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miércoles, 14 de septiembre de 2022

¿Un minuto?

 

Carlos Mira

— ¿Qué puede pasar en un minuto? Nada. No creo que los tiempos de nadie tengan que pasar por un reloj avaro que va soltando los segundos como le viene en gana, como si le pagaran mal para cumplir su labor ¿cierto?

— ¿Cómo así que nada puede pasar en un minuto? Todo. O no has leído lo del telescopio ese, el James no sé qué, que está tomando fotos del Big Bang Y según lo que he leído en las tiras de Marvel, buenas ¿no?, el Big Bang se demoró menos de un minuto porque fue una gran, gran explosión atómica.

— No, no, ¡estás mal! Lo que el telescopio ese está haciendo es tomar fotos de una luz que pasó hace billones de años y para que ganés algo de cultura, la tierra tiene una edad de sólo 4543 millones de años. O sea que ve cosas que los hijos de nuestros hijos ya han visto.

— ¿Que qué? ¡Ellos nada tienen que ver en esta discusión! Vos siempre creés que, porque hiciste un año de ingeniería no tenés en cuenta a Marvel, que es mi biblia. Para que sepás otra vez, mi mujer no podía tener hijos y por una de las historias del libro, comió aguacates en salsa de percebes y aquí estamos, trillizos. Ya no puedo comprar mi libro de cabecera porque alimentar trillizos es una tragedia, para que me vengás con la historia de que mis nietos, que no han nacido, ya han visto las fotos del tal telescopio.

— Así es, eso lo dijo un señor judío a principios del siglo pasado, que el tiempo y el espacio son relativos y que por ser tan viejos se curvan, como nos estamos curvando nosotros, sentados aquí en esta banca. Y eso no es como el minuto del que estábamos hablando, estos son muchos, muchos más. Por lo que al paso que vamos, nos encorvaremos tanto, que va a ser mejor que caminemos en cuatro para podernos ver mejor.

—No, otro cuento tuyo de tu ingeniería. Que nos estemos curvando es fruto de todos los minutos acumulados. A ver tenemos setenta y siete años, saca un lápiz, y hace cuentas… nada más y nada menos que ¡cuarenta millones de minutos!

— ¿Tantos? Entonces ese señor, que dicen ha sido el hombre más inteligente que ha existido, como estaba tan anciano, pues todo lo debió ver curvo. Pobrecito…cómo debe de haber sufrido. ¿Qué estoy diciendo? ¡por Dios! Con tus cuentos marvelianos ya estoy perdiendo la cabeza y todo me empieza a parecer normal. Como dicen mis hijos, tu compañía no me conviene.

—Ah, pues. Entonces como siempre decía mi mujer, yo soy el culpable. Sabés qué, la última vez que pude pagarle un hotel de vacaciones estaba llenando el registro hotelero y cuando llegué a Ocupación, escribí culpable. Y no te imaginás la pelea. Menos mal que arreglaron la situación con unas flores para ella, y un whisky para mí. Y ahora cómo la añoro…se me fue en un instante, estábamos conversando sobre vos, de cuánto te quería, de lo afable que habías sido durante toda la vida y de cómo nos apoyaste cuando me enfermé…

— Bueno, siempre nos dicen que no debemos recordar esos momentos cuando realmente comienza la soledad, pero siempre vuelve la imagen de la ausencia. Cómo iba a pensar que, ida tu esposa, la mía tomara el tren a Compostela, por el gusto de ir a alta velocidad para volver a su pueblo. Pero así fue. Y fijáte el accidente tan absurdo…

Se abrazan y las lágrimas los unen más.

  

 

 

 

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