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jueves, 4 de julio de 2019

El hombre que amaba los perros: mucho más que historia


Luz María Gómez


La obra me impactó desde el comienzo por el  dominio de la prosa que se torna poética y de gran profundidad filosófica; por la estructura que es novedosa y por la agudeza del autor para trabajar el estado emocional de sus protagonistas e indudablemente por la presentación del tema histórico que deja ver una investigación rigurosa, que no se queda en lo histórico y ahí radica uno de los grandes méritos de la obra; va más allá,  al traspasar la frontera entre lo histórico y lo literario.


Para acercarnos al manejo que hace Padura de la relación historia y literatura, citaré sus palabras al respecto. En “Nota muy agradecida” página 571, Tusquets Editores, S.A, dice: “Por eso me atuve con toda la fidelidad posible(recuérdese que se  trata de una novela, a pesar de  la agobiante presencia de la historia en cada una de sus páginas) a los episodios y  la cronología de la vida de León  Trotski en los años en que fue deportado, acosado y finalmente asesinado, y traté de rescatar lo que conocemos con toda certeza(en realidad muy poco)de la vida o de las vidas de Ramón Mercader, construida(s)en buena parte sobre el filo de la especulación a partir de lo verificable y de lo histórico y contextualmente posible. Este ejercicio entre realidad verificable y ficción es válido tanto para el caso de Mercader como para el de otros muchos personajes reales que aparecen en el relato novelesco- repito: novelesco- y por tanto organizado de acuerdo con las libertades y exigencias de la ficción”.
 Para mí, como lectora, más que constatar sí hubo ficción o no, es resaltar los recursos literarios que determinan que la obra sea más que historia. Padura con gran maestría logra dar vida a personajes históricos. Sabemos lo que vive cada uno y lo que siente y expresa frente a los mismos trascendentales hechos. Esto hace que tengamos varias visiones de lo que va aconteciendo; pero el ingenio del escritor no se queda ahí. Domina a   sus narradores, así como el tiempo y el espacio, en los que se inscriben sus protagonistas. Los hechos más significativos y desgarradores, transcurren en varios países europeos, así como en Méjico, en la primera mitad del siglo XX, pero sus efectos movilizan y estremecen el alma de personajes como Iván y Daniel, en el pleno despertar del siglo XXI. Efectos que trascienden a los lectores.
Tenemos dos narradores en primera persona, que a la vez son personajes: Iván, quién comienza el relato y Daniel su gran amigo, quién lo cierra; encontramos, además, un narrador en tercera persona, que nos habla de Stalin, de Lenin, de Trotsky, de Ramón Mercader, el asesino de Trotski y de los seres cercanos a él, entre otros;  El escritor Padura, nos ubica en varios momentos del pasado a través de sus narradores; pero de inmediato, nos va trayendo al presente, cuando los personajes destacados por la trama central, dialogan y expresan sus difíciles y tormentosos estados de ánimo, así como sus grandes reflexiones que sorprenden por la finura poética y la profundidad filosófica. Personajes como Trotsky, Ramón Mercader, su mentor, Iván y Daniel, se presentan ante nosotros, desde este gran marco. Desde el comienzo los lectores nos sentimos atrapados por la trama, a pesar de conocer a partir de la introducción, la acción principal que moverá el resto de sus hilos: Jacques Mornard o Frank Jacson (Ramón Mercader) asesina a Trotsky. La magia de la prosa que despliega un pensamiento crítico y profundo de lo narrado, nos sostiene expectantes.
Las grandes pasiones que mueven a los personajes principales, son el rencor y el miedo. Aparentemente sus acciones están justificadas por perseguir el sueño de la gran utopía:  Alcanzar una sociedad justa e igualitaria.   El drama se va mostrando, cuando empezamos a darnos cuenta de que los   personajes históricos que movilizan la utopía, sostienen una lucha férrea y enfermiza por el poder; Ramón Mercader, asesino de Trotski, es el hijo de Caridad, mujer que estila odio y rencor contra la clase social a la cual pertenece su marido y ese odio la llevará a formar filas con sus hijos, en el proceso de alcanzar la utopía de la sociedad perfecta.   Caridad, mujer incapaz de amar, establece con sus hijos y especialmente con Ramón, una relación de poder y sumisión que creará las condiciones para que éste, acepte ser el elegido por Stalin y sus fuerzas oscuras, para ejecutar una gran misión histórica: asesinar a Trotski.
