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miércoles, 20 de junio de 2018

Fisuras en el cielo





                                 Jorge Enrique Villegas 

 –Sírvame una cerveza de barril.
El camarero lo observó y descubrió que llevaba la ceja izquierda partida y con agua sangre.
–Perdone ¿qué le pasó?
–Nada.
–La ceja…
–Anoche quisieron atracarme...
Dio tres tragos, saboreó la espuma y se quedó mirando las burbujas.


Bruno no sabía que más inventar. Vendió la vespa que le regalaron los abuelos y les aseguró que se la habían robado. Les mostró la copia del falso denuncio. Le aburría madrugar. Le aburría trabajar. “¿Trabajar? No es vida–pensaba–. ¡Qué carajos! Me voy”. Se fue de rumba y de mujeres. Cuando el capital se acabó, volvió a la casa de los abuelos. “Mis viejos queridos, me botaron del empleo. Con la indemnización viví hasta hoy. Ahora tengo una oportunidad” y les refirió un cuento que los alucinó. Fue el golpe de gracia para el logro del dinero que necesitaba. Se marchó para la capital. Se instaló en una pensión, pagó por adelantado una semana y salió. “Primero una cerveza para calmar la sed”–manifestó frotándose las manos–. Se volvió cliente del bar Desquite. Después de las seis de la tarde llegaba y pedía lo mismo.
 –Vampiro–escuchó.
–¿Vampiro? ¿Dices vampiro? Vampiros los de las películas. Lo mío es vivir. Camarero, otra cerveza.
–Lo invito a un trago de verdad–volteó la cara y vio quien le hablaba.
–Gracias–cambió de posición y le extendió la mano–me llamo Bruno–y dirigiéndose al mesero dijosírvelo doble.
–Me pareció que hablaba sólo.
–¿Sólo? Observe bien.
–Me refiero a que hablaba sólo.
–A veces lo hago: Ahuyento recuerdos…
–¿Trabaja?
–Qué cosa más jarta.
–Puedo ayudarlo. ¿Tiene depósitos en algún banco?
–No soy rico.
–Puede parecerlo. Me protege un dinero y listo. Un negocio de dos meses, sin riesgo.
–¿Como de cuánto hablamos?
–Tranquilo. Mañana lo espero en la sucursal del City, al lado de la plazoleta donde estamos. Sírvale otro doble a mi amigole dijo al mesero y se despidió.

Vampiro.
–Eres una mierda. ¿Viste quién se fue? Un amigo de verdad.
Salió borracho del lugar, trastabilló al subir las gradas que daban a la acera, cayó y se rompió la ceja izquierda. Con un viejo pañuelo untado de sangre se limpió la cara. Entró de nuevo al bar.
–Sírva una cerveza de barril–ordenó al camarero.
Vampiro–volvió a escuchar.
–Deja la joda. Ya está bien de bromas–manifestó.
–Vampiro.
–¡Te lo dije!–lanzó con furia el vaso.
–Oiga, amigo, ¿qué le pasa?–le reclamó el camarero.
–Es que me tiene cansado.
–¿Quién?
–Cómo que quién. ¿Está ciego?
–Usted necesita descansar–le aconsejó.

Trastabilló al subir las gradas que daban a la acera, cayó y se rompió la ceja izquierda. Sacó un viejo pañuelo untado de sangre y se limpió la cara. Durmió mal. Soñaba una y otra vez. Cuando despertó, murmuró un “se los advertí”. Se sentó en la cama fastidiado y con dolor de cabeza–bostezó.
–¿Qué les advertiste? –escuchó otra vez.
–…Que si no sabían nadar en aguas frías mejor no lo hicieran. Me llamaron miedoso por no ir con ellos a la parte mas honda del lago. Fue allá donde el menor comenzó a gritar pidiendo ayuda antes de que el agua lo cubriera. Su hermano lo intentó, halándolo del pelo. Se hundió también. Corrí y pedí auxilio. Ellos se ahogaron. Ahora se aparecen en mis sueños y me señalan, los muy tontos. Saben que pedí asistencia. ¿Qué mas podía hacer?

A las nueve salió a cumplir con la cita.

–Amigo–le dijo al camarero– nuestro amigo, el de la otra ocasión, ¿ha vuelto?
–¿Quién podrá ser? Aquí viene…
–El de la ceja partida, ¿lo recuerda?
–Ah, ese man se había perdido. Cuando volvió, vestía mejor, olía agradable, se había rasurado. Me llamó la atención el rostro pálido y demacrado. Aún tenía la ceja izquierda partida y con agua sangre. Solicitó “una cerveza de barril”. Luego cambió la orden por un whisky doble. Pagó por adelantado y me dio una buena propina. Era otra persona. “Sé reconocer favores” dijo eufórico. Sonreía y repetía las dosis del escocés. Debe estar durmiendo la resaca. ¿Sabe? Ese man es raro: habla y discute solo. De cuando en cuando suelta unas carcajadas…
–Por eso lo busco.
–Me dijo que atendería unos asuntos y que tardaría varios días.

