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miércoles, 14 de septiembre de 2022

¿Dónde están los niños?


                                                     Carlos Mira

Hace horas que no los veo. ¿Dónde están?

Todo el grupo del paseo comenzó a moverse para saber qué había pasado. La casa de campo era pequeña, una construcción en madera y prefabricados, hecha por la Fundación del Volcán, con trabajadores que habían vivido en carne propia el desastre del Ruiz. Siempre pensó que sus relatos, llenos de la desesperanza del momento y la tribulación por los desaparecidos, no generaban una buena vibración y que los dolores antiguos fácilmente podrían torcer el deseo maravilloso de que, nacidos los niños, podían tener dónde cambiar del clima húmedo y horriblemente caliente de la ciudad, por el de la cabañita en medio de la montaña, con los cantos matinales de los pájaros y la brisa del bosque para calmar sus angustias. Por eso pensó que confirmaba, sin razón, sus peores presentimientos.

Con su habitual organización, despachó a toda la familia y algunos de los invitados en la dirección de todos los caminos. Necesitaba saber qué hacer en el menor tiempo posible. Además, había sabido por su conexión con la red de seguridad de la región a la cual sólo él tenía acceso, que los bandidos habían secuestrado al amanecer a Marcos, su amigo, el sabio de la tierra, el hombre de las recetas de hierbas, cantor, guitarrista, conversador exquisito, que se había convertido en el hermano que nunca tuvo. Ocultando su dolor ahora exacerbado por la ausencia de los niños, bajó y se encerró en su baño, preso de sus terribles conjeturas y comenzó a sollozar lleno de angustia. Afortunadamente pensó, este es un recinto aislado. El primer requisito del cuarto de pánico que quería tener por si los antisociales pensaban en él como un objetivo posible.

No había pasado más de media hora cuando los exploradores comenzaron a volver. Solamente el grupo que salió hacia la carretera de retorno había recibido información. Que habían sido vistos casi llegando a la cima de la loma, luego del sembrado de aromáticas. Dios mío, pensó, están llegando al sitio más desolado y por donde el ejército considera trasiegan los delincuentes. Se estaba acercando la puesta del sol por lo que, con gran turbación, reunió al grupo y le expresó su dolor por terminar la reunión y su necesidad de salir ya rumbo a la ciudad para encontrarlos.

Al unísono todos mostraron su apoyo y le expresaron a él y a su esposa, que terminarían de arreglar la casa y que los alimentos traídos los dejarían para los mayordomos, los vecinos y los trabajadores del sembrado de vegetales. Que podían salir ya sin preocuparse. Y así lo hicieron.

Viste, —le dijo a su esposa—, siempre pensé que contratar a quienes se habían escapado de la tragedia del volcán para construir la casa nos iba a traer mala suerte. Es que uno puede salir sin rasguños físicos de algo tan terrorífico, sin consecuencias tangibles, pero el espíritu de los malvados se queda pegado a quienes sobreviven pues no quiere desaparecer. Ay, no digas eso, —le contestó la esposa—, nuestros niños están bien y es sólo tu inclinación para pensar lo peor, lo que te lleva a estos extremos.

El todoterreno iba con una velocidad excesiva, las piedras chocaban con la carrocería, añadiendo un sonido hueco, oscuro y un tanto lúgubre mientras la neblina descendía sobre ellos, haciendo mucho más difícil la carrera hacia lo desconocido, con árboles centenarios a lado y lado que hacían el paraje aún más sombrío. Prende las lámparas exploradoras, nos vamos a chocar, —le dijo ella.

¡Allí están gritó! Eran dos sombras pequeñitas, abrazadas, con los ojos abiertos en exceso mirando con desolación hacia la luz cegadora del todoterreno.

Ellos habían dejado piedritas en el camino, conscientes de que tenían que volver, pero cuando llegaron a la cima y con la oscuridad creciente y el susto infantil, cayeron en la cuenta de que las piedritas no se podían distinguir del camino pedregoso y sintieron con horror que estaban perdidos.

Tiempo después recordó ese momento y sintió que su regaño había sido completamente desmesurado, tanto que su relación con ellos nunca fue igual. Su corazón quedó muy adolorido por las ausencias de sus hijos a partir de entonces y cayó en la cuenta de que los encontró físicamente, pero los perdió para siempre.

 

 

 

 

 

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