Vistas de página en total

sábado, 8 de octubre de 2016

Una noche distinta

 José Antonio Cortés    
                                                

Qué dios detrás de Dios impulsa la tramoya…                                  
                                                       JL Borges



  
El destello de un relámpago iluminó toda la casa. Las gotas de una lluvia obstinada se deslizaban por los cristales mientras el viento batía las ventanas. Margot regresaba del patio posterior.
­         ─Qué noche tan fría ─se dijo mientras se quitaba la ropa húmeda, los guantes de jardinería y las botas embarradas.

         Después de limpiar todo cuidadosamente, fue hasta su habitación, sentía los pies helados, tomó una toalla y se los frotó varias veces, luego se puso la pijama. Cuando pasó frente al tocador se miró un instante en el espejo y se tocó un moretón en el pómulo izquierdo. Aunque estaba agotada en sus ojos había un brillo de satisfacción.
         Antes de irse a la cama se sirvió un vaso de Baileys. Pero no alcanzó a probarlo, el timbre de la puerta sonó insistente. El alivio que sentía minutos antes se trocó en una corriente glacial que la recorrió hasta la espalda. Un miedo oscuro la estremeció. El timbre seguía sonando, dudaba, pero llevada por un fatalismo inevitable fue hasta la puerta y con una voz que le salió ahogada, preguntó: “¿Quién es?” ¡Soy yo…! La voz de Dania le devolvió la calma, casi la alegró. Apenas abrió Dania entró apurada. Tenía el rostro desencajado, el cabello mojado, el maquillaje corrido y tiritaba a pesar de que llevaba un abrigo negro de hombre que le quedaba holgado. Sin decir nada se sentó en un sillón.   
         ─¡Qué noche de perros!  ─dijo.
         ─Voy a preparar café. ¿Quieres? ─dijo Margot.          
         Dania hizo un movimiento afirmativo, mientras buscaba ansiosa algo en el abrigo. Margot observó unas gafas de lentes gruesos, que habían quedado sobre la mesa de centro y sin que la otra lo notara, las cogió y se las guardó en la bata. Después de rebuscar en los bolsillos, Dania sacó un encendedor y una cajetilla de cigarrillos, tomó uno, lo encendió y empezó a fumar echando grandes bocanadas de humo.

            Mientras se dirigía a la cocina, Margot pensaba en la intempestiva llegada de Dania. Aunque estaba acostumbrada a sus visitas sorpresa, especialmente cuando tenía problemas, esta vez no la esperaba. “No, esta noche no.” ─pensó. La apreciaba mucho pero ya estaba cansada de que la involucrara en sus problemas.  “Qué se le va a hacer”─se dijo. Y se dispuso a poner buena cara y mostrarse amistosa.

         Cuando Margot regresó a la sala traía una bandeja con dos tazas de café y galletas. Dania, que se había quitado el abrigo, seguía fumando y distraída, botaba círculos de humo en espirales. De pronto miró a Margot sorprendida.
         ─¿Qué te pasó en la cara? ¡Te pegó otra vez! ¿Hasta cuándo vas a permitirlo? ¡No deberías tolerar más abusos!
         ─No es nada. No volverá a pasar ─dijo Margot tratando de ocultar la cara.
         ─Y a propósito, ¿Dónde está el imbécil?
         ─Se ha ido, y creo que no volverá.
         ─“Los hombres van hasta donde una les permite” ─tú misma me lo dijiste un día, no se me olvida.
         ─Y tú, ¿Cómo vas? ─dijo Margot tratando de desviar el tema.
         ─¿Cómo puedes permitir eso?
         Dania se cruzó de brazos y quedó en silencio. Sabía que Margot era una mujer tranquila pero de mucho carácter; no entendía por qué dejaba que su marido la golpeara. Era muy reservada y poco dada a hablar de sus cosas. “No me va a contar nada.”, pensó. Tomó dos sorbos de la tasa y volvió a mirar a Margot, luego al reloj arriba del armario; eran las diez y cinco minutos.

         “Qué zorra más insolente”, se dijo Margot. “Siempre lloriqueando, contando historias de sus puercos amantes y de cómo la maltratan. Ahora se siente la mujer más sabia y valiente del mundo”. Pero suavizando el gesto, dijo:
         ─Me sorprendió tu visita. ¿Qué te trae por acá?
            Dania miraba hacia la ventana; la lluvia había amainado y los relámpagos eran cada vez más espaciados y lejanos. Se notaba afectada y tenía los ojos húmedos. Antes de contestar tomó un sorbo de café y aspiró el cigarrillo.
         ─Esta noche es distinta ─dijo.  

