva lindo – Había un dejo de tristeza en sus palabras.
-          Yo no te veo y sé que eres muy lindo.
-          Wikipedia dice que también puede decirse “legaña” – Ella no sabía quién era Wikipedia, pero le creyó.
-          ¿Sabe algo más que no entiendo? Los que me decían feo siempre están de afán, caminan rápido y si estuvieran con nosotros, estarían mirando hacia la casa de su hijo para saber si hay alguien en la puerta, pero no notarían el aroma de las verduras y frutas frescas que vende mi tía al lado de ellos. Una vez le pregunté a mi papá por qué hacían eso y me respondió que mucha gente sólo se preocupa por la meta sin apreciar el camino mientras que yo sí disfrutaba el camino. Lo hago porque me toca, pero me gusta que sea así.
Cruzaron la calle y él le dijo que ya estaban cerca.
Escucharon el llanto de los niños y Lagañita, usando un tono formal como el de un guía turístico experto, le anunció que habían llegado. Antes de tocar a la puerta, la anciana dijo:
-          Lagañita, me dijiste que me ibas a traer, pero no me dijiste que iba a tener una compañía tan especial, te mereces esto –  dijo sacando con dificultad un billete arrugado de su sostén que puso en la mano del niño.
-          No señora, usted no me debe nada.
-          Acéptalo hijo, como regalo de navidad.
-          No doña Rosa, usted ya me dio el mejor regalo de navidad que he recibido.
Ella no recordaba haber mencionado su nombre.
-          ¿Cómo sabes mi nombre, pequeño?
-          Mi abuela nos contó que cuando papá iba a nacer, venía con el cordón umbilical  enredado en su cuello y que gracias a que doña Rosa la partera que lo atendió, él sobrevivió. Recuerde que yo tengo muy buena memoria.
Ella revivió el día. Era navidad, atendería el parto e iría a casa a preparar la cena para su esposo y sus hijos. Fue muy complicado, pero todos en la casa ayudaron trayendo agua, toallas, cantando villancicos hasta cuando la criatura nació completamente sana. Al finalizar la tarde, regresó a casa llena de comida, postres y galletas que le regalaron los abuelos del bebé, para que ella no tuviera que cocinarles a sus hijos. Fue una navidad diferente, ¿cómo olvidarla?
-          Y ¿qué regalo dices que te he dado yo?
-          Señora, mi papá está de cumpleaños hoy, y si él no viviera, yo tampoco viviría, entonces le debo mi vida. Él es el mejor regalo de navidad que hemos recibido en mi familia, y eso nos lo recuerda mi abuela todas las navidades.
-          Ven acá pequeño, tu papá tiene razón eres muy diferentemente capacitado– dijo acercándolo para abrazarlo.
El pequeño respondió el abrazo de la anciana y sintió una dosis de amor igual a la que encontraba en brazos de su madre.


No hay comentarios:

Publicar un comentario