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viernes, 18 de julio de 2014

La compra de la virgen

Eliseo Cuadrado  

         El Beto Negrete tenía la costumbre de invitarnos a Ciénaga de Oro cuando se casaba. No tenía inconveniente en casarse dos o tres veces al año. Al principio los amores eran escondidos. La muchacha solo exigía una máquina de coser Singer, una cama de lona con patas de  tijera y una lámpara de gasolina.
         Si la casa era de bahareque y tenía un solo dormitorio, la ceremonia se posponía hasta cuando  se construía una segunda habitación. Beto nos avisaba con suficiente anticipación  la fecha de la boda.
         Los invitados éramos los mismos y sabíamos que la fiesta empezaba al medio día con un sancocho de cinco carnes: gallina, ternero mamón, cerdo, guartinaja y morrocoy.
         Mientras nos tomábamos el primer ron le preguntamos por qué tanta elegancia en esta ocasión.
         -Es que la muchacha es trigueña clara, ojiverde y no se le ha conocido novio. También se merece la Compra de la Virgen por seis horas, aprovechando que esta noche hay fandango aquí.
La Virgen está en casa de doña Toribia.
         -Vamos para allá.
         -Debemos esperar al padre Manuel.
         La compra de la Virgen sería sencilla. El padre Manuel era amigo personal de la gallada y nunca habíamos tenido problema con el precio. Lo importante era que la pequeña estatua apareciera en el atrio de la iglesia cuando sonara el bombo acompañado de redobles de tambor que anunciaban el inicio del fandango.
         El músico Mayor daba la orden tan pronto llegaba suficiente gente para rodear la tarima donde estaría instalada la banda. Los bailadores eran organizados por Maria Varilla, bautizada Maria de los Ángeles Varilla y Tapón, según aseguraba ella, tan pronto caminó. 
         El arreglo de los cumbiamberos lo dominaba María con la experiencia que da un oficio practicado toda la vida. Cuado tocaban su fandango a las doce de la noche, todos la rodeaban mientras bailaba sola en el centro del redondel.
         Maria  tenía en cuenta la estatura, corpulencia, partido político, color y olor de la piel para formar cada pareja. Si alguno de los dos perdía el paso, lo sacaba de la rueda hasta que encontrara el compás. Vigilaba el consumo del paquete de velas, que reponía a medida que se derretían hasta llegar al codo de los bailadores.
         ¡La Virgen no está en el atrio! Gritó alguien y de inmediato la banda de música se detuvo. Miramos el reloj de la iglesia y faltaban dos horas para terminar el contrato. Los músicos se quedaron tocando en la tarima mientras el público se dirigió a la iglesia.
         -¡Padre! ¿Dónde está la Virgen?
         -En los pliegues  de mi sotana. Se las devuelvo cuando me paguen lo que me deben del fandango pasado y lo que va de este.

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