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domingo, 7 de julio de 2013

Insólita boda de sangre


María Victoria Zapata

    
El frío penetra por la ventana de la prisión. Eduardo tiembla, y con los ojos desorbitados espera el momento de su ejecución. Busca con ansias, entre sus ropas, un diario. La historia comienza en un bar, a donde Clara llega buscando una sala de internet para elegir un hotel donde celebrar nuestra boda. Y de todos, eligió el Cachtce, un sombrío castillo medieval en el corazón oscuro de Eslovaquia.

Día primero
Llegamos en la mañana, en la tarde asistimos a una romántica cena de vino y perfumes. Ya en la noche nos conducen al sótano, al show de Isabel Bathory, apodada la Condesa sangrienta. Nos vendaron los ojos y una vez en el sótano nos separaron, quise quitarme la venda, pero como respuesta recibí un golpe en la cabeza que me hizo perder el sentido.


Día segundo
Desperté en mi habitación con un horrible dolor de cabeza. No supe quién me llevó, me levanté angustiado y salí a buscar a Clara, recorrí todo el hotel en vano. Cansado me dirigí al bar donde encontré un hombre que se me acercó para notificarme del fatídico lugar que había escogido para la boda. Según dijo,  el castillo fue el sitio en el que vivió Elizabeth Bathory, la mejor asesina de  todos los tiempo, había matado 137 mujeres, todas jóvenes y luego las había enterrado en una pared en la torre. Su fantasma todavía deambula por  el castillo bailando con los cadáveres. Me mostró, antes de desaparecer, el cuadro del pasillo donde se aprecia su enorme belleza. Al despedirse  me suplicó que no tratara de buscar a Clara y me regaló un enorme clavo de plata.


Día tercero
No sé como llegué a las mazmorras,  me escondí debajo de unas mesas y vi cómo sobre una enorme tarima había dos jaulas con formas de mujer, simétricamente abiertas en hemisferios metálicos, ataviadas con ropa de lujo. Luego dos bellas jóvenes fueron colocadas en cada una de las jaulas, acto seguido acoplaron las dos mitades de la jaula, de tal manera que los cientos de cuchillos en una de ellas, perforaron con toda precisión y armonía los cuerpos desnudos de las jóvenes. Vi cómo en la base, sobre una especie de bandeja acanalada donde descansan las jaulas, fue rezumando sangre de a poco, hasta formar un coágulo oscuro y brillante. Entonces vi cómo una mujer  muy parecida a la del cuadro vino a tragárselo como si fuera carne cruda. Después de hartarse de manera vulgar, husmeó el aire y fue por mí, debajo de las mesas.  Así que me aferró por el cuello y apretó hasta sacarme el aire, cuando creí que iba a morir, no sé de donde saqué fuerzas para enterrarle el clavo de plata en el corazón. Ambos desfallecimos por el esfuerzo. Por unos instantes perdí la conciencia, cuando al fin pude volver en sí, respiré hondo y me incorporé. Estaba junto al cadáver de Clara, adornado con el clavo de plata que me había entregado el extraño en el bar del hotel.

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