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lunes, 15 de abril de 2024

Un fantasma en Cañasgordas

 Jesús Rico Velasco

 Muchos años han pasado desde que compartí unas cortas vacaciones con mis primos en la Hacienda Cañasgordas, antigua residencia del Alférez Real.

 

Tres veranos consecutivos alegraron nuestras vidas de adolescentes en una hermosa casona construida en el siglo XVII. Recuerdo un fin de semana cuando visitaba a mis primos que vivían en el centro de la ciudad, en una casa grande, a dos cuadras de la plaza de Caicedo, de la Catedral. Se le ocurrió a mi primo preguntarme ¿Te gustaría pasar con nosotros unas cortas vacaciones en la hacienda Cañasgordas? Por supuesto que sí, sería un placer compartir unas vacaciones de verano en la Hacienda». Invitado y con el beneplácito de la tía Griselda, él me miró con sorpresa y dijo: El próximo sábado a las siete de la mañana debes estar aquí con una maleta pequeña con lo que necesites para el viaje, sin olvidar el traje de baño, la pijama, unos bluyines,  camisetas de verano y buenas botas.

 Me sentía cómodo porque conocía el rollo de permanecer un tiempo por fuera, como me ocurrió temprano en el tiempo que pasé con los maristas en Popayán, y otros veranos compartidos en fincas de Lomitas  y  La Cumbre. La tía manejaba el día a día, desde la levantada temprano, el arreglo de la cama, la recogida d bacinilla, la visita al ordeñadero para compartir un vaso de leche recién ordeñada, y el desayuno, con pandebono caliente, café o chocolate en leche, huevos fritos o revueltos, y de vez en cuando pan aliñado, hecho por la esposa del mayordomo. 

Empezaban las mañanas con una brisas suaves que llegaba de los Farallones de Cali. Subía   la temperatura hacia  el medio día  en  julio y agosto.

Muy libres recorríamos los anchos y largos corredores de la casa en el primero y segundo  piso. Corríamos por el patio de fina grama  al frente de la casona y a una distancia corta de un vallado de piedra que bordea el cuadro central con el trapiche en el rincón derecho. En la parte trasera un patio con arboles frondosos que le dan frescura al interior hacia la cocina. Nos gustaba  curiosear en el edificio lateral a medio piso, entrar  al oratorio que en la novela de Eustaquio Palacios figura como la oficina o sitio de encuentro de Don Manuel  de Caicedo y   Tenorio con sus asistentes  y en especial con Daniel que era su secretario privado.

 Un día abrimos la puerta, ingresamos al santuario que brillaba como el oro.  Al final del  oratorio  había una puerta ventana que daba hacia las ruinas de la capilla cuyas huellas de trazado se dibujan todavía en el piso  mostrando el espacio que ocupaba en los tiempos pasados en donde dice el Novelista tenia un espacio para ser ocupado por mas de quinientas personas. Por detrás de la capilla queda el antiguo cementerio en donde  se  alcanzan a divisar  las huellas de  tumbas pretéritas de esclavos enterrados en el camposanto. Las tumbas están allí para escudriñar  en la mente de unos curiosos y  regresar en algunas noches para viajar al pasado   con la intención de ver a los muertos.

 Montábamos a caballo cabalgando por lo potreros cercanos a la casona. En días permitidos salíamos a camino largo en compañía de vaquero curtido con machete al cinto y rejos de cuero para espantar el ganado bravo que en ocasiones  bajaba de la loma. Julio era muy especial se encargaba de abrir y cerrar los broches de las puertas que separaban los potreros.  Nos guiaba  por los caminos que conducían hasta la antigua casa de la Rivera en la hacienda de mi abuelo en las orillas del río  Pance. Con Julio y el mayordomo de la Rivera  nos arriesgábamos a bañarnos  en el caudaloso  y pedregoso  rio en un charco junto a una enorme piedra que tranquilizaba la corriente y extendía el rio para nadar.    

