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lunes, 4 de agosto de 2014

La ruleta rusa

                                                     

                                               Andrea Barona

Cuando dictaron sentencia, mi mente quedó desnuda. Una palabra solitaria llegó al recordar que respiraba: Dios. En la celda comencé a orar con dificultad; varios años habían pasado desde mi última oración. La culpa deshacía cada plegaría que intentaba iniciar. Nunca supe si rezabas. La verdad es que pensaba que no. Me decía: una puta no reza.

Te sigo contando. Oré hasta que la noche se hizo día y abrieron las puertas para enviarnos a las duchas. Cuando el agua fría enfrió las ideas que retornaron a mi mente después de orar, tomé la decisión. Hablé con el abogado de oficio bueno para nada que me dejó sentenciada a muerte y le informé que donaría mis órganos. Buenos en su mayoría, aunque tú me llevabas ventaja con uno en especial.
Un hermoso hijo le diste. El que yo no pude. ¡Claro que lo conocí! ¿Qué pensabas que era una idiota y podía pasar un elefante por enfrente y no lo vería? Qué joven tan travieso. ¿No te contó? Claro que no te contaría algo tan, tan, como decirte. ¿Vergonzoso? Travieso, travieso.  Al final fue un fastidio, se volvió intenso, no podía vivir sin mí. Cuerpo de melocotón, fresco, jugoso. Pero sin experiencia. No como su padre que era un burro en la cama. ¿O no lo era contigo? Tal vez solo quiso que le dieras un hijo. Sí lo admito, estaba enamorado de ti, por eso pasó a chupar gladiolos. Burda esa frase, lo sé. La aprendí en la cárcel. A donde me enviaste cuando te empeñaste en acusarme de su muerte. Era un crimen perfecto, pero invertiste cada peso. Tu salud también. Juicio tras juicio hasta que diste en el clavo y me desenmascaraste. ¿Y tu hijo, ni siquiera en el juicio fue capaz de decirte que habíamos hecho el amor con frenesí? No. No fue capaz. Ahora que lo pienso. ¿Será por eso que le dio por retirarse voluntariamente al paraíso o al infierno? ¿Dónde estará?
Que vueltas da la vida. Tu vida que parecía ser tan perfecta. Lo tenías todo. Mi marido, la plata de mi marido, un hijo de mi marido. Para después comenzar a girar la rueda hacia mí. Primero me dio a tu hijo, luego te quité mi marido, en la pelea te quedaste sin el dinero de mi marido y al final. Que casualidades tiene la vida. Toda una ruleta rusa. Poseer tu cuerpo gracias a un corazón.

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