El principal drama de la novela se teje en la relación patológica entre Caridad y su hijo. Desde niño, lo dominó con sus extraños besos, cargados de erotismo; besos que confundieron a Ramón hasta la edad adulta y que ejercieron en él un fuerte poder a pesar de percibir el constante desamor de su madre y el control sobre su vida. En la página 554, de la edición, ya citada, podemos leer: “Pero recordó que durante los infinitos exámenes psicológicos a que lo habían sometido en Méjico, los especialistas creyeron entrever, en medio de aquel odio, la presencia de una obsesión por la figura materna,...La memoria de los besos de Caridad, cuyas saliva caliente y anisada le producía sensaciones equívocas, el malestar que siempre le había provocado verla en compañía de otros hombres y la ascendencia incontrolable que su madre había ejercido sobre él, tenían un componente enfermizo del que había tratado de liberarse  por medio de la distancia y hasta de la hostilidad. El juicio de los psicólogos lo había hecho meditar en las actitudes de ella hacia él y en el desvalimiento de él ante ella, y comenzó a rescatar de su memoria caricias, palabras, gestos, cercanías y palpitaciones que le resultaban dolorosamente perversos.”
El drama se acentúa cuando Ramón a pesar de ser consciente del desequilibrio emocional de su madre, permite que ella lo convenza de formar parte de la misión en pro de “La Revolución Socialista”, que le cambiará su vida. El poder de la madre, se prolongará en África, quién logrará desde su postura rígida, fría y fanática del estalinismo, reforzar la tarea ya emprendida.
Caridad engendra y forja al victimario perfecto, quién se dejará fácilmente moldear por su mentor y a la vez este mentor, será moldeado por el veneno y rencor de Stalin. Padura señala el gran drama de la utopía de la Revolución Rusa y Cubana. El rencor que corroe el ser de dos personajes como Caridad y Stalin, crea las redes de la telaraña que acercarán a victimario y víctima y a infinidad de seres cegados, que no pudieron escapar de los hilos que se tejieron en torno al odio, al fanatismo y al miedo. El ansia de poder, el deseo de ser reconocido, van unidos al miedo. Para Stalin, no fue suficiente tener el poder sobre toda una nación. Sus energías se desplegaron, en sostenerlo. No sólo se le volvió una obsesión eliminar a Trotsky, su principal y real adversario, sino a todos los posibles adversarios imaginarios, susceptibles de volverse reales por haber sido testigos y cómplices de sus crímenes y atrocidades.
 El miedo, tema que atraviesa la obra, lo observamos con intensidad en Ramón Mercader, cuando al final, muy cerca de realizar su misión, descubre el engaño y el poder de todas las mentiras que lo transformaron en marioneta; marioneta que tiene el poder de arrastrar a   otras, como la de Sylvia Ageloff, trágica y desgarradora relación.   En los instantes de lucidez, Ramón Mercader, alcanza a constatar que Trotsky, tiene la razón al cuestionar a Stalin; pero no puede dar marcha atrás. ¿Por qué? Por físico miedo, miedos que se multiplican: miedo a que lo maten miserablemente a él, a su madre y demás seres queridos; miedo a quedar ante la historia, como un ser despreciable y cobarde; miedo a sentir que la identidad perdida, no será recobrada, si la misión fracasa.  La cadena del miedo y del horror, se extenderá a todos: a unos, de forma individual y directa; a otros, en masa por los efectos de las guerras.
Lo más estremecedor de la obra, es percibir cómo la relación   de victimario y víctima que se establece entre Ramón Mercader y Trotsky se va desdibujando hasta llegar a borrarse por completo. En la medida en que los lectores vivimos el proceso de pérdida de identidad de Ramón Mercader y de conversión en una monstruo marioneta al servicio del dios Stalin, llegamos a sentir por Ramón Mercader, la misma compasión, que siente el personaje Iván. Al terminar la obra, Mercader y Trotski, nos inspiran el mismo nivel de conmiseración. Padura logra que los lectores no juzguemos a Ramón. El proceso de enajenación vivido, lo hace más víctima que Trotski; todas las relaciones que se dan en la obra entre victimarios y víctimas, se derrumban, al aparecer con fuerza el único y gran victimario: Stalin.