         Margot se quedó reflexionando en lo que había sido su propia vida hasta ahora y quiso contarle, que a partir de esta noche su vida daría un vuelco definitivo, pero ella no era mujer de confidencias. Pensó mejor ser sincera y decirle que ya no le importaba su amistad, que no veía la hora en que se marchara para retomar su Baileys, acostarse y pensar lo que sería su vida en adelante. Pero lo que dijo fue:
         ─Es una noche como tantas otras, solo que con mal tiempo.
         ─No, esta noche es distinta ─dijo Dania. 
         ─¿Por qué?
       ─Esta noche no vine a las diez, vine a las nueve, por eso es distinta.
          ─Cuando tu llegaste eran casi las diez.
         ─No, hace más de una hora que estoy aquí; es que no vine a las diez, vine a las nueve.
         Margot se acercó a ella y mirándola de frente, le dijo:
         ─¿Qué te pasa? ¿Has estado bebiendo?
         ─Tú sabes que ya no tomo.
         ─A mí no me engañas.
         ─Bueno, me tomé dos tragos, con mi jefe. ¡El muy cretino!
         ─Sigo sin entender.
         ─No tienes nada que entender. Solo que hace más de una hora estoy aquí.
        Bueno, si eso es lo que quieres. Después de todo, en una noche como esta, ¿A quién le importa una hora más o una hora menos?─dijo Margot encogiendo los hombros.
        ─Sí, es importante ─dijo Dania. Luego sin dejar de mirar el reloj continuó:
         ─Y no es porque yo lo quiera, es que es así.
         Margot pensó decirle que ya era suficiente con todo lo que le pasaba para estar mortificándose y perdiendo el tiempo con una idiota como ella. En vez de eso, le dijo:
         ─Te regalo una hora, un día completo para que estés contenta. Sabes que te quiero mucho.  
         Dania absorta, pareció no oír.
           ─¿Quieres comer algo?
      ─No tengo hambre ─dijo Dania. Y continuó mirando en silencio hacia la ventana y luego al reloj. Después de un largo rato, pareció despertar de un letargo y habló con voz muy sentida:
         ─¿Es verdad que me quieres mucho? 
         ─Es verdad ─dijo Margot.
         ─¿Entonces me quieres?
         ─Sí. Por supuesto.
         De nuevo se produjo una pausa. Dania siguió fumando y jugando con sus espirales de humo.
        ─¿Aunque no sea una buena amiga y solo te traiga problemas?
         ─Parece que la vida que llevas te está sorbiendo el seso ─dijo Margot.
         ─¿Me quieres tanto que matarías a cualquiera que me hiciera daño?
         ─Creo que no estás bien de la cabeza. Mejor, por qué no te vas para tu casa, te das un duchazo antes de acostarte, te tranquilizas y dejas de pensar cosas raras.
         Dania ahora estaba seria y pensativa.
         ─¿Dejarías que alguien me hiciera daño?
         ─No, claro que no. 
         ─¿Lo matarías? 
         Margot no supo qué decir, la pregunta la sorprendió. Estaba pensando en la situación cuando Dania, continuó:
         ─Y si fuera yo, ¿Me protegerías si lo hiciera?
         ─¿Si hicieras qué?
         ─¿Me protegerías? 
         Margot se volvió a mirarla. Una idea confusa, que le produjo inquietud, se le atravesó en la mente.  
         ─-¿En qué lío te has metido?
         ─En ninguno ─dijo Dania ─Sólo estaba charlando.
        
