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martes, 12 de agosto de 2014

El misterio del NN

                                                                                                 José Antonio Cortés
                                                                                                                           




E
n la lluviosa madrugada del 20 de marzo del 2014, dos patrulleros de la policía del condado de Miami-Dade, llegaron al Jackson Memorial Hospital llevando un encargo inusual: un hombre con aspecto de indigente  que habían encontrado caminando descalzo, solitario y empapado en la Interestatal-95. Cuando lo detuvieron para interrogarlo, a  los oficiales les llamó la atención que se trataba de un extranjero y que no era un habitual habitante de la calle.       En el acta de ingreso, el médico de guardia hizo el siguiente reporte:
«Varón caucásico de unos 50 años, 1,78 de estatura y 60 Kg de peso. En muy mal estado general, desnutrido y deshidratado. No presenta heridas o traumas aparentes. Por el estado de sus pies, se puede apreciar que ha caminado bastantes kilómetros. Luce desorientado. Se desconoce su nombre  y origen, pues no tiene documento alguno y apenas musita palabras en un idioma extraño. Se harán análisis de laboratorio y manejo compensatorio de su estado general. Se tratará de ubicar a algún familiar».
         Los análisis del paciente ─conocido ahora como NN Hombre─ fueron normales. En los primeros días casi no recibía alimentos. Nunca tuvo un comportamiento agresivo pero rehuía el contacto personal o permanecía indiferente, en silencio y con la mirada ausente. Lo diagnosticaron como esquizofrénico, por lo cual fue trasladado al pabellón de psiquiatría. Por sus características físicas ─Ahora bañado y afeitado y, a pesar de la ropa hospitalaria─, podía notarse que se trataba de una persona de estrato social alto. Parecía un hombre de negocios venido a menos.
      Luego de varios días, el NN, deambulaba tranquilo y  ensimismado por los pasillos del hospital, ajeno a cualquier preocupación. Había mejorado en su estado general y algunos lo habían oído hablar solo. A quienes se cruzaban en su camino les dirigía frases ininteligibles en un idioma que sonaba como hindú. Parecía querer algo con ansiedad. Se puso un anuncio en la prensa para dar con sus familiares.
         Un intérprete políglota traído al hospital, descubrió que el paciente hablaba en bahasa, el idioma de Sumatra e Indonesia. También dijo que lo que él pedía, con tanta insistencia, era un cigarrillo. Entonces cuando le consiguieron uno, se le iluminaron los ojos y sonrió por primera vez. Luego fumó y fumó sin pausa, con deleite, como si cada aspirada fuera la última de su vida. El intérprete reveló que, también en bahasa, era incoherente y que al parecer había perdido por completo la memoria. Su foto salió en el diario pero nadie contestó el aviso. Así, el NN continuó por el pabellón de psiquiatría, fumando y hablando solo; vagando en un ensueño de mirada ausente.
      Poco después el NN empezó a hablar en inglés, con acento asiático. Fue cuando los médicos pudieron sostener con él una conversación inteligente, para llegar a la frustrante conclusión de que el hombre en realidad, solo tenía pequeños retazos de memoria que incluso él mismo ─ahora abatido por la incertidumbre─, no lograba encajar en su vida perdida. Varios días después su situación se tornó monótona; al punto que mezclado con los otros pacientes, dejó de ser centro de atención y tema de conversación en el Hospital. Y más con el afán de desembarazarse de él, que con un interés piadoso, su foto volvió a salir en el Miami Herald y en las noticias del canal Univisión. 
