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sábado, 20 de octubre de 2012

Jean Jacques Rousseau: el salvador



Javier Millán
Una época tan brillante como el siglo de las luces (XVII) en que predominaba, sobre todo, la razón y el análisis, necesitó al final, de un salvador. Porque si ciertamente el siglo de la luces hizo  aportes al desarrollo de la humanidad, no es menos cierto, que su ansiedad por el progreso, la civilización y el desarrollo de la letras y las artes permitió que la sociedad cayera en un cinismo sin freno que vino a reemplazar la virtud y la moral de sus primeros años.

Miremos lo que encontré en la  historia de la literatura francesa: “la familia y el matrimonio se disolvían, la satisfacción de las inclinaciones y el placer se había convertido en la única ley de una sociedad que hacia ostentación del espectáculo y la veleidad”. La sociedad del siglo de las luces deslumbrada por la razón, la lógica, la ciencia, las artes y el progreso, se distancio de la naturaleza y prefirió los atractivos sociales, el teatro, los cafés y los grandes salones. La literatura de la época se ocupó solo de la vida social, el encanto por la naturaleza no aparece ni en los libro ni en los lienzos. La falta de comunión con la naturaleza volvió a la sociedad insensible y endureció su corazón. También encontré que “para las mujeres, el campo era un lugar de destierro; una penitencia que ellas mismas se imponían para expiar los suntuosos gastos y los tocadores de invierno.”
La verdad es que el siglo de las luces arrancó  al hombre de las garras de la monarquía y de una iglesia aplastante y le invitó a mirarse a sí mismo y a valorarse como hombre (algo trascendental) pero no pudo mantener un equilibrio entre el hombre, Dios y la naturaleza; lo que produjo, como consecuencia, incredulidad, escepticismo y un materialismo alarmante. La sociedad del siglo de las luces en su pretendido progreso  ocultaba realmente una gran decadencia. Era necesario un salvador, alguien que lanzara el grito de alerta, que tuviera la vivacidad, la fuerza y la perseverancia para elevar su voz y contrariar las opiniones casi universalmente aceptadas; que restaurara la moral y rehabilitara la virtud; que llamara al hombre y a las mujeres al respeto por ellos mismos y a la perfección interior. Alguien que pregonara la importancia del matrimonio, el amor a los hijos, la práctica de las virtudes familiares, que le recordara a los poderosos su compromiso con los que sufren; y reanimara en sus conciudadanos el amor por la naturaleza y el sentimiento religioso. Efectivamente ese alguien apareció,  se llamaba JEAN JACQUES ROUSSEAU. Poseedor de todas las características anteriormente anotadas y conocedor de la sociedad de su tiempo, comienza por restaurar la moral y el amor, la unión con la naturaleza y a revivir en las gentes el sentimiento religioso.
En la historia de la literatura francesa leemos: “la influencia de ROUSSEAU fue la más amplia y profunda que se ha ejercido sobre el individuo en eso que él tiene dentro de los mas intimo, y en la sociedad, en eso que ella tiene de más general”. Ginebrino de nacimiento y francés por los orígenes de su familia; amante de la naturaleza y cuya madre muere al momento de su nacimiento, nos legó obras extensas.
Me referiré al EMILIO. Considerada por muchos como su más importante obra. Fue la que tuvo más influencia sobre el siglo y en donde dio a conocer su filosofía moral y religiosa y a LA NUEVA ELOISA, que es la historia de sus propios amores con Madame Huderot, donde hace una descripción de incomparable belleza del medio natural donde suceden los hechos (Alpes, países bajos, rocas, torrentes y cascadas.)
Mirando nuestra época hago un paralelo con el siglo de las luces y deduzco que son muy similares y que nosotros también estamos necesitados de un salvador. Hemos ido a la luna, hemos inventado el computador, nuestra capacidad de comunicación es asombrosa,  hemos descubierto el genoma humano, pero la inmoralidad y la corrupción nos asfixian. Destruimos la naturaleza, y lo peor, continuamos indiferentes ante la catástrofe. ¿No es verdad que nuestro tiempo se parece mucho al siglo de las luces, que la única diferencia es que nosotros no tenemos la seguridad de contar con un salvador como JEAN JACQUES ROUSSEAU, ni con una sociedad que pueda escucharle, si llegase a aparecer, porque estamos demasiado engreídos?
Tenía razón ROUSSEAU cuando afirmó en su Discurso sobre la ciencia y las artes: “La decadencia de los imperios esta siempre ligada al progreso de sus conocimientos.”

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