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lunes, 8 de octubre de 2018

Alma en pena


Hernán Arrieta



       A los veinticinco años ganó el concurso para ser sepulturero en su pueblo, Pasacorriendo. Lo apodaban Regular. Trabajó hasta su muerte en el cementerio. Era un pueblo de gente saludable, pocos morían aún sin médico, que hacía una visita anual.
Regular hizo un censo para saber cuántos enfermos había. Anotó veinte de esos, diez graves, incluyendo a Jesusita, la bruja que vivía barrio abajo. Los visitaba los domingos y a los que tenía como graves los encontró rozagantes, risueños y conversadores.

Regresaba a su casa apesadumbrado. Pasaba las noches en vilo pensando en sus futuros muertos. En sus pesadillas veía un séquito mortuorio de personas vestidas de negro riguroso que llevaban calaveras en los hombros y gemían con un llanto sacado del alma. Plañían una letanía en desuso. Regular despertaba avergonzado sin espíritu en el cuerpo.
Entonces fue donde Jesusita. La puerta estaba entreabierta. Entró y saludó. “Esta bruja está arrepentida. Te estaba esperando” dijo y empezó a lamentarse ¿Sabes? Estoy muy grave, obsérvame bien. Soy un esqueleto. Mi boca desdentada no la siento. Mis pechos no tienen donde esconder mi corazón, que casi no palpita. Tengo el alma en pena. Los oídos me zumban y un eco de ultratumba me llama anunciando mi muerte. Regular asustado, sin parpadear preguntó: ¿Qué tengo que ver? Quiero hacer un pacto de protección mutua contigo que estipule que mi entierro estará en nuestras manos, con sigilo sacramental para que me protejas de mis enemigos. En ausencia del sacerdote serás mi confesor, me perdonarás los pecados rezando el credo al revés siete veces. Me untarás los santos óleos para expulsar los demonios y recibir la presencia de Dios. Si mi alma se purifica en el purgatorio, tu muerte en un día especial será concurrido y solemne, en contraste con la soledad de tu vida.
El treinta y uno de octubre murió Jesusita, tranquila y pidiendo perdón. El entierro se realizó a las doce de la noche, sin estrellas y bajo una leve llovizna titilante de cocuyos. Jesusita quedó en el olvido de los amigos y enemigos
Al día siguiente del entierro Regular sintió pánico, un miedo estremecedor le cubrió su cuerpo. Toda su fortaleza se le fue al piso. Aun así, resolvió ir al cementerio. Con tristeza hizo una evocación resumida de su oficio. En veinte y cinco años di sepultura a cincuenta. Una bola de humo se le atravesó en el camino y el mismo Lucifer le habló “Se fue tu compañera y te va a llevar, pronto llegará tu muerte en un día especial”
Al amanecer del dos de noviembre, una noticia conmovió al pueblo en el barrio arriba y en el barrio abajo. Murió Regular. Murió de repente. Murió de repente Regular. El funeral fue apoteósico y lo encabezaban los enfermos que visitaba. Así rezó su epitafio:
 “Muertos vengan a mi
Que los estoy esperando,
Llevó mucho tiempo aquí
Y ninguno me ha visitado”.


                                            
          
                                         












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