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martes, 22 de noviembre de 2022

Un beso callejero

  

Carlos Mira

Salió de la famosa école Marais llena de gozo, dando saltos. Eloise la había convencido para entrar allí dado su talento. Luego de pruebas, ensayos y trabajo en la barra, había llegado a la audición final frente al jurado, con miembros todos cercanos a los mejores grupos franceses de ballet. Había sido aceptada con una mención de felicitación. Temblaba ansiosa de comentarle a Eloise que habían conseguido algo que parecía imposible tan sólo meses atrás.

Miró el reloj y vio que tenía tiempo para mirar la retrospectiva de Robert Doisneau en el museo D´Orsay, antes de esperarla en el café donde habían quedado de encontrarse. El museo era esplendoroso, la transformación de la estación de tren generó un espacio lleno de luz, alto, acogedor y suave donde estaba segura de que las fotos de Doisneau resaltarían esplendorosamente: la de los niños en clase y uno de ellos mirando el reloj; las niñas en triciclo y patines pasando debajo de la Torre; la niña mirando al anciano afilando cuchillos; la de los niños de espaldas en los orinales y las de los besos en los puentes, en las calles, en las plazas de la ciudad que adoraba. Tenía toda la intención de volverlas a mirar, con el sentimiento de que ya tenía su camino artístico definido y que cualesquiera que fueran sus dificultades, habría de gozar hasta el minuto final su vida con Eloise y el gusto compartido por el arte.

Y las fotos confirmaron su pálpito: el espacio era perfecto y el despliegue de las fotografías era bello y tomaban una perspectiva más universal al verlas todas juntas. Le habían recomendado que se detuviera un momento en la foto del “El beso del Ayuntamiento” que había sido tomada a principios de la primavera y que era la primera vez que se exponía en público. Lentamente se movió a través de la exposición, gozando cada obra hasta que llegó a la frase de Doisneau en la antesala del Beso: «Esta foto me inquieta un poco. ¿Por qué tanta gente se identifica con ella? Porque es el símbolo de un momento feliz»

Entró enseguida a la sala y, por su posición y tamaño, era el centro de la muestra. Miró la foto extasiada. Creía que conocía al hombre que abrazaba a la mujer por su desenfado, su pelo ensortijado, su desparpajo en el abrazo, sus dedos largos casi iguales, y de pronto sintió que caía desmayada. No sabía por qué, una angustia infinita le apretó las vísceras al recorrer la foto, el cuello de la mujer, su forma de besar, la ternura con que mantenía sus ojos cerrados…

¡Dios mío es Eloise! Y salió corriendo del museo.

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