 Algo que simboliza el desdibujamiento de la relación victimario y víctima, es el amor por los perros que sienten Trotski, Ramón Mercader e Iván. Los tres son víctimas de los odios y del ansia de poder de oscuros personajes. El símbolo del desmoronamiento entre victimario y víctima, lo representa muy   bien, Leonardo Padura, al situar a los tres protagonistas, en la misma dimensión de sensibilidad frente a los perros. Para reforzar el símbolo, el autor nos presenta a Ramón Mercader al final de sus días, en una playa, acompañado por dos galgos rusos; perros que amaba Trotski. Ramón siguió fielmente el consejo de Trotski con relación a la escogencia  de  la raza de los perros, así como del lugar para pasear con ellos.  En estas circunstancias, se conocieron Ramón e Iván, quién de inmediato sintió una fuerte atracción por los perros, su enigmático dueño y su estremecedora historia. El título de la obra, cobra sentido.
El personaje Iván nos deja ver toda la conmoción que le genera haber conocido a Ramón Mercader con su estremecedor relato y más aún lo afecta el compromiso que siente de escribirlo y de publicarlo. El cimbronazo que vive Iván quién para mí, representa a Padura, lo vivimos también los lectores, al conocer junto con Iván y su amigo Daniel, el impactante drama. La forma cómo termina Iván, afectado no sólo por haber conocido la historia y el asesino de Trotsky, si no por vivir la triste y lenta muerte de su esposa y en últimas todas las frustraciones por el fracaso de una utopía, quedan simbólicamente expresadas por el hecho que corta su vida:  el techo de su casa se le viene encima.  El derrumbe de la casa, representa no sólo el derrumbe de su vida por sentirse engañado y manipulado y por creer en una utopía, si no el derrumbe mismo de ese sistema económico social y político que los envolvió y los dejó ciegos a él y a la generación de su época. El sueño por una utopía, los llevó a encontrarse con la distopía.
Leonardo Padura, con maestría rescata la imagen de Ramón Mercader como asesino y victimario, al demostrarnos que fue la peor víctima del odio de Stalin y para levantar más su imagen, nos lo presenta como un ser sensible que ama a los perros y que centra su vida en perseguir el sueño de una sociedad más justa. Muestra además a un ser con un alto nivel de resiliencia e inteligencia. En la cárcel lee, estudia y aprende varios idiomas; alfabetiza y en general desarrolla infinidad de destrezas que lo ayudan a sobrevivir. Al final, enaltece más su imagen, cuando decide, después de conocer por su mismo mentor, el entretejido de las mentiras y los engaños, que lo envolvieron, buscar un destinatario para que revele por medio de la escritura, no sólo su historia, si no el horror de una época. De esta manera, logra cumplir el propósito de Trotski, cuando no permitió que los escoltas lo mataran:  desentrañar al autor y las oscuras razones del crimen.  
El drama del asesinato de Trotski, toma toda su fuerza cuando la fatalidad lo encausa. Trotski siente cerca su final. Avizora la inminencia de su asesinato y es como sí ya lo deseara. Lee unas señales, pero no reacciona.  Su mente se nubla en el instante mismo en el que su lucidez las percibe.  Observa unos comportamientos extraños en el cercano asesino, desea repelerlo, pero las fuerzas para tomar tan importante decisión, lo abandonan; el ambiente lo va creando el mismo Trotski para que su final se materialice en el menor tiempo posible. Ramón a su vez, añora que algo falle y que las cosas no se den; pero es como si la mano del destino estuviera allí para sujetarlos con toda su fuerza.
Al culminar la obra, el remezón nos llega. Sentimos que los líderes enfermos de poder que nos han acompañado a través de la historia, continuarán siempre, mientras existan  seres que los creen, los sigan y los respalden; seres merecedores de una gran compasión. Expresan su apoyo ya sea porque se identifican con sus falsos ideales, por miedo o por apatía; pero la razón más profunda radica en la necesidad que siente el ser humano de encontrar “seres superiores” que piensen por ellos y rijan sus vidas.  Ramón Mercader, simboliza a todas las personas que, por diversas causas y circunstancias, resultan ser víctimas de la manipulación y de la enajenación. El camino se facilita cuando la madre establece con los hijos una fría relación de poder y desamor.
















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