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lunes, 12 de agosto de 2019

Mis recuerdos



Adriana Yepes





San Andrés de mi alma, inunda mis recuerdos de color, brisa y nostalgia. La  Isla huele a humedad salobre y a mar, desde la pista de aterrizaje.

Sí, a ese San Andrés evoco, al que llevo tatuado en mis recuerdos. Al mismo en el cual rezábamos en la gruta de la virgen del Colegio Sagrada Familia, para que nos fuera bien en los exámenes, aunque nunca le pedíamos por nuestra Isla mágica y colorida porque la creímos eternamente sana y tibia, inagotable en todo su esplendor y mágica belleza. ¡Cuán equivocados estábamos!

Recuerdo cuando recorrí la isla en bicicleta no solo de paseo si no también con el propósito de recaudar fondos para llevar a cabo la construcción del nuevo hospital de concreto, que hoy no es más que el viejo hospital; el mismo donde pasé tantas noches en vela y en el cual la gente se enfermaba de vieja o se accidentaba en moto, nunca por violencia o desenfreno.

Escribo al que llevo aquí en mi alma, porque entre recuerdo y recuerdo y al son de las palabras lo acaricio y envuelvo en el pequeño rincón de mis afectos. La Isla donde tantas veces jugué escondite, me disfracé de gitana o de princesa, y jugué a ser campeona de patinaje en el andén del frente de mi casa, envuelta en olor a pan isleño de la panadería Marta, que amasaba de coco y de nostalgias; quizás el mismo ingrediente del pan piña de La Bombonier que brillaba por el azúcar que cubría su superficie, como está cubierta mi niñez y mi pasado, sazonados de secretos isleños, los mismos que envuelven las tardes de rondón, plantintát, janikiek , empanadas de cangrejo, pie de limón y de coco de la Loma,  bolitas de domplín con nuez moscada.

El mismo San Andrés que me entregó mis mejores caracoles, donde con inconfundible  fe escuchaba el mar en sus suaves curvaturas, porque lloraban de tristeza al ser extraídos del  fondo del mar de los colores. Los mejores los encontré en el muelle y en la Casa de la Cultura; también me regalaban conchitas multicolores, que se convertían mágicamente en uñas y me permitían sentirme grande al instante. Juegos tan  simples y dulces que envuelven de nostalgia los múltiples recuerdos de mi niñez.

De igual  forma, me sentía cantante cuando los domingos interpretaba  en el teatro Hollywood la inconfundible canción “ Soy Rebelde”, la cual era emitida por Radio Morgan en vivo y en directo, sin tener en cuenta mis desafinada voz.

Cierro mis ojos y aún tengo grabado en mi memoria los mejores atardeceres en San Luis y  South End, y la espera con paciencia hasta el final de la tarde y el anochecer, por el simple placer de ver cruzar la calle a infinidad de cangrejas hacia la playa para desovar y volver a inundar de vida nuestra amada Isla.

Como no recordar el misterioso embrujo del agua de Rack Hole, que quien la bebe se queda en la Isla  por siempre y aunque no estoy allá contigo, tu si estás dentro de mí y para siempre.

San Andrés de mi nostalgia que me regaló mi primer novio de infancia, al que sin mayor complique cambié por un paraguas. El San Andrés de mis afectos y  mis recuerdos al que llevo en mi alma, al que añoro. Crecimos blancos del interior del país, árabes y negros, hablando patois y hoy denominado creole, sumado al español, que nos unía sin distingos de colores porque amábamos el mismo lugar y lo sentíamos nuestro; es el que recuerdo, lo viví y amaré por siempre aquí adentro, no el de ahora que no me pertenece ni tiene dueño.

El San Andrés que encuentro hoy está lleno de problemas y sin sabores, porque se han dedicado a saquear su belleza y sus recursos, dejando dolor y descontento. El que hay ahora no es de nadie, mucho menos el de mis afectos, es de mi nostalgia y añoranza, porque el San Andrés que amo se ha ido cada vez más lejos  sin retorno y sin rumbo fijo.

Espero  algún día volver a divisarte en la serenidad de tus colores y tu gente, mi gente,  y detener la mirada y encontrarte en lo que eras. Si pudiera devolver el tiempo, sin duda, te dejaría como eras en la época en que nos conocimos y te me metiste al alma, mi San Andrés.

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