 En  una  noche oscura y con ganas de jugar nos metimos otra vez  en el oratorio abrimos  la puerta ventana   y empezamos  a mirar   hacia  el cementerio. La curiosidad nos despertó las ganas de ver cosas  en ese noche de  una luminosidad sideral  que  paso por nuestras cabezas y nos hizo salir corriendo hacia la  puerta,  subir despacio y evitar que los demás se dieran cuenta   para llegar a nuestra habitaciones. Buscamos a Julio y le contamos de nuestras visiones nocturnas mirando el cementerio  detrás de la antigua iglesia. Esa   noche cálida de agosto habíamos visto unas franjas luminosas moviéndose sobre algunas tumbas que nos habían asustado. Julio se ría a carcajadas de nuestro cuento y nos dijo,

 « No sean tan pendejos, esas son luciérnagas  que en esta época se juntan para aparearse y en conjunto parecen  pequeñas  nubes que iluminan el área de las tumbas y de la antigua capilla.  Pululan en las cortezas de los grandes  arboles que se  encuentran  en el jardín ».

 Griselda nos hacía rezar el rosario todos los días antes de irse a dormir. Un día antes de la media noche llegaron unos ruidos escabrosos del techo. Primero un golpe seco como si algo se quebrara encima de nuestras cabezas. Quietos nos quedamos, jadeos y respiración agitada  salían de nuestros pulmones. Queríamos gritar y avisar a la tía que algo sonaba en el techo, pero el ruido calmó y no dijimos nada. Días despues terminamos el rezo acostumbrado y nos fuimos a dormir. Tarde  en la noche ruidos en el techo nos despertaron  y nos quedamos inmóviles, algo estaba pasando. En la mañana le contamos a la tía de los ruidos que estaban saliendo del techo en las noches sin saber lo que ocurría. Despues del desayuno la tía le preguntó al mayordomo,

 «Don Pedro, los muchachos dicen que han escuchado ruidos en el techo de la  alcoba en donde ellos duermen. Es la ultima del corredor  precisamente en el ala derecha de donde queda la cocina ».

 «Bueno doña Griselda, mas tardecito me subo al árbol  al lado de la cocina y me trepo por las ramas para saber que esta pasando».

 Los dos dormitábamos  en el cuarto pequeño del fondo del corredor en donde en la novela dormía Doña Inés de Lara y soñaba con el espíritu de Daniel. La historia la conocíamos por referencia a algunas clases en el colegio  pero  no la sabíamos  con amplitud.

 Don Pedro se subió  como pudo llegó al techo con cuidado sobre las tejas de barro para avisar con alegría el descubrimiento de una madriguera de  Zarigüeya con dos pequeñas crías. Hasta allí llegaron  nuestros miedos, los sustos que producen los pensamientos del mas allá, los fantasmas en la oscuridad de la noche, y una orinada en la cama.

 Los veranos fueron calientes, alegres y divertidos compartiendo la vida en familia en  uno de los lugares emblemáticos de la ciudad. La tía nos recordaba la importancia de leer la novela del  Alferez Real . La verdad estábamos en una primera infancia cuando  nos importaba poco lo que había sucedido en la hacienda. Será que existen elementos sobrenaturales que puedan señalarse para descubrir la existencia de algún fantasma en la hacienda? El amor entre Daniel y Doña Inés de Lara tiene elementos de dolor y de tristeza enfrentadas por las dolencias que los acosaron  a ambos, por el destierro provocado  desafiando el orgullo, la propuesta de un amor demandante para satisfacer los egos de un adinerado queriendo  comprar la existencia.

 Un final feliz de una pareja de enamorados juntando sus almas para entregar la vida. Ese espíritu que Daniel respira desde su alcoba en el primer piso le llega al balcón de la alcoba de la enamorada. Dicen que en el rincón del largo y ancho corredor  en el segundo piso  en donde se encuentra la alcoba de Inés  en  las   noches  oscuras de los meses de invierno la figura de un hombre  aparece como un   fantasma en la oscuridad.   

 

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