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martes, 5 de junio de 2018

La soledad de Emily Dickinson


  Esta reseña es para ser leída en voz baja porque el temor
 inicial de escribir después de tanto tiempo de no tener una
hoja en blanco ente mí y expresar mi pensamiento me llena
 de angustia y crece luego de escuchar verdaderas obras
poéticas en prosa, unos escritos que dicen mucho de las
capacidades, de quienes lo presentaron.
                                               Carmen Rosa Ortiz

Emily Dickinson, poeta estadounidense, nace en Amherst, Masachussetts el 10 de diciembre de 1.830 y muere el 15 de mayo de 1.886. Está colocada en el panteón que comparte con los grandes poetas de su país Edgar Allan Poe, Ralph Waldo Emerson y Walt Whitman.
   En algunos aspectos, se puede decir, que era una mujer con una mentalidad avanzada para la época. Nacida en un mundo rural, de familia y época dominada por los ideales protestantes, tuvo la posibilidad de estudiar y compartir con jóvenes de su edad a quienes  atraía con sus relatos y maneras de contar.
En la Academia y el colegio se interesó por las  ciencias naturales, conocía las constelaciones, las estrellas y las especies florales silvestres de su entorno que muchos años después fueron utilizadas para la trama naturalista de sus poemas. Al parecer su educación fue más profunda y sólida que la de muchas mujeres de su tiempo y lugar.
Fue una prolífica poeta a quien no le interesaba publicar sus escritos ni  modificar sus poemas; en vida se le conocieron pocos. Después de su muerte a los 56 años fue conocida su obra gracias a su hermana Lavinia, quien “la descubrió”..
El reto que se imponía en el encuentro con las palabras para hacer poesía, lo definió así: “Si tengo la sensación física de que me levantan la tapa de los sesos, sé que eso es poesía”. No  fechó sus poemas, utilizó las mayúsculas no de manera convencional, lo cual fue razón para que algunos editores hicieran modificaciones acorde con el formato de la época.
Emily fue una gran observadora y amante de la naturaleza que le rodeaba como si se considerara parte de ese gran jardín en el que vivió y del que muy pocas veces salió. Los estudiosos de su obra afirman que los temas de la naturaleza que más tiene en cuenta son los seres vivos: animales, aves, insectos reptiles, árboles, plantas y flores.
Me parece importante destacar las principales influencias que se encuentran en su obra: la Biblia, el humor que desde muy joven lo cultivó y Emerson, uno de los grandes poetas estadounidense. Ella en muchas oportunidades se refirió a los “festines” que se daba con escritores, novelistas y poetas de diversas procedencias, primordialmente con ingleses y estadounidenses contemporáneos o de épocas anteriores.
Al parecer era de temperamento solitario. Su mundo fue su casa  que poco a poco fue cerrando hasta recluirse en su cuarto donde pasó los últimos años de su vida, vestida totalmente de blanco.
Emily Dickinson muestra la soledad como la oscuridad  en la que hay que aprender a caminar y acompañarse, me acercaré a ella por esa palabra  que nos une: la soledad.
Su soledad es parecida a mi soledad. Pero todas son diferentes de acuerdo al tiempo, al espacio y a la persona, la mía está rodeada de risas, rostros, luz y en ocasiones de voces que me hacen sentir que pertenezco a este mundo.
Es la soledad la que acerca a algunos espíritus. En ocasiones le huyo pero al final del día la encuentro en mis espacios que descubro en cada puerta.
Hay una soledad del espacio
una soledad del mar
una soledad de la muerte, pero estas
son compañía
comparadas con ese sitio más profundo
esa privacidad polar,
el alma consigo misma
-finita infinidad.
Emily Dickinson

Tu soledad
esa profundidad que llevas dentro
te doblega
Es igual a lo que siento
La soledad nos sigue
está dentro de nosotros
Cómo escapar si la llevamos dentro
aligeremos el paso para huir,
no lo logramos.
Sabemos donde estás…
queremos apartarte y vencer.
Ahora lo recuerdo
siempre nos has acompañado
hoy nos  sumergimos
en una postración que duele.
Soledad…
qué extraña eres
eres muerte y tristeza
eres creación.

Carmen Rosa Ortiz M.





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