Como en ocasiones anteriores, Bruno trastabilló al subir las gradas que daban a la acera y se cayó. Volvió la sangre al romperse la ceja izquierda. Con el sucio y viejo pañuelo untado de sangre se limpió la cara. Miró la luna. Le hizo un saludo y se perdió en la noche. Durmió mal. Al despertar rezongó un “puta vida”.
–¿Qué pasó?–escuchó.
Sueño y sueño y sueño. Estoy cansado…qué joda...para colmo me oriné en los pantalones.
Cuenta…
–Es una locura…no podía entender por qué lo hacían. Levantaban las manos y me señalaban. Era tanta la gente que llenaba la plaza… Me amarraron las manos, me colocaron la soga en el cuello y me colgaron en la rama gruesa de un árbol. La vida se me iba. Sentí un frío doloroso que me recorrió el cuerpo, me faltaba aire… Lloré de angustia.
Bruno miró la calle por la ventana de la habitación.
–Qué ciudad más fría–murmuró. 
Vio el almanaque y el reloj que marcaba las siete de la mañana. Se sentó en la cama a esperar y recordó.
–¡Soy rico!–gritó exaltado–como lo que quiero, me acuesto con quien quiero…me merezco un trago…si los abuelos …

Llegó el momento de unas vacaciones, cambiar de clima, ir al mar, tenderme en la playa, recibir sol. Ah, un buen trago y me pongo  en el asunto.
Bruno se dejó llevar por la música que salía del bar por el que pasaba. Salió borracho. Trastabilló en la acera, cayó al piso y volvió la sangre al romperse la ceja izquierda. Rechazó la ayuda que le ofrecieron y con su viejo pañuelo untado de sangre se limpió la cara. Encontró el hotel y durmió mal. Cuando despertó refunfuñó un “puta vida”.
–Estoy mamado–dijo–parece que no hubiese dormido.
–¿Se puede saber?–volvió a escuchar.
–¿Por qué no te vas a joder a otro?
Eres una gallina.
–¡Basta! ¡Vete para el carajo!
Cuenta.
¡Muérete!
Cuenta, cuenta.
–…Necesitaba llegar a la casa en lo alto de la loma. Hacía una tempestad de los demonios. Debía coronar el barranco y entrar al valle. Azuzé al caballo, le espoleé las ancas y cuando creí lograrlo, rodamos cuesta abajo por el barrizal. Me asusté mucho. Allí estaban los hermanos, me señalaban, tenían los ojos blancos, opacos y una expresión…sentí el sabor inconfundible de la sangre que me cubría el ojo izquierdo. En la oscuridad busqué al caballo y llegué a una  quebrada de aguas torrentosas. Los volví a ver, me llamaban…Espantado me refugié junto a unos árboles. Con la claridad gris del nuevo día encontré al caballo en el fondo del riachuelo. Me ericé. El blanco y las manchas marrones de la piel se habían acentuado, la cola se mecía al vaivén de la corriente y el ojo izquierdo del animal estaba de un blanco perla...cómo me duele la cabeza, tengo ganas de trasbocar, estoy hastiado.

Salió a buscar desayuno. En la cafetería encontró una mesa desocupada y se sentó. Pidió jugo de fruta, huevos y café. Mientras lo servían cerró los ojos. Cuando los abrió, no pudo evitar el sobresalto.
–¡Usted!
–Se ve enfermo.
–Duermo mal. Desayune conmigo–dijo–tómele el pedido al señor–le ordenó al camarero.
–Fui al banco.
–No pasa nada. Pura prevención.
–Explíquese…
–Es su plata pero como si fuera mía. ¿Es así?
–Sin duda.
–Por tanta inseguridad cambié la clave.
–También de hotel y a nadie lo comunicó. Prevención, claro…la herida que tiene se le está infectando.
–Se mantiene con fiebre.
–Hágase algo… Aproveche porque el negocio no va más.
–¿Vamos para el banco?
 –Qué buen auto compró–lo mencionó en el parqueadero.
–No necesito comprar si puedo alquilar. Pocas preguntas y menos problemas–afirmó Bruno–súbase.
–¿La familia?
–¿Cuándo le he preguntado por la suya?–espetó Bruno.
–Tranquilo. Nada de bronca porque me lo llevo–le mostró el revolver–recuerde que usted es un don nadie…
–Puta vida. Si hay algo que me enerva y me sulfura es que me amenacen y me enrostren lo que soy–declaró irritado.
–Con el negocio se… ¡No acelere!

La advertencia llegó tarde. Bruno estrelló el auto en una de las columnas del puente que atravesaba. En el hospital un policía habló con él:
–Dígame lo que pasó.
–Un puto vampiro no me dejó ver.
–¿Vampiro?
–¿No los vio? Había legiones dentro del coche. Me defendí de esas ratas inmundas. ¡Qué asco! Los mandé a los mismos infiernos…¡Qué horror! ¡Ay! ¡Vienen más!...

Los “viejos queridos” recibieron carta de Bruno. Dentro una tarjeta del City.





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