         De pronto sonó el timbre. Ambas se miraron sorprendidas. El timbre volvió a sonar mientras ellas, en silencio, no atinaban qué hacer. Al fin, Margot, reponiéndose un poco, se encaminó hacia la puerta, Dania iba detrás.
         ─¿Quién es?
         Una voz fuerte de hombre, brusca, rompió la calma.
         ─¡La policía!
         Las dos se miraron espantadas. El miedo asomó en sus rostros y dos incertidumbres, dos presentimientos diferentes, hicieron brincar sus corazones. Ellas no se movían. La misma voz recia acompañada de unos fuertes golpes: 
         ─¡Policía! ¡Abra la puerta!
         Cuando Margot, entregada, abrió la puerta, el frío viento le dio en plena cara. Dos oficiales de policía frente a ella la miraron con desconfianza.        
         ─¿Sí? ─apenas pudo balbucear.
         Dania parecía a punto de las lágrimas y del desmayo, Margot tuvo que tomarla del brazo con disimulo. Los dos agentes intercambiaron miradas.
         Uno de los dos policías, al parecer el que había hablado, escrutó a las dos mujeres, después fijó su atención en Margot que no podía esconder su turbación. 
         ─¿Todo está bien? ─preguntó receloso.
         Luego se asomó por encima del hombro de ella para mirar hacia el interior de la casa. Después de un silencio breve, que a ellas les pareció de siglos, el policía señalando con el brazo hacia un auto blanco parqueado en el sendero, que tenía abierta la puerta del conductor y todas las luces encendidas, dijo con aspereza: 
   ─¿Es de alguna de ustedes ese auto? 
   ─Sí. Es mío ─dijo Dania aprensiva.
        ─Debe tener más cuidado señorita. Hace mucho rato está así, además la batería se puede agotar.
         ─Qué pena oficial. Muchas gracias ─dijo Margot.
        El policía reparó en el moretón que Margot tenía en el pómulo.
         ─¿Qué le pasó en la cara?
         ─Un pequeño accidente, no es nada.
        ─Bueno. Qué pasen buena noche ─dijo el policía llevándose la mano a su gorra. Antes de marcharse miró de nuevo a las mujeres y volvió a preguntar:
         ─¿Todo está bien?
         ─Sí, Oficial ─dijeron ellas.
         ─Hágase ver eso de un doctor.
        
         Mientras Margot esperaba en la puerta Dania fue hasta el auto; cuando regresó se abrazaron instintivamente y respiraron aliviadas. Sintiéndose libres de sus propios presagios, ambas tenían un nuevo semblante. 

         ─¿Serías capaz de decir una mentira por mí? ─dijo Dania.
         ─Sí.
         ─¿Aún si fuera la policía quien te interrogara?
         Margot no supo qué decir.
         ─Tal vez no tengas que matar a nadie ─dijo Dania.
         ─¿Qué quieres decir con eso?
         ─Que ya no me va a joder nadie. Nunca más. 
         Margot la miró frunciendo el ceño, intrigada.
     ─ Mañana me voy, no volveré a molestarte ─dijo Dania melancólica.
         Margot quiso decirle: “Qué  bueno que no vuelvas a importunarme” y “Lo que hagas con tu vida es asunto tuyo”. Pero no fue capaz, lo que dijo fue:
         ─¿Y de dónde te salió esa calentura?
         ─¡Cretino de mierda! ¿No te parece que un tipo que humilla y maltrata a una mujer se merece cualquier cosa?      
         ─Sí ─dijo Margot, pensativa.  
        ─¿Incluso que le corten la garganta? ─dijo Dania con un brillo extraño en la mirada.
         Margot se sobresaltó, quiso decir algo pero Dania, suelta, siguió hablando:
         ─Si un tipo, después de estar con una mujer, la maltrata, le dice que es una perra, que nunca la quiso, que solo la usó, que nunca estuvo a su altura, y ella, que siempre pensó que la amaba… Eso no lo hace un hombre correcto. Pero si lo hace ─dijo exasperada─, si lo hace y la mujer siente que solo cortándole la garganta alivia al mundo de una alimaña, nadie tiene por qué joderla; así el tipo haya estado borracho, deben dejarla tranquila. ¿Acaso no es defensa propia? ¿Dirías una mentira para defender a una mujer que haga algo así?
         ─Depende de la mujer ─dijo Margot. 
         Dania la miró, luego se quedó en silencio, con expresión taciturna como si de repente se hubiera hundido en un estanque de aguas oscuras lleno de animales extraños. Y estuvo así un rato con los ojos abiertos, concentrada, hasta que parpadeó como si  volviera de un sueño. 
         ─¿En serio te vas a ir? ─preguntó Margot.
         ─Sí, ya lo tengo decidido.
         ─¿Para dónde?
         ─Para otra ciudad, tal vez otro país. Donde no haya tipos que quieran hacerle daño a las mujeres. ─dijo Dania resuelta.
        “¿Qué se puede hacer?” se dijo Margot alzándose de hombros.
         Dania se levantó. Dirigiéndose a la salida abrazó a Margot y le dio un beso en la mejilla.
            ─Cuídate, por favor ─dijo Margot
       ─Gracias, eres un ángel. Acuérdate que vine antes de las nueve.

         Cuando Margot salió a despedirla, no pudo evitar pensar en el montículo de tierra, en el patio posterior, donde había plantado unos geranios.   

2 comentarios: