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miércoles, 8 de noviembre de 2023

Caliba una ciudad que resuena

 Clemencia Inés Gómez

“Las ciudades son un conjunto de muchas cosas: memorias, deseos, signos de un lenguaje; son lugares de trueque, como explican todos los libros de historia de la economía, pero estos trueques no lo son sólo de mercancías, son también trueques de palabras, de deseos, de recuerdos. Mi libro se abre y se cierra con las imágenes de ciudades felices que cobran forma y se desvanecen continuamente, escondidas en las ciudades infelices”. (Ítalo Calvino ciudades invisibles).


Caliba es una ciudad construida encima de una gran orquesta, basta oprimir los círculos multicolores señalados en el piso, para que ella se convierta en una fiesta. Ritmos musicales como salsa, son, mambo, chachachá, interpretados por reconocidas orquestas, impregnarán los cuerpos agitados y sensuales, de visitantes que vienen a ella cada año, atraídos por el lenguaje del cuerpo que allí se respira.

 Las palmeras que adornan sus calles, se mecen también al ritmo agitado de la brisa que esparcen las corrientes marinas cercanas, en horas de las tardes.

Los viajeros arriban a Caliba, provenientes de los llamados “paraísos del silencio”, huyendo de las bajas temperaturas, y del ensordecedor silencio. Llegan con la creencia de haberlo vivido todo, ahh sorpresa, al enterarse que, bajo sus pies, tienen disponible una orquesta completa, percusión, piano, clave, saxofón, trombones, bajos eléctricos, trompetas, flauta y violín. Si en sus latitudes el sol se oculta después de las diez de la noche, en Caliba la ciudad del sabor, no importa que el soberano rey esté dormido, la consigna para propios y extranjeros es “aquí el que duerme pierde”.  

Quienes quieran aprender a bailar, además de los círculos multicolores en el suelo, hay unas cuerdas colgantes en la parte superior de postes, árboles y balcones, que permiten enlazar los brazos, para generar un estilo de baile libre y con ritmo, manteniendo a los practicantes despiertos. La promesa es “el que baila gana”.

Al regresar a sus ciudades de origen, los visitantes piensan en Caliba con nostalgia al recordar lo que ya no les pertenece y la añoranza de volver a aquella amalgama multiétnica, donde se siente de verdad la música y la alegría, y que ya no les pertenece.  

Los residentes de Caliba, amantes de la tranquilidad y el silencio, regresan a ocupar sus viviendas, que habían quedado bajo la custodia de la música y el estruendo.

Ahora la gran pista duerme en paz.


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