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lunes, 8 de octubre de 2018

Fuegos y juegos amorosos


 Humberto Rey




Casimiro Cienfuegos había sido un estudiante regular aunque melindroso en las aulas universitarias. Al graduarse de abogado su familia con influencias políticas le facilitó apropiarse  del notariado de una  pequeña ciudad. Desde entonces sus traviesos ojitos dejaron de brillar con la legalidad de los códigos para hacerlo con los pesos que caían por montones a sus arcas cada vez más repletas de billetes  y cheques.

Con  dinero y poder quiso volverse un  Juan Tenorio, aunque su cara  mostrara  falta de gracia y donosura y sus gestos, un poco felinos,  dejaran ver una ambición desmedida.
Raquel Galindo, una bella modista que pasaba todos los días por sus predios notariales,  fue el primer blanco en el que hizo diana su flecha erótica, con tan buena puntería que a los nueve meses  lloraba un rollizo Galindo entre sus brazos, al que poco después las normas legales notariales, que el mismo enfatizaba, le obligaron a apellidarlo y registrarlo como Cienfuegos. Por supuesto que sus  finanzas, a pesar del oficio que ejercía se  resintieron. Para colmo de males Raquelita, a la que miraba como su gran conquista le comunicó que se iba con su Cienfueguitos a prender otros fogones. Estaba enamorada de alguien en su barrio,  que le daba  la talla a sus pretensiones, veleidades, expectativas sexuales y caprichos.
 Se dolió  Casimiro al oírla, pero haciendo honor a su apellido, volvió a prender la mecha del fuego amoroso. Esta vez la conquista fue Ángela, quien por sus cualidades y curvas hacia honor al grupo de  cortes celestiales de donde parecía provenir.  Con la experiencia pasada, cualquier escaramuza amorosa tendría su control. Al  feliz notario le habían cortado los dos cordones espermáticos para evitar que ningún llanto de bebe  volviera a empañar la lírica de sus eróticos momentos.
Esa Ángela salida de una corte celestial pero al contrario de lo que dicen de los seres etéreos llena de sensualidad y deseos, colmó  de risas y canciones sus paseos por Europa y el medio oriente. Entre ambos entretejían narraciones fantásticas para las audiencias regionales. Parecían entre los efluvios de los vinos sus historias salidas de la boca de  Scherezada en “Las mil y una noches”.
 Viajaron en derroche de dineros y caricias hasta los calurosos desiertos africanos en donde de varias formas declararon sus emociones  y robustecieron sus pasiones entre besos llenos de arenas,  guiados por hombres con turbantes bereberes y recuas de camellos.
Pasaron  cinco  años. Casimiro se enamora cada vez  más. Le rogó que se fueran a vivir juntos, para que la rutina pusiera sus indelebles  huellas sobre los sentimientos.  Ella quiso en medio de su acaramelamiento darle una emoción fuerte. Se lo manifestó en una fiesta de amigos. ¡Estoy embarazada Casimiro Cienfuegos!  Este heredero, que será tu replicación futura,  nos dará más calor que el que irradia tu apellido. No habrá rescoldos ni cenizas, ni tristezas  porque la nueva vida que los dos entrelazamos nos verá envejecer llenos de caricias, sinceridad y fidelidad.
Se unieron en matrimonio porque la legitimidad es uno de los objetivos notariales y porque el amor, a pesar de las veleidades de la biología  es su mejor testigo.
El tiempo rodó  por los predios de la familia Cienfuegos, a veces en  forma lenta rutinaria y en  ocasiones lleno de pirotecnias y osadías.
El hijo de Angelita perdió su inocencia prístina y se adentró  por los caminos humanos llenos de  risas, sueños y dolores.
Al paso de los años los que lo conocen dicen que es un clon del notario Casimiro, con sus cualidades y defectos. El   cuya función consiste en testificar la verdad para hacer todo autentico, real y legal se ríe solo  y confirma que su heredero tiene sus mismos genes y resabios, por lo cual afirma no vale la pena amargarse la vida.
Hace dos años en el testamento le legó sus bienes porque Casimiro está convencido que en algunos casos el amor y la comprensión sobrepasan la fuerza de las leyes, mandamientos y mimetizan las herencias humanas.
Ángela, que ha perdido sus apéndices alados por su gordura,  conoce que las leyes de la paternidad son parte de la cultura y no de la  biología. Está contenta que su hijo sea un Cienfuegos sin que se le tenga que reconocer como pirómano gracias a la generosidad y tolerancia de su notario parejo.
Las malas lenguas de la ciudad pequeña dicen que el notario Cienfuegos tuvo un juego amoroso y un fuego filial, pero no sabe dónde está el uno o el otro. El si lo sabe y ríe con su humanismo que le enseñó la vida.

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