         En un bar de la Pequeña Habana, sentado en un rincón de la barra, estaba Ángel Rubio. Un hombre enjuto, de pocas carnes y de figura melancólica.  Le gustaba ir allí después del trabajo a tomar cerveza y ver los partidos de beisbol. Mantenía siempre un cigarrillo encendido en la boca apenas sostenido por sus labios. Se desentendió de la cerveza para leer el Miami Herald, que había retomado el caso de la mujer asesinada, cuyo cuerpo había sido encontrado en la madrugada del once de marzo, en la playa cerca de los hoteles de South Beach, hacía más de veinte días. La noticia había salido a ocho columnas: “Conmoción en el estado de la Florida por el asesinato de la modelo Catherine Berry. En los días siguientes no se había hablado de otra cosa. “El modelaje y el mundo de la moda en Estados Unidos están de luto.” El diario hablaba también de la película, calificada por la crítica como un bodrio, en la cual la linda modelo había hecho un papel secundario.
        
         El detective Ángel Rubio, de la policía del condado era quien estaba a cargo de la investigación del crimen de la modelo y actriz. Ya iba a empezar el partido de los Marlins, pero él seguía enfrascado en el periódico que, citando una fuente policial, afirmaba que Kate Berry sostenía una relación amorosa con un hombre de negocios, que pagaba el alquiler de su apartamento, costeaba sus caprichos y la complacía en todos sus deseos. Que hacía más de cinco años había sido vinculada a una red internacional que usaba a hermosas mujeres como señuelo y damas de compañía, para robar a ejecutivos de grandes empresas. Que nunca se le pudo probar nada y que desde entonces había desaparecido de las pasarelas y de las revistas de la moda.                ─No sé cómo mierda se enteran de todo─ dijo hablando casi por la comisura de los labios, sin soltar el cigarrillo. 
        En el periódico había también una noticia que al detective Rubio le causó curiosidad. La historia y la foto del hombre sin memoria que habían recogido en la interestatal 95 y que llevaba más de quince días olvidado en el Jackson Memorial. Luego, cuando empezó el partido de los Marlins, tomó su cerveza y se olvidó del asunto.
         Aquella noche, de regreso a la Pequeña Habana, cuando Rubio llegó a su  apartamento de la calle ocho, fastidiado vio que en la TV seguían hablando de Kate Berry y, al final, otra vez la noticia del NN del Jackson.
         Al detective Rubio le pareció que todavía era de madrugada cuando el teléfono sonó; no paraba de timbrar. Se despertó y contestó como un sonámbulo, era el jefe de la policía del condado: 
        «Rubio, vente para acá, necesito que me ayudes con lo del tipo del Jackson Memorial.» y colgó sin darle tiempo de chistar.
       En la oficina del jefe policial, Rubio, puesto ahora al frente del caso, recababa información sobre el NN. El  asunto del hombre sin memoria estaba a punto de olvidarse por completo, cuando una  llamada había alertado a la policía. Se trataba del recepcionista de un hotel de South Beach, quien aseguraba haber reconocido al hombre de la foto en el periódico, como un cliente del hotel.               Para comprobar la versión, el detective Rubio recogió al empleado del hotel en un auto policial y lo llevó al hospital. El testigo confirmó que se trataba del mismo hombre que la noche del ocho de marzo, se había alojado en el hotel. Contó además que al día siguiente, se hizo presente en el hotel una rubia con gafas oscuras; que él presentó como su esposa y que a partir de aquel día, siempre anduvieron juntos. También dijo que tres días después, se les vio discutiendo y recriminándose con furia en el bar del hotel luego de haber estado bebiendo toda la tarde. Que la mujer había salido llorando del hotel y detrás había salido él y, que nunca los volvió a ver porque no regresaron ni esa noche ni los siguientes días. No lo reportaron a la policía porque al día siguiente alguien vino, canceló la cuenta, se llevó la única maleta que el hombre había traído y lo que fuera que hubiera en la cajilla de seguridad. Se había registrado como Nayib Vander, con un domicilio y teléfono copiado de la guía telefónica de Tallahassee, Florida. 
        Para Rubio, sentado con los pies en el escritorio y con el infaltable cigarrillo en su boca, la cuestión era una contravención menor. Solo le intrigaba el por qué Vander, había mentido acerca de su domicilio y teléfono. Pero la investigación sufrió un vuelco inesperado cuando el detective recibió la llamada de otro testigo, que identificaba a Kate Berry como la mujer que acompañaba a Vander en el hotel. Pensó en el desmemoriado, pero recordó que cuando lo interrogó en el hospital solo encontró a un tipo perdido en una nebulosa.
         Haciendo conjeturas del caso, rubio examinaba otra vez el reporte forense de Catherine Berry: «Mujer blanca, 30 años, 1.70 de estatura, 58 Kg de peso, cuerpo bien cuidado, cabello largo y rubio, ojos azules. Sin signos de acceso carnal violento. Con grado III de alcoholemia. Causa de la muerte: estrangulamiento, muerte por asfixia mecánica. Aún tenía en su cuello las marcas violáceas del asesino. Ciudadana americana. De profesión modelo y residenciada en Hialeah, Florida.» ¡Qué desperdicio! dijo cuando vio a la hermosa Kate, que lo miraba provocadora desde una foto.
       De nuevo pensó Rubio en Nayib Vander, algo no encajaba en aquella historia, no sabía qué era, pero estaría muy cerca pisándole la sombra. Sospechando que estuviera relacionado con el asesinato de Kate Berry, a instancias del detective, la fiscalía solicitó una valoración psiquiátrica para Nayib Vander. Pero el psiquiatra conceptuó que se trataba de un caso especial de amnesia completa, que seguía a un shock emocional; que la recuperación era muy lenta, aunque se habían reportado casos de olvido permanente.           Nayib Vander empezó a tener destellos de memoria, que se fueron convirtiendo en emotivas imágenes. Fue cuando se vio caminando en una playa, de la mano de una mujer rubia. Su corazón galopaba. Ella reía y él dichoso, reflejado en el azul de sus ojos, sentía que la amaba. No le llegó el nombre, pero supo que esa mujer era muy especial en su vida. Se acordó de la noche que discutieron, cuando ella dijo: “Mi amor, tengo que confesarte algo” Y él, besándola, le decía que ahora no. Pero ella insistía: “Es algo de mi pasado… antes era muy loca… me dejé convencer… eran unos tipos muy malos…”  Y él no soportó la revelación. Ahora pensaba que fue muy duro con ella; hasta la llamó puta y ladrona y le gritó: “¡Te odio, no te quiero más en mi vida!” Y a él le dolió más cuando ella se largó a llorar. Pero no recordó qué era lo que le había confesado. Ahora sentía que fuera lo que fuera, la habría perdonado. 
        Aquella tarde Rubio estaba  en el bar de la Pequeña Habana tomando cerveza y esperando ver  el partido de los Marlins. De pronto una noticia en vivo. Algo había pasado en el en el Jackson Memorial. El revuelo de cámaras y reporteros se debía a que se había filtrado la noticia de Nayib Vander y un periodista, había encontrado su nombre en la lista de pasajeros del vuelo MH-370 de Malaysia Airlines, que había salido el ocho de marzo de Kuala Lumpur hacia Beijing y, que hasta el momento continuaba desaparecido. Y que se creía había sido secuestrado por un grupo extremista, para realizar un atentado terrorista. El detective estaba molesto con el escándalo, no podía dejar de sentirse culpable. Era perentorio ir a ver qué pasaba con el sospechoso. 
       Entre tanto, los recuerdos extraviados de Nayib seguían llegando como una bandada de bulliciosos pájaros. La claridad iba haciéndose en su memoria. De nuevo estaba en la playa con ella. ¡Era Kate! Su cabello rubio, su talle, su risa y esos ojos azules que lo desarmaban. ¡Cuánto la amaba! Se acordó del aeropuerto y el viaje tan largo que había hecho para estar con ella. “Dónde estarás ahora, mientras yo sigo encallado en un infierno sin memoria.” De la última noche, solo recordó vagamente algo de una cajilla de seguridad; una discusión en la playa, una furia intensa, una lucha y, luego un dolor profundo que anuló sus sentidos. 
