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lunes, 1 de abril de 2024

Carrera contra el tiempo

 

“Porque hay ladrones a los que no se castiga y que han venido a robarnos lo más valioso, el tiempo”.

 Napoleón Bonaparte

 

Alexandra Correa

 Hace dos meses dejé la carrera contra el tiempo.

 


Con el temor de encontrar tráfico, todos los días me levantaba a las cuatro y treinta. A toda velocidad empezaba a preparar desayunos y almuerzos para la familia. Cuando el reloj se acercaba a las seis empezaba a subir la tensión, los ojos se posaban cada dos segundos en las manecillas, desencadenando desespero y angustia. El acelere lo iba transmitiendo como efecto dominó a los demás. Las despedidas se habían convertido en pico al aire y batida de mano. Al dejar a mi hija en el colegio ya tenía un pie puesto en el acelerador antes que ella se bajara del carro. Hasta que un día puse freno al tren en el que iba rumbo a la locura... justo allí, el tiempo desapareció.

 


Quité el reloj que estaba en la pared de la cocina y que tanto me atormentaba. La rutina era la misma, con la diferencia que disfrutaba cada acción. El primer café lo tomaba en el balcón admirando la ciudad aún dormida, gozaba cada momento, incluso el de lavar los platos. El tiempo se puso a mi favor. Llegaba al trabajo quince minutos antes de la hora habitual.  ¿Qué fue lo que cambio? ¿Qué hice para ralentizar el tiempo? ¿Qué les había pasado a los 3600 segundos que tiene una hora?

 Los griegos tenían dos palabras para el tiempo chronos y kairós. Chronos el tiempo lineal y cuantitativo, medido con reloj. Kairós era el momento justo, el cualitativo, la experiencia del momento.  El ser humano lleva preguntándose acerca de la existencia del tiempo 2500 años.

 El hombre contempló la naturaleza y en particular el cielo. El primer punto de referencia fue: luz, oscuridad, día, noche, sol, luna. La luna tuvo un papel predominante en el surgimiento de la tierra y en el desarrollo de todas las civilizaciones. Ella dio la medida. Observaron que tenía cuatro fases, su forma cambiaba cada siete días.

 Desde la prehistoria y hasta antes de la modernidad no estaba claro el concepto espacio y tiempo. Durante milenios las civilizaciones no estuvieron interesadas en los desplazamientos, quienes lo hacían era principalmente por cuestiones de guerra, por ir a pedir consejo al oráculo o por motivos de comercio. La mayoría no estaba interesada en moverse del territorio o lugar de origen. Quiere decir que el espacio era fijo y con el tiempo ocurría igual. Al no existir el reloj las personas manejaban la duración con el tiempo diurno, el sol indicaba el inicio y la terminación del día.  

 La llegada del industrialismo hizo necesario el desplazamiento de las personas y las mercancías. Se construyeron las primeras carreteras, vías de ferrocarril y con ellos los primeros relojes con los que se podría medir el tiempo.

 En el siglo XIX el físico Ludwig Boltzmann escribió: “Para el universo, las dos direcciones del tiempo son indistinguibles, igual que en el espacio no hay arriba y abajo”. La visión de Boltzmann se apartaba del tiempo como un absoluto en sí mismo, una constante del orden natural del universo. Implicaba que no hay una dirección objetiva del tiempo, y que nosotros la inventamos de acuerdo a nuestra percepción, del mismo modo que llamamos “abajo” a la dirección hacia el centro de la tierra. La gran revolución llegó con Einstein cuando expuso la teoría de la relatividad.  Estableció la relación entre espacio y tiempo. El tiempo no transcurre igual en todas partes y es deformable.  La velocidad y la gravedad afectan la experiencia del tiempo. Alejarse de la fuerza gravitacional de la tierra acelera el tiempo, está demostrado en los vuelos trasatlánticos, cuanto más rápido te mueves más lento pasa el tiempo. Él también introdujo la teoría de la dilatación del tiempo, un concepto que explica que el tiempo pasa más despacio cerca del suelo y más rápido cuanto más lejos se esté del núcleo terrestre.  Einstein habló del presente extendido, dejando un pequeño lapso que consideramos como presente, porque cada segundo actual se convierte, casi de manera automática, en pasado. Así que después de todo no es tan descabellado el “AQUÍ Y AHORA”. Ninguna ley de la física distingue entre pasado y futuro, solo existe el presente.

Al hombre no se le permite centrarse en el presente porque vive con nostalgia, regresando al pasado como refugio, y cuando no está en pasado, vive temeroso y ansioso por un futuro incierto. El tiempo no es más que el cerebro reconstruyendo recuerdos.  Así que el tiempo está basado en función de la experiencia y el grado de consciencia con que se vive con cada situación. Pensemos en un hombre sentado en la silla de un odontólogo con la fresadora en sus dientes, ahí el tiempo le pasa muy lento, mientras que, si está gozando de una cita de amor, muy seguro el tiempo se le pasará volando.

Con la modernización el tiempo comenzó a correr acelerado, llegaron las comidas rápidas y los autos veloces. Los seres humanos comenzaron a vivir sumergidos en la matrix del tráfico, las multitareas y el estrés.  A los niños se les empezó a manejar con agendas ministeriales para mantenerlos ocupados.

 ¡El mundo tiene prisa! Basta encontrarse con alguien en la calle, y te dice hola, voy corriendo, voy tarde. El semáforo cambia a amarillo, el de atrás ya está pitando para que te muevas y otros desean terminar con sus vidas arriesgándolas, atravesando los semáforos en rojo. Nos cuesta entender que cada cosa tiene su tiempo y por más que tratemos de alterarlo, solo conseguiremos hacerlo más difícil.

 Las multitareas no nos hacen más productivos. Así lo apuntan diversos estudios. De hecho, son ladronas del tiempo camufladas, pues el cambio de una tarea a otra disminuye nuestra concentración, tardamos entre seis y nueve minutos en recuperar el estado de concentración anterior. Para optimizar el tiempo es mejor subcontratar o delegar tareas, decir no a favores o complacencias que comprometen el nuestro.

 Byun Chul Han, filósofo coreano expresa en su libro Vida Contemplativa: “Estamos perdiendo nuestra capacidad de no hacer nada. Nuestra existencia está completamente absorbida por la actividad y, por lo tanto, completamente explotada. Dado que solo percibimos la vida en términos de rendimiento, tendemos a entender la inactividad como un déficit, una negación o una mera ausencia de actividad cuando se trata, muy al contrario, de una interesante capacidad independiente. Nos estamos asemejando cada vez más a esas personas activas que ruedan como rueda la piedra, conforme a la estupidez de la mecánica…”,  “se ha perdido la magia y la temporalidad de la inactividad, que tiene su propio fondo de esplendor en  la existencia humana”.

 Me opongo a seguir el ritmo acelerado de los demás. Percibir que veo cuando veo, percibir que escucho cuando escucho, percibir que pienso cuando pienso y percibir que existo cuando respiro.

 

 

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