         Al llegar al Jackson, el detective Rubio tuvo  que abrirse  paso a la fuerza por entre la multitud de corresponsales de radio, prensa y televisión que en tropel, todos a una, querían tener la primicia del misterioso NN sin memoria, que resultó siendo un pasajero del avión ─que ya era noticia mundial─, desaparecido en los cielos del golfo de Tailandia, con 239 pasajeros, sin dejar rastro alguno. Vander, interrogado al respecto, dijo que aunque había recuperado parte de su memoria, todavía tenía sombras en muchas cosas de su vida y la del vuelo MH-370, era una de ellas. Sonaba sincero. Sobre Kate Berry, dijo que era una chica de la cual estaba enamorado pero que no recordaba más. El detective, bruscamente, le preguntó que si no sabía que la modelo estaba muerta. Fue cuando palideció, entonces Rubio, buscando el efecto, le mostró las fotos del forense y le lanzó la acusación por el homicidio. Perturbado, confirmó que era su Kate y que por ella estaba en un país extraño a miles de kilómetros de su Kuala Lumpur. Derrumbado y llorando, dijo no recordar nada más, antes de hundirse en el silencio
         Los alrededores del hospital se llenaron de camarógrafos, tiendas de campaña y camionetas de los canales de televisión que transmitían en vivo y en directo al mundo entero; sin perder detalle, la historia de la bella Kate y el enigmático pasajero del avión de Malaysia Airlines. Y por si faltara, se conoció que la policía de Kuala Lumpur había expedido una circular roja para Interpol, acusándolo del robo de un lote de diamantes avaluado en siete millones de dólares, de la compañía Malaysia Diamond Traders.
         En vista de la transcendencia mundial, Ángel Rubio fue relevado y el FBI tomó el control del caso. Los agentes federales apoyados por las fuerzas especiales SWAT, traídas para controlar la situación, sacaron a Vander  esposado del Jackson y lo llevaron a la camioneta del FBI que lo esperaba para conducirlo a una celda de la prisión estatal. Iba acusado del robo de un lote de diamantes y del asesinato de Catherine Berry; por el que, de ser encontrado culpable, enfrentaría la pena capital.
         En el camastro de su celda, Nayib reflexionaba mientras se hacía la luz que barría las últimas sombras de su memoria, trayendo de regreso toda su vida perdida. También a su Kate del alma, su amante de Miami, a quien había conocido en Hong Kong cinco años atrás. La única mujer que de verdad había amado en su vida. El romance duró dos años, hasta que ella regresó a su país. Hacía un año la había vuelto a encontrar en New York, en una feria internacional de moda y joyería. Esa misma noche reiniciaron su romance; con la promesa de vivir juntos y para siempre, en el Central Park de New York.      
         Varios meses después, en el corredor de la muerte de la prisión estatal de La Florida, Nayib Vander, aferrado a los barrotes de su celda, pensaba en todo lo que había dejado atrás. Su vida cómoda en la moderna y encantadora Kuala Lumpur. Las Torres Petronas, donde hasta hacía poco tiempo, él había tenido una lujosa oficina como Director Ejecutivo de la Malaysia Diamond Traders. Pensó en su esposa el día que salió de su casa, diciéndole que se iba en un viaje de negocios por una semana, que incluía una exposición de diamantes en Beijing. Cuando empacó en su portafolio siete millones de dólares en diamantes que la compañía le había confiado para la exposición. Que se registró en el counter para el vuelo MH-370, pero no lo abordó porque una hora después, saldría en el vuelo Kuala Lumpur-Miami con escala en Frankfurt. Todo para encontrarse con ella, el amor de su vida. Todo por seguir tras aquellos ojos brujos. Se acordó de la llegada al hotel y de cuando guardó los diamantes en la cajilla de seguridad. Y no pudo frenar las lágrimas cuando recordó a Kate; su visión se hizo borrosa. “Era falso el amor que me ofrecía.” Y pensó en ella con dolor: “Tuve  que hacerlo, se había vuelto a enganchar con esa gente”.

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